En cualquier otro momento histórico, se podría afirmar que las protestas vespertinas de la calle madrileña de Núñez de Balboa son de un civismo ejemplar. Los manifestantes caminan en una dirección por una acera y vuelven por la de enfrente en la contraria. Los contenedores no arden, los escaparates no acaban hechos añicos y la policía no blande las porras. Incluso el sonido de las cacerolas sirve para camuflar los exabruptos que lanza alguno contra “el Gobierno de Sánchez y el coletas”. La policía, con mascarillas, pide por favor a los ciudadanos que no caminen por la carretera y que no se detengan mucho tiempo. Y la inmensa mayoría lo cumple.
Digamos que lo que ocurre cada tarde desde hace una semana no es precisamente comparable con 'correr delante de los grises', eso que todo dirigente del PSOE que se precie hizo en su día, aunque en los 70 no hubiera siquiera comulgado.
Todo lo que ocurre en el Barrio de Salamanca sería ejemplar si no se tuviera en cuenta que, en tiempos en los que la peste nos ha obligado a mantener una distancia de seguridad con los transeúntes y a practicar eso tan ridículo de 'saludar con el codo', aquí no se cumple esa exigencia. Quien trate de negarlo, sencillamente, no ha estado allí. Ahora bien, quien critique estas manifestaciones por su lugar de convocatoria -barrio acomodado- obvia su raíz y se quedan en lo superficial, lo que no habla muy bien de su capacidad analítica. Escribía Pablo Echenique hace unas horas que le llama la atención que todo esto suceda en una zona rica, con una renta de más de 60.000 euros al año. Extraña el argumento si se tiene en cuenta que vive allí y que el año pasado cobró un salario de casi 50.000, lo que no le convierte, precisamente, en un paria de la tierra.
Ocasiones diferentes
Ciertamente, entraña cierta contradicción que quienes criticaron -y con razón- las aglomeraciones del 8 de marzo se arremolinen en una de las calles mas angostas del Barrio de Salamanca para expresar su malestar con el Ejecutivo, pues aunque abundan las mascarillas, es muy probable que cada tarde alguno vuelva a su casa contagiado de coronavirus. Sin embargo, hay alguna diferencia evidente entre ambos episodios.
La primera es que en estas ocho semanas ha brotado un hartazgo en una parte de los españoles que no sólo se debe al confinamiento domiciliario y a la incertidumbre económica, sino también a los errores y negligencias que se han cometido en Moncloa, completados estos días por una falta de transparencia a la hora de especificar que hace sospechar que los motivos sanitarios no son más importantes que los políticos. No sólo en Madrid.
Basta escuchar el discurso que ha pronunciado el presidente del Gobierno este sábado para reafirmar que el Ejecutivo ha tomado el estado de alarma como una especie de cheque en blanco con el que manejar la situación obviando ciertos principios básicos del Estado de derecho y, desde luego, de la actividad política limpia y justa. Prolongar esta situación un mes más sin que el Ejecutivo ponga las cartas boca arriba sobre el la 'desescalada', sería irresponsable.
Basta escuchar el discurso que ha pronunciado el presidente del Gobierno este sábado para reafirmar que el Ejecutivo ha tomado el estado de alarma como una especie de cheque en blanco
Contra esa realidad, hay cientos de personas que han salido en los últimos días a la calle, a las 21.00 horas, para protestar contra el Gobierno. No lo hacen, como el 8-M, para respaldar un manifiesto que incluye todo tipo de dogmas anticapitalistas, más allá de los relativos a la igualdad. En este caso, la protesta tiene que ver con la deriva de un país que ha sufrido casi 30.000 muertos -según datos oficiales- en las últimas semanas por coronavirus y que avanza hacia un abismo económico con un Ejecutivo que ha practicado el oscurantismo con temas importantes -ay, esos contratos- y se ha especializado en discursos vacíos. Plagados, por cierto, de promesas que no se cumplen. ¿Dónde están esos datos que iban a estar al alcance de todo el mundo durante la desescaldada, como prometió Sánchez?
¿Movimiento espontáneo?
Este sábado, los manifestantes pedían la dimisión de Sánchez y lanzaban 'vivas' a España. No abundaban las pancartas, más allá de la que pide desahuciar a los moradores del palacio de la Moncloa, pero sí las banderas de España.
No tiene este movimiento quizá el carácter combativo del ejército Pancho Villa, ni amedrenta a la Policía como las manifestaciones que acaban con vallas volcadas, adoquines arrancados y barricadas en las aceras. Quizá incluso tengan razón quienes afirman que si esto hubiera ocurrido en otro punto de la ciudad, la autoridad se hubiera empleado con más fuerza. Pero quienes lo denostan, desde la izquierda más sectaria, se equivocan, pues, más allá de quien lo maneje o lo pueda manejar -cosa que desconozco- es una reacción lógica ante una situación que es tan preocupante como humillante.
Estaría bien, no obstante, de cara a días venideros, que se pudiera caminar también por la carretera, dado que con las dos hileras humanas, una por acera, resulta más difícil cumplir aquello del distanciamiento social. Dado que no se va a evitar la protesta, sería lógico, vaya.