Apenas nos damos cuenta, pero todos los que estamos vivos hoy, y que tenemos más de cuarenta años, hemos vivido un acontecimiento histórico de la misma magnitud sísmica que la invención de la imprenta. El antes de internet y el después de internet se parecen tanto como un huevo a una castaña. La comunicación instantánea ha cambiado absolutamente nuestra forma de vivir, de relacionarnos, incluso ha modificado nuestro cerebro, el órgano más plástico de nuestro cuerpo, quitándonos capacidad de concentración pero potenciando su creatividad ante las nuevas posibilidades a su alcance. Las redes sociales, a las que tantas veces acompañamos del adjetivo tóxicas, no son más tóxicas en sí mismas que el dispositivo desde el que las utilizamos. Es el uso que hacemos de ellas lo que es tóxico, es el manejo que hacemos del bisturí recién afilado de una tecnología nueva, aún por descubrir en toda su complejidad, lo que puede perjudicarnos, o no hacerlo. La comunicación instantánea de ideas puede llevarnos a un desarrollo infinitamente más rápido que el que conocimos nosotros mismos en nuestra juventud, aquella de antes de la imprenta. También las redes han permitido el descubrimiento de grandes talentos ocultos. Al segundo de ocurrir una desgracia o una noticia ya empezamos a recibir memes de una brillantez muchas veces inesperada, creados anónimamente para el disfrute de todos. No hay ego en los memes. Por eso, quizá, son la primera manifestación madura de la nueva era que está naciendo.
Es mucho más nociva Instagram, que con sus modelos de vida inalcanzables y falsos de toda falsedad genera en sus usuarios la ansiedad y la tristeza de saberse un perdedor sin remedio. No tendrán esa vida, ni harán esos viajes, ni conseguirán esos amores
De entre todas las redes sociales la que peor fama arrastra es X, el antiguo Twitter, bautizada de nuevo por su dueño Elon Musk con su letra-símbolo favorita. La X como incógnita a despejar, como núcleo de la ecuación, como futuro, como el 10 romano. Se habla de ella como si fuera un lodazal en el que sus usuarios se revuelcan con grave riesgo para sus niveles de cortisol y la longitud de sus telómeros, llevándonos a todos los que participamos de la plaza pública virtual a una vejez prematura y rabiosa. Me atrevo a discrepar. Es mucho más nociva Instagram, que con sus modelos de vida inalcanzables y falsos de toda falsedad genera en sus usuarios la ansiedad y la tristeza de saberse un perdedor sin remedio. No tendrán esa vida, ni harán esos viajes, ni conseguirán esos amores. Por cada influencer que publica sus contenidos millones de influidos se sienten peor con sus vidas como consecuencia de compararse con lo que se les vende como real no siéndolo.
Al que se abre cuenta en X no le pasa eso. No corre el menor peligro de quedar deslumbrado por la vida de nadie ni es probable, además, que se la expliquen porque no se le toleraría. No hay paciencia suficiente para las historias personales. Se viene a leer lo que pasa en el mundo en el mismo momento que pasa a manifestar tus ideas, a discrepar y coincidir vigorosamente, a enterarse de las cosas y a contar lo que se sabe. Se viene a leer los comentarios y las respuestas, a reírse con la genialidad de algunos y a defenderse de los insultos de otros. Con el tiempo se hacen amigos con enorme distancia y mayor prudencia, se localizan las cuentas que merecen ser seguidas y las que merecen ser bloqueadas. Estar en X es tener el dedo en el pulso airado, caliente y confuso de la vida. Y es además un aprendizaje rapidísimo en el arte de la contestación rápida y efectiva. Si se maneja bien el cuchillo, uno se corta poco y se divierte y se entera de mucho.
El twitter de ideas de centro-derecha jugaba con cartas marcadas. Menos seguidores, menos visibilidad, cientos de denuncias coordinadas, expulsiones de la red. Lo que se permitía a los tuiteros de Podemos era impensable para los de Vox
Pero resulta que hasta que Musk, uno de los usuarios más entusiastas de la red, tanto que, en los años previos a su compra de la empresa, su cuenta formaba parte de un reducidísimo grupo de cuentas importantísimas por el tráfico y la repercusión que generaban, junto a la de Jack Dorsey, cofundador y CEO de Twitter y el propio Donald Trump hasta que fue expulsado, no se hizo con ella, la neutralidad de la compañía, es decir, del árbitro, brillaba por su ausencia. El twitter de ideas de centro-derecha jugaba con cartas marcadas. Menos seguidores, menos visibilidad, cientos de denuncias coordinadas, expulsiones de la red. Lo que se permitía a los tuiteros de podemos era impensable para los de Vox. Como dijo Monedero en su primer tuit, y me disculparán la transcripción exacta, “ ¡coño, pero si esto está tomado por los rojos! ¡Que alegría!”.
La fiesta duró más de diez años. Los independentistas catalanes encontraron también en Twitter el campo ideal para las luchas vicarias en tiempos del procés. En tiempos de silencio forzoso para los catalanes que no comulgaban con el golpe, abrirse una cuenta en twitter era la única manera de gritar su desacuerdo, su indignación y hasta su existencia. Pero hete aquí que Musk cambió las reglas del juego igualando a todos los usuarios. Se acabaron las expulsiones injustificadas o el ocultamiento de determinados tuits. Todos en las mismas condiciones cualquiera que fueran sus ideas. Con la guinda de un elemento nuevo, las notas, que los usuarios pueden añadir a los posts de otros corrigiendo los errores y señalando falsedades.
Asustados y rabiosos, han decidido hacerse un “me voy con la pelota” pero antes te lo anuncio y me despido con un texto largo y solemne como si mi falta fuera a notarse o le importara algo a alguien
Demasiada neutralidad para los usuarios de izquierdas españoles acostumbrados a manejar el cotarro a su voluntad. Asustados y rabiosos por la victoria de Trump, que pone de manifiesto que ya no son los que marcan el paso en las políticas culturales, que han perdido capacidad de influencia y que hay otras opciones y otras formas de pensar que tienen más impacto social que las suyas, y molestos porque ya no controlan ni amedrentan al ámbito opuesto, han decidido hacerse un “me voy con la pelota” pero antes te lo anuncio y me despido con un texto largo y solemne como si mi falta fuera a notarse o le importara algo a alguien. los que se han quedado han asistido regocijados al espectáculo, la salida apresurada de quien no sabe jugar si no tiene las cartas marcadas a su favor. El problema es que se han ido con la pelota pero sin la pelota, que todos sabemos que es de Elon Musk. La plaza pública que nos presta sigue siendo suya y nuestra, y si quieres estar en la conversación global hay que estar aquí. No sé si bluesky prosperará o se quedará en un mero intento, pero sin discrepancia no hay oxígeno. Se aburrirán y volverán, porque querrán saber, otra vez lo mismo, lo que pasa.
Y lo que pasa es que, mientras se iba de X lo mejor de la progresía local, IBM, Disney, Warner, Liongate y Discovery anunciaban su vuelta a la red después de su rabieta y vuelven a anunciarse en X.
Yo creo que esta es la noticia que de verdad le importa a Elon Musk. En cuanto a nosotros, los que nos quedamos, solo una cosa. Que los que se van en busca de prados más verdes o cielos más azules cierren la puerta al salir, pero sin pestillo. Que vuelvan cuando quieran. Les estaremos esperando.