Opinión

Nadia Calviño: del dicho al hecho

Promesas y realidades son antónimos en el quehacer político socialista, con Sánchez como el más consumado intérprete, cual Groucho, de la política española

  • La vicepresidenta y ministra de Asuntos Económicos, Nadia Calviño

Una de las frases más geniales de Groucho Marx: “Si no le gustan mis principios, tengo otros”, está cada vez más de moda en la política gubernamental española con un consumado neomarxista al frente; su presidente.

La propia formación del gobierno ya supuso la sublimación del nuevo marxismo: quién lo formó cambió por completo sus principios por otros situados en sus antípodas. Desde entonces el presidente del gobierno y sus ministros no hacen sino transmitir a la sociedad y los mercados mensajes contradictorios. El respeto a la palabra dada y el cumplimiento de las promesas, tan caros e inseparables de nuestra civilización, son los ejes de la confianza; “la virtud social que ha engendrado históricamente la prosperidad de las naciones” según el formidable ensayo Trust (1995) de Francis Fukuyama. Resulta obvio que nuestro gobierno se caracteriza, justamente, por generar desconfianza; con sus consecuentes y perversos resultados.

En materia económica, donde los dichos y los hechos son perfectamente contrastables, tanto Zapatero como Sánchez no los han conciliado ni una sola vez. Y para resarcirse de sus reiterados fracasos, el método elegido es “huir hacia delante”: ignorando la pésima realidad, para hacer nuevas promesas que seguirán incumpliendo. Aplican sistemáticamente ese viejo principio del -mal– periodismo: “No dejes que la realidad te estropee una noticia”. Así, cuando los datos ponen en evidencia el fallo de sus previsiones, no pierden el tiempo en explicarlo, simplemente las cambian por otras en una huida sin fin hacia adelante.

¿Hasta dónde puede durar este engaño permanente en tiempos de una sociedad de la información que todo lo puede saber con certeza y en tiempo real? ¿Cómo es posible que la vicepresidenta y ministra de Economía, cuando la cruda realidad desmiente sistemática y categóricamente sus optimistas previsiones sonría anunciando –cual Groucho Marx- otras nuevas, que volverá a incumplir?

Para poner en perspectiva cuanto se acaba de decir, quizás resulte útil conocer en términos acumulados, más visibles que vistos aisladamente, las desastrosas consecuencias de la sucesión de fracasos de las políticas económicas socialistas españolas, sobre todo las del siglo XXI, en sus tres principales frentes:

Renta per cápita:

  • Zapatero y Sánchez son los únicos gobernantes de España y posiblemente de Europa, que ni un solo año han conseguido –durante sus mandatos– acreditar para nuestro un país un crecimiento de la renta per cápita superior a la media de la Unión Europea. Siempre prometieron y ¡lo sigue haciendo Sánchez ahora! –según acaba de anunciar Calviño- crecer más que Europa, pero jamás lo consiguieron.
  • Zapatero dedicó todos sus años de gobierno a alejarnos de la UE, mientras prometía lo contrario. En sus siete años nos alejó más de un 11% de nuestros vecinos.
  • Con Rajoy, España regresó a la convergencia europea, recuperando en su cinco años más de la mitad de la pérdida de Zapatero.
  • Con el regreso del socialismo al gobierno, hemos vuelto a las andadas: Sánchez ha batido los pésimos resultados de Zapatero, habiendo acumulado hasta 2021 un 6% de divergencia -que aumentará en 2022- que sumar a la de Zapatero: entre ambos un 17%. Mientras España, al final de los gobiernos de Aznar, se situaba muy cerca de la media de la UE, ahora estamos regresando al 80%; un nivel propio de los años sesenta del pasado siglo.
  • Ante datos tan incuestionables, los socialistas -políticos e intelectuales– suelen echar las culpas a las crisis -financiera del 2008, COVID, Ucrania- ignorando absurdamente que los datos son comparativos, con países que las han sufrido por igual.

Mercado de trabajo:

  • A los socialistas y sus allegados sindicatos se les llena la boca prometiendo más y mejor empleo mediante reformas dirigidas a aumentar el desempleo, como resulta cuando gobiernan.
  • Felipe González prometió crear ochocientos mil puestos de trabajo en 1982. El resultado conseguido durante sus mandatos fue una subida del desempleo de más de un millón de trabajadores; a un ritmo medio anual de crecimiento del 2,23% anual.
  • Con Aznar, sin falsas promesas, el desempleo descendió a una tasa media anual del 7,28%, reduciendo en dos tercios –más de un millón y medio– el que recibió.
  • Zapatero alcanzó el cénit del desempleo, multiplicándolo por tres, un récord histórico internacional, mientras sus sindicatos e “intelectuales” le reían sus graciosas promesas con el signo de la Z.
  • Con Rajoy la recuperación del empleo mejoró la ya elevada tasa anual de Aznar, hasta alcanzar un soberbio 8,95%, gracias a una reforma de la legislación laboral que el social-comunismo gobernante, considerándola demasiado favorable para el empleo, se ha apresurado a contrarreformar.
  • Sánchez y su ministra de trabajo, tan amigos de prometer puestos de trabajo como hacendosos legisladores para evitar su creación, están cosechando los peores resultados de Europa en la recuperación del empleo post-covid, con una tasa de desempleo que duplica la de nuestros vecinos.
  • Los socialistas, declarados amantes del empleo, son unos verdaderos despechados de la creación de puestos de trabajo.

Cuentas públicas:

  • Mientras que en renta per cápita y empleo los socialistas prometen, sistemáticamente, lo contrario que luego hacen, en finanzas públicas son menos contradictorios; solo muy excepcionalmente –en circunstancias electorales– prometen bajar los impuestos y el déficit público.
  • La estrategia socialista en la Hacienda pública consiste en asomarse al precipicio para abandonarlo a la fuerza de las circunstancias: cuando el déficit ya no se puede financiar, la economía cae en picado y el Banco Central del Euro entra en acción.
  • La deuda pública, cuando González formó su primer gobierno era del 13,4% del PIB; cuando lo abandonó alcanzaba el 66,16%. La multiplicó por cuatro.
  • Aznar la redujo al 43,01%. Zapatero la volvió a aumentar duplicándola. Rajoy también la aumentó, pero solo un 14%. Sánchez la volvió a acrecentar para llevarla a su cumbre histórica de ahora.

Promesas y realidades, por todo lo visto, son antónimos en el quehacer político socialista, con Sánchez como el más consumado intérprete, cual Groucho, de la política española. La lógica experimental de la que antaño presumían -aun falsamente- lo socialistas, ha sido sustituida por creencias metafísicas de índole religiosa.

'Capitalismo de amiguetes'

Si el antiguo marxismo, el de Carlos, se caracterizaba por el anuncio de un paraíso terrenal que terminó en un infierno, el nuevo –de Groucho–se ha transfigurado en la proclama continua de un futuro mejor que el paso del tiempo pone de manifiesto que cada vez resulta peor.

Siendo muchos los militantes socialistas, comunistas y sindicalistas, así como los “empleados políticos” –enchufados- en las administraciones públicas, los colegas mediáticos y el “capitalismo de amiguetes”, que aunque al país les vaya mal a ellos, en cambio les va muy bien, no dejan de ser una escuálida minoría de votantes; la inmensa mayoría resulta perjudicada en beneficio de aquellos.

La explicación de esta aparente contradicción sociológica la descubrió perspicazmente Mancur Olson en su espléndido ensayo La lógica de la acción colectiva (1965), en el que describe “el enorme poder de grupos pequeños de interés muy bien organizados en forma de lobbies para apropiarse de recursos del Estado a costa del resto de los ciudadanos. La lógica de esta acción colectiva consiste en que los pocos se benefician muchísimo a costa de los muchos, que costean un poco cada uno a aquellos. Los primeros tienen grandes incentivos en conseguir sus objetivos, mientras que los demás perjudicados tienen muchas dificultades y limitados incentivos económicos individuales para evitar las acciones “extractivas”.

Cuando la sucesión de pérdidas colectivas resulta tan evidente frente a las ganancias de quienes viven dedicados a la política –véase el mastodóntico gobierno de ahora– y sus allegados, una sociedad –todavía abierta– responsable debiera abominar cuanto antes del “nuevo marxismo” protagonizado por Sánchez, tras la renuncia al antiguo que hace medio siglo protagonizara Felipe González.

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