Tengo por costumbre empezar el día escuchando algunos resúmenes de prensa. Antes he visto los periódicos y sus portadas. Leo a continuación a algunas columnas de opinión, por lo general a los mismos analistas. Así como ya no leo algunos periódicos y jamás escucho determinadas radios, me fío de los columnistas que me fío. Nunca creí que llegaría a ser así, selecto y meticuloso en mis inquietudes periodísticas, pero es la verdad y noto que me sirve para cuidar un poco mi salud mental. Incluso con nombres de confianza y probada solvencia; compañeros que ponen su nombre y apellidos al final de sus crónicas y que beben de fuentes informativas probadas y no de charcos infectos, voy del esfuerzo inútil a la melancolía. Quiero decir, por si no se me nota, que cansa ya tanto grito en el desierto. Y digo que siendo como es la Prensa una institución necesaria para una democracia que se precie de serlo, en España su utilidad empieza a ser discutida y discutible, parafraseando a Zapatero cuando hablo de España como concepto. En realidad, qué cosa hay ya que no sea eso, discutible y discutida. A ver, piense y escriba el nombre de tres instituciones que brillen por su decencia y claridad que yo no doy con ellas.
Los mejores columnistas, hombres y mujeres, escriben y analizan la situación, ponen nombres a los desatinos de la política; señalan a los cargos sospechosos de corrupción. A cónyuges que se aprovechan de su condición de esposa del presidente -“Ese”, le llama Trapiello, que ya no puede ni quiere nombrarlo- para hacer negocios con la ayuda de asistentes que pagamos los españoles. Salén Koldos, Ábalos, Aldamas, Titos Berni, comisionistas, intermediarios y otros especímenes que ven cómo las denuncias que la prensa publica con fundamento, datos y precisión no van a ninguna parte.
La risa del fiscal general
Antes de la gota fría, el último escándalo, uno más en el reino de Pedro Sánchez, fue el de un fiscal general al que la Guardia Civil, por orden del Supremo, le entró a su despacho en busca de documentos, móviles y correos electrónicos por presunta revelación de secretos. Parece que fue hace mucho, dos semanas nada más. ¿Y qué pasó? Nada pasó. Ahí sigue el fanfarrón de Álvaro García Ortiz, para el que la palabra vergüenza no existe o no significa lo que dice la RAE: Turbación del ánimo ocasionada por la conciencia de alguna falta cometida, o por alguna acción deshonrosa y humillante. Es curioso, cada vez que lo veo en la televisión Álvaro García Ortiz se está riendo. De nosotros, claro, eso es lo que me parece mientras piensa de esta manera: publicad, hablad, señalar. Nada me afecta mientras me apoye mi señorito, debe de pensar este don Álvaro al que no le falta amo que le cuide y guarde su sino, dicho sea con el permiso del duque de Rivas.
Que alguien dimita
No hacía falta una prueba tan dura como está para saber en qué manos estamos. Incluso hay equilibrados analistas que siguen pidiendo, en el nombre de las víctimas sobre todo, que haya alguien, no sé, un auxiliar administrativo, el portero de la Confederación del Júcar, quizá el bedel del Ministerio de para la Transición Ecológica de la silente Teresa Ribera, o, quién sabe, el guardia de seguridad que sube la barrera en La Moncloa, quizá un sargento de la Guardia Civil o de la Policía Nacional en el ministerio de Marlaska. Alguien, por favor, que se responsabiliza, clama la prensa. Sucede como en el memorable estrambote cervantino: "Fuese, y no hubo nada".
La confianza, según Feijóo
Vi el lunes a Alberto Núñez Feijóo hablando a los suyos. Serio, con el rictus pelín desencajado y una mirada en la que está más claro el quiero que el no puedo. Lo que piensa de Mazón se lo guarda, pero no hay que ser muy hábil para adivinarlo. Por eso me sorprenden sus palabras y esa extraña admonición en la que advierte que ya no caben errores en Valencia. Y, sin embargo, ya cupo el ERROR, qué más hay que esperar. Juega Feijóo con las palabras como si fuera un poeta aficionado: "La confianza, cuando se ha resentido, hay que volver a ganarla". Pero la confianza no se juega en un campo de fútbol donde se pierde y se gana en minutos. Es otra cosa más seria. La confianza, como la fe, el amor y la cordura, cuando se pierde, ya no se vuelve. O si se vuele es de aquella manera. No hay ser humano, ni votante propio o ajeno, que recupere la confianza en alguien que lo ha engañado gravemente. Mazón está ante una labor imposible.
Mazón cambia a su portavoz, que ya lo era, y ahí se planta. El presidente valenciano es un cadáver, un muñeco de feria que será convenientemente rifado por su partido o por los electores
Nadie responde tras la muerte de 226 personas y 14 desaparecidos. Mazón cambia a su portavoz, que ya lo era, y ahí se planta. El presidente valenciano es un cadáver, un muñeco de feria que será convenientemente rifado por su partido o por los electores. Antes tú que yo, ha de estar pensando Feijóo.
Teresa Ribera, a lo suyo, que ella quiere ser comisaria y vicepresidenta en Europa y nada tiene que ver con que la Confederación del Júcar llevará 15 años sin limpiar el cauce del Poyo, pese a que se acumulaban las peticiones de agricultores y ecologistas. Y Marlaska, qué decir de un juez que antes de ser ministro apuntaba maneras de magistrado serio, riguroso y nada complaciente con el poder. ¿Pretenderá ganar la confianza perdida cuando vuelva a ponerse la toga?
Y así un día, y otro, y otro. Y nunca pasa nada. Lector amigo, cómo cansa esto. Creo que era el añorado Labordeta, en sus memorables conciertos durante la Transición, el que terminaba su actuación así: "Y recordad, ¡aquí nunca pasa nada!" Y entonces el público gritaba: "¡Pero algún día pasará!" Los días pasan y pesan más aún cuando los escándalos no se sustancian, que es la forma cursi de no hablar de dimisiones.
Hoy por hoy es un presidente que no ya puede ir a ninguna parte de España sin que le armen una broca, no ha vuelto a pisar Valencia y posiblemente no lo hará. Valencia no, pero Brasil sí. Él y su esposa Begoña Díaz se han ido a Brasil, a la Cumbre de G-20,
Pedro Sánchez, que definitivamente hoy por hoy es un presidente que no ya puede ir a ninguna parte de España sin que le armen una broca, no ha vuelto a pisar Valencia y posiblemente no lo hará. Valencia no, pero Brasil sí. Él y su esposa Begoña Gómez se han ido a Brasil, a la Cumbre de G-20, donde nuestro presidente apoyará el impuesto a las grandes fortunas que defiende Lula da Silva. Y quizá por esto y desde la Ceoe, Antonio Garamendi ha encontrado la palabra clave para explicar cómo se nos gobierna aquí y ahora: a bandazos. El empresario habla de la reforma fiscal que prepara la ministra de Hacienda, y de ahí su lamento, una voz más que sigue clamando en el desierto sin que suceda nada: “Con bandazos cada tres días ¿Quién va a invertir aquí?”
Lo demencial se hace costumbre
Hemos normalizado la excepción y la rareza. Sin duda, la más dolorosa es que los llamados a asumir responsabilidades no quieran dar explicaciones cuando la necesidad lo impone. Que con tanta condescendencia y chulería el presidente anuncie que irá a dar explicaciones al Congreso un mes después de la Dana, me hace pensar que no existen palabras para explicar algo así. Si no respeta a los diputados, incluidos los suyos, al menos que respeto a los muertos. Y a sus familiares, que se quedan entre nosotros para recordarnos por mucho tiempo el día de la infamia.
Seguiremos a lo nuestro, señalando y recordando, lo que a tenor de los resultados hacemos con más voluntad que acierto. Al menos, como escribió el poeta Juan Ramón Jiménez, que las bocas no cesen mientras lo absurdo y demencial se hace costumbre. España, por ejemplo.