Dice la alcaldesa de Vic que malinterpretamos las palabras que ella misma escribió y dijo en voz alta, con luz y taquígrafos, en la cámara catalana. Es decir, ella no es racista y los demás somos gentuza de mente sucia e intenciones aviesas. Lo mismo que cuando el 1-O, en el que los malvados fueron las fuerzas de seguridad del estado. Los violentos fueron los uniformados, no quienes rompían el ordenamiento constitucional porque, al fin y al cabo, aquello solo iba de votar y si los colegios estaban abiertos era porque tenían programadas actividades. Siempre la excusa cuando comprueban que no se han salido con la suya, siempre el subterfugio cobarde de quien vive instalado en el mal que conlleva, forzosamente, la mendacidad y el engaño.
Ahora que el gran Albert Boadella ha puesto en cartel una de sus brillantes obras sobre el gran pintor y autor teatral catalán que fue Santiago Rusiñol – solo la podremos ver en Cataluña, en Tarragona, en única función este 29 de febrero en el Teatre Tarragona porque el boicot hacia el fundador de Els Joglars es digno de aquellos boykott que sufrieron los judíos con Hitler – bueno será recordar que el autor del Auca del senyor Esteve sostenía que engañar a los hombres de uno en uno es bastante más difícil que engañarlos de mil en mil, de ahí que el orador tenga menos mérito que un abogado. El separatismo optó hace mucho tiempo por el engaño al por mayor, y por eso buena parte de la sociedad catalana se ha sumado a la nauseabunda mixtificación que sostiene la innata bondad de su causa y la terrible ignominia de quienes no la compartimos. Es un maniqueísmo infantil, bárbaro y peligroso, porque paraliza nuestra sociedad de forma que será muy difícil volverla a hacer andar.
El separatismo optó hace mucho tiempo por el engaño al por mayor, y por eso buena parte de la sociedad catalana se ha sumado a la nauseabunda mixtificación que sostiene la innata bondad de su causa y la terrible ignominia de quienes no la compartimos
Solo por eso, por decir que hay catalanes a los que puede distinguirse a simple vista, por llamar botifler a cualquiera que no comulgue con el líder, a decretar la muerte civil del disidente, a inventase una historia que nunca tuvimos y un mandato popular que jamás existió, se deberían exigir responsabilidades entre aquellos políticos que tuvieron arte y parte en este despropósito. Dudo que tal cosa llegue a suceder, pero tengo por seguro que, si llegase ese higiénico momento, no encontraríamos a ninguno que tuviese la gallardía de reconocer que cree que es mejor por ser catalán, por hablarlo, por pensar en la república catalana, que alguien que no piensa así. Ninguno se reconocería supremacista, racista o, simplemente, partidario de una Cataluña independiente con ciudadanos de primera y de segunda en la cual los funcionarios públicos deberían declarar oficialmente su adhesión a ese nuevo estado, so pena de ser purgados, tal y como hizo Franco en su día.
Nunca dirán que experimentan una sensación de superioridad ante los charnegos, como ellos dicen, de Cornellá, Badalona, Santa Coloma o Sabadell. La revolución de los burgueses ni se lo plantea, de la misma manera que nunca se ha parado a reflexionar acerca de si son mejores o peores que su servicio. Están ahí para hacerles los trabajos que ellos no desean y punto. La frase “Aquí te hemos dado de comer y así nos lo pagas, votando a partidos que no son de casa” es de uso tan común en mi tierra como lo era la de aquella tristísima Alemania en la que se decía “Los judíos son unos desagradecidos con nuestra patria, que les ha dejado vivir aquí mientras que ellos se han pasado la vida robándonos”.
No. Nadie se declarará culpable de nada, porque hacerlo sería reconocer que son racistas, asunto que va más allá de si Cataluña es esto o aquello.
No. Nadie se declarará culpable de nada, porque hacerlo sería reconocer que son racistas, asunto que va más allá de si Cataluña es esto o aquello. Me los imagino poniendo caras de sorpresa ante el tribunal. Igual que en Nuremberg. Tienen en común que todo lo hacían por amor a la patria, al sano pueblo, a sus compatriotas. Nadie dirá que fue culpable, pero lo son, y ya que no los tribunales humanos, será el inapelable juicio de la historia, que no es de nadie, quien los ha de condenar por la peligrosísima semilla que han sembrado a conciencia durante décadas. De momento, los implicados en el intento de golpe de estado empiezan a gozar de permisos penitenciarios pudiendo salir a pasar el día fuera de la cárcel. Pero Clío, musa de esa historia a la que hacía referencia, será inmisericorde. Recuérdenlo.