La primera, ha conseguido que Bildu esté cogobernando la nación; la segunda, el acercamiento de los asesinos etarras a cárceles de las Vascongadas; la tercera, que partidos constitucionalistas se pongan de perfil cuando se citan los más de ochocientos nombres de sus víctimas. Son muertos que incomodan, que parecen estorbar. Que a los bilduetarras, a sus amigos separatistas catalanes, a los comunistas bolivarianos, a los peneuvistas, tan católicos ellos, o a gente de semejante catadura moral les dé rabia que en la sede de la soberanía nacional se mencione a esas personas es lógico. Inhumano y atroz, pero lógico. Que el Partido Popular, Ciudadanos o el PSOE, no tengan siquiera la decencia de ponerse en pie al escucharlos es impresentable.
Al presidente le incomodan los que acabaron con un tiro en la nuca. Aunque entre la lista de asesinados figuren no pocos socialistas. Al ocupante de La Moncloa solo le preocupa su permanencia en el cargo y hace abstracción de la más mínima noción moral. Callen quienes recuerdan que aquello pasó, parece pensar, amputemos la memoria reciente y hablemos de lo que sucedía en 1936, porque en materia de historia es más fácil la tergiversación de lo lejano que de lo cercano.
Santiago Abascal leía esos nombres que deberíamos tener presente para recordar, si más no, el límite que debe imponerse cualquier sociedad que se reclame democrática, el de no tener tratos con asesinos. Y lo hacía como contestación a Mertxe Aizpurua, portavoz de Bildu. Todos los parlamentarios de Vox se pusieron en pie al escuchar nombres y apellidos de compatriotas vilmente arrancados de sus familias, de sus amigos, de la vida. Abascal citaba apellidos conocidos por él y se detenía en la anécdota que convierte en más dolorosa todavía la ausencia.
Habló de como asesinaron al cartero de su pueblo, recordó para eterna vergüenza de los socialistas nombres como Fernando Múgica Herzog o Fernando Buesa. Y se ha detenido especialmente en Miguel Ángel Blanco. Sabemos por una recientísima encuesta que el sesenta por ciento de los jóvenes no saben quién es. Lo repetimos, la memoria histórica es mucho más conveniente cuanto más lejana sea. Que existan viudas, huérfanos, padres o hermanos de los caídos bajo el plomo de los odiadores separatistas vascos dificulta enormemente la tarea a los encargados de dulcificar aquello. Empezando por Sánchez, que habla de “lucha armada” y atribuye al PSOE el éxito de su derrota.
Nadie del PP se ha levantado en un gesto totalmente ajeno a la complicidad política. Nadie lo ha hecho tampoco en Ciudadanos
Nadie del PP se ha levantado en un gesto totalmente ajeno a la complicidad política. Nadie lo ha hecho tampoco en Ciudadanos. Solo algún diputado popular y algún otro de la formación naranja se han permitido un tímido aplauso al final de la lectura. ¿Les molesta también a estas dos formaciones que se reconozca por primera vez en el Congreso a quienes se asesinó porque unos criminales sin conciencia así lo decidieron? ¿Se sienten incómodos con que se pronuncie en voz alta sus nombres? Queremos creer que no. Nadie en los dos partidos mencionados puede ser acusado de connivencia con ETA y lo decimos claramente. Siendo así, ¿a qué viene, entonces, esa inhibición? ¿Es menos verdad, aunque lo diga el dirigente de Vox, que los citados son héroes de la democracia? ¿Es menos cierto que sus verdugos merecen la reprobación política, social y legal más enérgica? ¿No se levantaron porque lo decía Abascal? Si es así, España tiene un gravísimo problema.
Cuando quienes se oponen a quien cobija al crimen, ampara el robo, persigue a los que no comulgan con sus propósitos e intenta apoderarse del estado para subvertirlo, le siguen la corriente, la cosa está perdida. Que Sánchez o Iglesias no estuvieran en el hemiciclo cuando Abascal escupía verdad tras verdad mencionando a las víctimas es comprensible. Es su naturaleza, carente de empatía. Que los que allí estaban y no forman parte del Gobierno no se hayan levantado como un solo hombre, en cambio, no alcanzo a entenderlo.
O sí lo entiendo, pero me produce una enorme repugnancia. Lo he dicho muchas veces, los muertos o son de todos o no son de nadie. Y en este caso, mucho más. Qué error, Casado, qué inmenso error.