Ciudadanos nació como una formación anti nacionalista, social demócrata, intelectual y vocación de Pepito Grillo en una sociedad, la catalana, en la que el pujolismo era hegemónico y el PSC su acomplejado comparsa. Ese èlan vital movió a miles de personas a acercarse al único partido que hacía de la lucha contra aquel separatismo disfrazado de cordero su motivación. Las primeras contradicciones surgieron al tener que convivir en su seno gentes venidas desde sectores opuestos en lo ideológico, estallando al dar el salto a la política nacional. La crítica que más se escucha estos días es la marcha de sus dirigentes más emblemáticos hacia otras arenas: Rivera, Girauta, Nart, Arrimadas e incluso Jordi Cañas.
¿Por qué ese abandono de la trinchera? ¿Qué ha ganado C’s con esa maniobra, salvo perder peso en una Cataluña en la que se vindicó como primera fuerza política en las pasadas autonómicas? Uno de los motivos, acaso no el menor, sea exportar el modelo reformista al conjunto del estado, con la intención de disponer de una mayor palanca para elaborar los cambios que España precisa. Es evidente que en el Parlament se podría haber redactado una ley electoral propia, de la que esta autonomía carece, pero también parece sensato hacer lo propio a nivel de todo el territorio nacional, con un nuevo sistema basado en la doble vuelta, las listas abiertas, el diputado por circunscripción, primar la lista más votada para gobernar o el mínimo del tres por ciento para ostentar representación en el congreso. Nada que objetar.
Que la política se hace en Madrid es evidente, porque ahí radica el parlamento nacional; que sea incompatible con la principal misión del partido naranja, luchar contra el separatismo en su propio terreno, no. Abandonar un frente para irse a otro, por más buena intención que se tenga, no es inteligente ni honesto de cara a quienes se quedan batiéndose el cobre con una precariedad notabilísima. Porque, con todos los respetos, la señora Lorena Roldán no parece entusiasmar ni a los suyos, mucho menos a los demás, y así es más que predecible que el resultado en las próximas catalanas no sea equiparable al que obtuvo Inés. Ni de lejos. Ya no porque Roldán participase en la Vía Catalana, lo que, bien explicado, incluso podría ser bueno al tratarse de alguien que supo rectificar a tiempo, sino porque, para ser sinceros, carece del carisma de Inés.
Es lamentable dilapidar así un capital que hubiera podido dar la vuelta a la tortilla en mi tierra, ahíta de tanto profeta de la nada, de tanto patriota hiper remunerado, de tanta vacuidad subvencionada
Tras el fracaso del experimento Valls, Ciudadanos parece encontrarse desnortado en mi tierra y eso es preocupante en quien tanta ilusión supo generar. Añadamos que los fundadores del partido lo van abandonando en dramático goteo, como Francesc de Carreras, el último. La sensación del no es esto, no es esto, se vive de manera intensísima y dolorosa en el votante naranja. Mucho nos tememos que la hora de esta formación liberal haya pasado en Cataluña, por demérito, y toque volver a lo de siempre: un bloque separatista más o menos mayoritario, un PSC que remonta, un neo comunismo ganguista y un PP minoritario. ¿El guión? Ya saben: la inmersión no se toca, TV3 se blinda, referéndum o similar a medio plazo, en fin, el chalaneo de costumbre. Constatamos lo paradójico que es ver a la resistencia más organizada y combativa que los partidos constitucionalistas. Para quienes se sienten desacomplejadamente españoles y catalanes, hay más aliciente en el asociacionismo que en política.
Es lamentable dilapidar así un capital que hubiera podido dar la vuelta a la tortilla en mi tierra, ahíta de tanto profeta de la nada, de tanto patriota hiper remunerado, de tanta vacuidad subvencionada. Los laureles de Rivera, quizás, acabe por recogerlos Alejandro Fernández, político de raza, imbatible en lo dialéctico, auténtico martillo de herejes de Torra, inteligente y, lo mejor de todo, sin la menor intención de abandonar su tierra.
Si no sabe rectificar, nadie hablará de Rivera en Cataluña dentro de poco. Los tiempos en política han de ir acompañados por las oportunidades, así como de saber leer al electorado. Ahí radica su error estratégico. España no es Francia, ni él es Macron. No era esto.