Desde pequeña me ha llamado mucho la atención el perfil de una mujer poderosa. Una mujer que se mantiene sola, que tiene estudios, que se ha labrado su futuro y que ha ascendido en sus trabajos por méritos propios.
Cuando mi hermana y yo éramos unas niñas, íbamos casi todos los fines de semana y veranos a mi pueblo, en Toledo. Nos alojábamos en casa de mis abuelos. Recuerdo que me extrañaba mucho la vida que llevaba mi abuela: todo el día en casa, cocinando, planchando, limpiando, sirviendo. Mi abuelo, que hace años dejó de trabajar por el Alzheimer, hacía siempre un descanso de su ardua jornada laboral a media mañana. Llegaba y se tomaba su almuerzo, que obviamente preparaba mi abuela. Pan, chorizo o sucedáneos y vino tinto con gaseosa. Todo listo para el patriarca de la familia, el que traía el dinero.
Mis abuelos tienen cinco hijos, tres varones y dos mujeres. Mi madre y mi tía se mudaron a Madrid a estudiar sus respectivas carreras universitarias, junto a algunos de sus hermanos. Siempre me cuentan que fue muy difícil pasar de vivir en un pueblo enano a mudarse a la capital, a un pequeño piso. En aquella época, no obstante, ya era normal ver mujeres en la universidad. "Nos pasábamos las noches estudiando. Recuerdo que estaba semanas sin ver a tu padre porque ni siquiera salía de la habitación", me contaba mi madre. Tanto ella como su hermana ahora tienen un nivel de vida y una independencia que ya hubiera querido mi abuela.
Ella, Adelina, siempre me lo decía: "Hija, tienes que estudiar, ganar tu dinero para poder pagar tus cosas y no depender de nadie". Ella no tuvo opción, y en realidad creo que así ha sido bastante feliz, pero es cierto que quiso y se afanó en que tanto sus hijos como sus hijas tuvieran estudios y trabajos en la ciudad. El pueblo ya no era lugar para las siguientes generaciones, y tampoco para las mujeres.
También recuerdo un día que me enfadé mucho en el pueblo. Era bastante pequeña. Mi abuelo, Vicente, dijo cuando acabamos de comer: "Bueno, y ahora que las mujeres que recojan la mesa".
Claro, imaginad. Yo salté: "¿Pero cómo que las mujeres? ¿Y los primos qué? ¿Por qué ellos no tienen que recoger y yo sí?". Mi abuelo no entendía lo que le estaba diciendo, mi madre y mi tía sí. Por eso me dijeron que no pasaba nada, que me sentara y que ya recogían ellas.
En ese momento no comprendí por qué decidieron pasar aquello por alto, pues a mí pareció una injusticia en toda regla. Te recuerdo que yo era muy pequeña, iría al colegio y no sabía ni lo que era el feminismo ni tantas otras cosas. Más tarde, con los años, entendí por qué mi madre y mi tía no dijeron nada: era inútil cambiar la forma de pensar de alguien tan mayor y que no conocía otra realidad que la que le había tocado vivir. Un hombre que perdió a su padre en la Guerra Civil siendo un crío y que tuvo que convertirse en el padre de la casa para cuidar y alimentar a su madre y a su hermano pequeño.
Me gustan las mujeres fuertes y poderosas, como Olona
Todo esto me vino a la cabeza la pasada semana, cuando mi madre me dijo que la abuela no estaba bien. Y también recuerdo todo esto cada vez que veo a una mujer fuerte y poderosa, como Macarena Olona.
La diputada de Vox ha expresado en numerosas ocasiones que no le ve utilidad al Ministerio de Igualdad y que la violencia no es machista, sino simplemente violencia. Y, sin ser yo fan ni votante de Vox, estoy de acuerdo con ella, y la admiro.
Macarena se vio obligada a cuidar de su madre y de su hermana en su infancia y juventud ante la ausencia de su padre. También se sacó una carrera y logró ser abogada del Estado. En el País Vasco fue tras políticos corruptos de todos los partidos. No temía a nada, y tampoco ahora.
Esto te hace entender que el verdadero feminismo lo llevan en las venas las mujeres fuertes y poderosas, las que no tienen miedo a ir contra todos por defender lo que creen y en labrarse un futuro y ser independientes. Mujeres que salieron adelante y que no necesitaron cuotas para ello.
Macarena, como tantas otras mujeres –entre las que me incluyo– se escandalizan al escuchar lo que dicen desde el Ministerio de Igualdad. La política, como tantas otras, tuvo que esforzarse para tener su propia vida y un puesto de responsabilidad, y para forjarse un futuro cuando muchas mujeres aún tenían otro papel. Se metió en un mundo de hombres y salió vencedora.
Los hombres no son los enemigos de las mujeres. Tampoco el patriarcado ni el machismo. El sistema actual premia el valor y el esfuerzo, no lo que tenga uno bajo la ropa interior. Por eso el verdadero feminismo lo hacen las mujeres de mi familia y las féminas como Olona. Mujeres poderosas y fuertes que no necesitan subvenciones ni ayudas del Gobierno para ser quienes quieren ser, no como tantas otras. Mujeres que son consientes de que antes la realidad era otra, y que para cambiar las cosas sólo hace falta trabajar duro y no salir con pancartas a dar cuatro gritos. Mi más sincero respeto y admiración por estas mujeres. Ellas sí me representan.