Acaban de anunciar el fin de eso que se denomina ‘ongi etorri’. Es decir, el fin de las hordas celebrando por las calles, a la vista de todos y con el debido alborozo, la puesta en libertad de cualquier asesino de la banda terrorista ETA. No hace tantos años, en San Sebastián un “ongi etorri” exaltó y celebró la puesta en libertad de un asesino de cinco personas a base de percutir cinco petardos simulando el ruido de cinco disparos correspondientes a cada uno de esos cinco asesinatos cometidos por el homenajeado. Hiela la sangre.
Hay quien se felicita con la noticia. Pasos en la buena dirección, nos dicen. Como si les debiéramos algo. No. Por dejar de jalear el crimen, no les debemos nada. Que sea buena noticia es otra cosa: cesar en dar hurras a la barbarie siempre lo es.
Lo extraordinario es que los presos terroristas hayan tardado dos años en tomar esa decisión propiciada y rápidamente hecha suya por Bildu. ¿Se imaginan? Lo que para cualquier persona es una decisión de un segundo, a ellos les lleva dos años. Y todavía hay disidentes, se nos dice. Es una buena muestra de la catadura moral de esta gente.
La cuestión está donde estuvo siempre: dar la batalla frente a la barbarie, completar la victoria contra el terrorismo derrotando a sus herederos en las urnas
No. El asunto no está en lo que hagan o dejen de hacer con los “ongi etorris”, que también, un cuento y mentira de exaltación de la muerte que lleva años provocando la vergüenza para todos, también a la vista de todos. La cuestión está donde estuvo siempre: dar la batalla frente a la barbarie, completar la victoria contra el terrorismo derrotando a sus herederos en las urnas, de manera que no tengan al alcance pintar ni contaminar absolutamente para nada la vida política de nuestro país.
Recordar las palabras de Otegui ajenas a cualquier petición de perdón, a cualquier sentimiento de culpa, centradas únicamente en sacar a la calle a sus 200 presos: “La madre de todas las batallas”. Y, además, hacerlo lo más rápidamente posible, nos dice él mismo.
Por eso, resulta ofensivo y profundamente alarmante auparlos como socios estratégicos en la gobernación de España, precisar sus votos parlamentarios, aprobar los presupuestos con ellos. En más de cuarenta años de democracia desde la Transición no se había visto nunca semejante despropósito, las cosas estaban claras, a derecha y a izquierda, siempre se supo con quién nunca se podía ni se debía pactar.
Todo esto ha cambiado, y no conocemos ninguna ponencia política, ningún congreso de partido en que se haya acordado semejante mutación política. No parece legítimo que después de todo lo pasado, de todo lo sufrido durante décadas, se adopte una posición que se da de bruces con nuestra historia común y que a todos nos alcanza.
Se trata de que sean ellos quienes desistan, quienes pierdan toda esperanza de conseguir desmembrar el funcionamiento de nuestro Estado democrático y de derecho. En suma, el precio para ellos no puede ser otro que su propia derrota
Es del todo irrelevante que Otegui y los suyos simulen pedir un perdón o cualquier clase de falsario pesar por lo que hicieron, cuando a cambio les dejamos seguir ensanchando políticamente lo que es su auténtico objetivo para luego desde dentro poder “tumbar el Régimen”.
No se puede renunciar a lo único que importa, que no es sino completar la victoria contra el terrorismo con una victoria política que los reduzca a la nada a la hora de condicionar el funcionamiento de nuestra democracia. Se trata de que sean ellos quienes desistan, quienes pierdan toda esperanza de conseguir desmembrar el funcionamiento de nuestro Estado democrático y de derecho. En suma, el precio para ellos no puede ser otro que su propia derrota. No es posible que nadie, ni a izquierda ni a derecha, se permita bascular sobre la opción de un acuerdo con ellos. Se trata de que ese acuerdo es imposible, y así debe ser proclamado.
Es suicida que el clima de polarización política en España, que alcanza un nivel cismático, les permita obtener cualquier rédito político, la posibilidad de intervenir en la vida democrática de nuestro país. Mientras esa posibilidad exista el riesgo estará ahí. Asistiremos a un debilitamiento permanente de nuestras propias posiciones, de nuestras instituciones, de nuestro propio orden democrático y constitucional, en fin de nuestra propia convivencia en Paz.
No. La decisión no puede quedar en manos de mecanismos propios de un caudillo, que sube o baja el dedo pulgar a su inextinguible y exclusiva voluntad. Quien así pretende actuar lo pagará muy caro, de la misma manera que nos lo hará pagar muy caro a todos. No se puede incorporar a la bestia nunca. Porque la bestia, en la voluntad declarada de Otegui, que consiste en que 200 terroristas asesinos, hoy en prisión, salgan a la calle lo antes posible, no cederá en su posición. Si su propósito, a plena luz del día y sin lugar a equívocos para nadie, consiste en desestabilizar nuestro orden democrático, sancionado en las urnas mil veces por los ciudadanos en estos más de cuarenta años, no hay equívoco posible en el orden de la pelea: son ellos o somos nosotros, la abrumadora mayoría de todos los españoles.