Juan Guaidó lleva seis meses al frente de la oposición venezolana pero se diría que lleva seis años. Desde el pasado mes de enero todo gira en torno a él. El balance de estos meses es agridulce. Por un lado ha devuelto la esperanza a muchos venezolanos y ha conseguido que el mundo por fin sea consciente de la tragedia y actúe en consecuencia. Ha obligado, en definitiva, a que muchos gobiernos se mojen en este asunto. Por otro, se ha columpiado en un par de ocasiones dejándose en evidencia y mostrando las limitaciones de su liderazgo.
Ni el plan para introducir ayuda humanitaria en Venezuela desde Colombia y Brasil del mes de febrero ni la "Operación Libertad" del 30 de abril, que pretendía derrocar al régimen desde los cuarteles, han funcionado. Maduro sigue en el poder, apoyado sobre la Fuerza Armada en el interior y por socios como Irán, Rusia o China en el exterior. No es gente muy recomendable ni la mejor carta de presentación, pero se ha demostrado efectivo.
Fruto de esto, la situación está atascada. El régimen sobrevive aunque muy desgastado, machacado a sanciones internacionales y capeando la peor depresión económica de la historia de Venezuela, un país del que han salido ya cerca de cinco millones de refugiados, la mayor parte de ellos en los dos últimos años. La cuestión, por tanto, es cómo desbloquear este endiablado escenario. El tiempo corre y no precisamente a favor del venezolano de a pie, que padece todo tipo de privaciones y vive en lo más parecido a una economía de guerra.
Es posible que Maduro esté dispuesto a conceder algo más, pero no su cabeza, que debe ser una condición ‘sine qua non’ para cualquier acuerdo
Guaidó podría aguardar acontecimientos o avenirse a una negociación que el chavismo reclama desde hace meses. Ojo, no es la primera vez que el régimen y la oposición negocian una salida pactada. A principios del año pasado, a instancias de José Luis Rodríguez Zapatero, se celebró una ronda de negociaciones en Santo Domingo. Fueron un fracaso sin paliativos. Maduro necesitaba tiempo para ir avanzando en su constituyente y lo obtuvo.
Después de marear la perdiz durante días, los enviados de Caracas pusieron un acuerdo sobre la mesa para que la oposición lo firmase, cuando éstos hicieron una serie de observaciones el Gobierno se levantó de la mesa y al día siguiente convocaron elecciones para el mes de mayo. Aquello de Santo Domingo fue una pantomima vergonzosa, una jugada que a Maduro le salió redonda y que dejó a la oposición noqueada durante meses.
Estamos ante una situación muy parecida aunque, eso sí, el régimen anda mucho más debilitado que hace año y medio. Es posible que Maduro esté dispuesto a conceder algo más, pero no su cabeza, que debe ser una condición sine qua non para cualquier acuerdo. Con menos de eso Guaidó no tendría ni que prestar oídos. Porque lo que no tiene mucho sentido es que, después de haberse desgañitado en la calle y en los medios de todo el mundo tachando a Maduro de usurpador, ahora transija y se siente a negociar con él, aunque sea por persona interpuesta.
Es obvio que de un modo u otro el chavismo y los opositores tendrán en algún momento que negociar la transición, un gobierno de concentración nacional y la fecha de las elecciones, pero nunca antes de que Nicolás Maduro y su camarilla hayan abandonado el poder; ya para ponerse en manos de la Justicia, ya para huir del país y refugiarse en Cuba. Por camarilla hay que entender a la práctica totalidad de su gabinete y a delincuentes como Diosdado Cabello, acusado de numerosos casos de corrupción y de acaudillar el cártel de los soles, un grupo formado por altos mandos de la Fuerza Armada Bolivariana que se dedica al narcotráfico.
¿Está dispuesto Guaidó a ir a elecciones con Maduro en Miraflores y todo el dispositivo cubano de fraude electoral funcionando a pleno rendimiento?
Guaidó lleva meses repitiendo la tripleta del fin de la usurpación, el Gobierno de transición y las elecciones libres, lo que supone una enmienda a la totalidad de un régimen al que considera ilegítimo y, por lo tanto, incapacitado para cualquier tipo de negociación más allá de una rendición pactada previamente. La ronda de Barbados no es una rendición, es volver a poner la cara para que se la partan como ya hicieron en Santo Domingo y, ya de paso, perpetuar la ficción de que Maduro y sus compinches representan algo o a alguien.
Porque, seamos sinceros, ¿qué pueden ofrecer ambas partes para desbloquear esto?, ¿va acaso Maduro a aceptar marcharse por las buenas?; ¿está dispuesto Guaidó a ir a elecciones con Maduro en Miraflores y todo el dispositivo cubano de fraude electoral funcionando a pleno rendimiento? Eso por no hablar del hecho mismo de que a unas elecciones se presentaría el propio Maduro, un tipo que ha pisoteado la Ley y los derechos humanos de miles de venezolanos y ha subvertido el orden constitucional de un modo consciente y deliberado.
No, con alguien así no hay diálogo posible. Es simplemente absurdo y constituye un insulto para las víctimas del chavismo y para los presos políticos que se pudren en las cárceles del régimen. Hace poco más de un año Maduro formalizó la declaración de guerra contra su país desconociendo a la Asamblea Nacional democráticamente elegida. Él mismo se puso fuera de la Ley y debe arrostrar las consecuencias, no recibir el reconocimiento -por muy parcial que sea- de una oposición a la que persigue, encarcela y asesina siempre que lo cree conveniente. Guaidó le está haciendo ese regalo a sabiendas de que el coste del mismo puede terminar siendo inasumible para Venezuela.