Es fácil vaticinar que la votación del pasado jueves en el Congreso de los Diputados sobre la reforma laboral se traducirá en mayor polarización y tensión política. Pero no es solo eso ni mucho menos. “Pucherazo” es la consigna en que media Cámara se escuda; “gol en propia meta”, se revuelve la otra mitad. Se trata de un espectáculo indignante y bochornoso, de una falta de respeto a los ciudadanos por parte de nuestros representantes públicos que lo son de todos nosotros, y que parecen no saber ni quiénes son, ni dónde están, ni qué representan. Un espectáculo lamentable de verdad, de la más baja estofa.
Y aún se oye la palabra transfuguismo, aplicada a dos diputados de UPN. Se oye esa palabra al tiempo que descubrimos que había un pacto con la dirección de ese partido en Navarra para votar sí a la reforma laboral: inundar de subvenciones el Ayuntamiento de Pamplona y retirar una propuesta de reprobación de su alcalde perteneciente a UPN. Si tales fueron los términos del pacto –no desmentidos hasta donde sabemos-, sería todo un retorno al caciquismo, que llevaría a preguntarnos cuál sea la naturaleza y el coste de los pactos que se trazan a escondidas en cualquier lugar de nuestro país.
Todo esto hace un espectáculo bochornoso de la política española, que da una imagen deplorable de nuestro país. Cómo vamos a poder hablar de gran política, con quiénes y con qué países nos vamos a comparar a la luz de estos hechos vergonzosos que nos humillan un poco más cada día.
Así viene siendo desde que la presente legislatura comenzó a rodar hace ya más de dos años. Legislatura dirigida y presidida por el PSOE, con unos aliados imposibles y peligrosos que convierten al partido socialista en un partido irreconocible respecto de su historia, y en la que se echa en falta un programa que represente auténticamente un proyecto de país. Por el contrario sólo se alcanza a adivinar un galimatías constante en que resalta por encima de todo la constatación de que así no se gobierna en ningún país de Europa.
Dejar la configuración de la mayoría parlamentaria al PSOE junto a un partido antisistema y populista, negacionista de la Constitución de 1978, como es Podemos, o bien a fuerzas nacionalistas bañadas en nacionalismo supremacista, como es el caso de ERC, y no digamos en fuerzas legatarias del terrorismo como es a todas luces Bildu, constituye una aberración de la que necesitamos apartarnos cuanto antes.
Contemplemos los países vecinos más importantes de la Unión Europea: Francia, Italia, Alemania, las recientes elecciones de Portugal; nos dan lecciones
No hay, repito, país alguno en la Unión Europea donde se gobierne en semejantes circunstancias. Como si, en definitiva, el juego político en España no pasara de ser un reparto de mandobles gratuitos que se dispensan unos contra otros. Por contra, contemplemos los países vecinos más importantes de la Unión Europea: Francia, Italia, Alemania, las recientes elecciones de Portugal; nos dan lecciones, en donde los ciudadanos optan por la estabilidad, por la previsibilidad, por la seguridad, y se alcanza un equilibrio entre el impulso ciudadano y los actores políticos; donde los extremismos están descatalogados a la hora de gobernar.
Probablemente, nuestra política nacional tan depauperada por una clase política que tanto deja que desear no dé para otra cosa significativa que agravar el cainismo que ya nos va devorando como en tantos episodios de nuestra historia moderna. Pero lo que es inadmisible es la incapacidad para llegar a acuerdos, aunque sea a uno sólo, entre los dos partidos centrales de nuestro escenario político, PSOE y PP. No puede ser que ambos partidos se miren con el único propósito de destruirse el uno al otro, entre acusaciones tan subidas de tono como vacías de contenido. Y entretanto dejen la gobernabilidad de nuestro país en manos de minorías sectarias y destructoras de nuestra convivencia que tanto nos ha costado conseguir y que tanto bienestar y prestigio nos dio.
Al final, van a conseguir que la ciudadanía les contemple con una desconfianza y una distancia insuperables, propias de quien sabe que todos los ofrecimientos que pretendan entre ambos serán con cartas marcadas, incapacitados como están para lo más elemental de la acción política, constatar que el adversario también existe e incluso puede tener razón.
“Demasiados retrocesos” de esta España de nuestra historia moderna, con una tendencia a reencontrarnos con lo peor de nuestro pasado
Sí, a fuerza de tanta degeneración, ante la pantalla del telediario de cada día lo que emerge ante nosotros es un país ingobernable, un país que recordábamos en blanco y negro, que creíamos olvidado para siempre por fortuna y que reaparece mostrándonos su peor aspecto de intolerancia, falta de respeto y sectarismo, todo ello propalado por nuestros representantes políticos.
Otra vez, “Demasiados retrocesos”, como apuntó el historiador Santos Juliá. “Demasiados retrocesos” de esta España de nuestra historia moderna, con una tendencia a reencontrarnos con lo peor de nuestro pasado. Ese que creíamos superado merced a la obra de la Transición, de la Constitución de 1978 convertida en la casa común de todos los españoles y viga maestra de nuestra democracia, en la ambición de construir entre todos la mejor España.
No se puede gobernar con los peores porque entonces será lo peor lo que tengamos, un país en declive, con el nervio perdido, de irrelevante nivel en el concierto de las naciones, desconectado de las coordenadas que se abren en Europa. No, definitivamente no. Los españoles no nos lo merecemos.