Opinión

Lo que 'The New York Times' a veces olvida al hablar de España

"El sentimiento de pertenencia nunca desaparece, pero las causas colectivas tienen menos importancia cuando a un individuo le va bien. La opulencia no anima a levantarse del sillón"

Publicó El País hace unos días una entrevista a Raphael Minder con motivo de su marcha de España, tras doce años de corresponsal de The New York Times en este país. Los titulares no suelen ser un buen reflejo de lo que se expresa en el texto muchas veces, pero el caso es que la página estaba encabezada por la siguiente frase: “Llegué a una España sin banderas y ahora las llevan los perros”.

Las banderas... Es curioso lo que ocurre con ellas. En Estados Unidos se multiplicaron tras los atentados del 11 de septiembre y en Cataluña lo hicieron a partir de la segunda década del siglo XXI. Las primeras eran las oficiales del país americano -como las que cita Minder-, mientras que las estaladas, no. Las primeras eran 'inclusivas'. Las segundas, excluyentes.

Es sólo un matiz, pero es un matiz necesario, dado que no todos los símbolos tienen el mismo significado. Dicho lo cual, que cada cual luzca la enseña que le venga en gana. No creo que sea un motivo para escandalizarse, pese a la sorprendente capacidad de ofensa que demuestran algunos ante la bandera constitucional española.

Ahora bien, el patrioterismo canino que observa Minder -y lo que destaca la periodista de El País- no es fruto de la causalidad. Tiene una causa concreta. No conviene confundir al respecto porque, de lo contrario, habrá quien piense que lo que ha ocurrido en este país en los últimos tiempos se debe a las banderas; y no. Es una mezcla de crisis económica y oportunismo. Si no se explica esto, se cae en el peligroso terreno de la media verdad.

'The New York Times' y las banderas

Hay una afirmación difícil de rebatir, y es que el sentimiento de pertenencia nunca desaparece, pero las causas colectivas tienen menos importancia cuando a un individuo le va bien. La opulencia no anima a levantarse del sillón. También ocurre al contrario. Por eso, los tiempos de crisis estimulan el patriotismo. Ése fue el germen del malestar y el verdadero engranaje sobre el que se ha motivo España durante los últimos doce años.

La deuda española equivalía cuando Minder llegó a España al 60% del PIB, mientras que a cierre de 2021 ascendía al 118%. La sensación de que la clase media ha menguado y de que España -y la UE- cada vez se encuentra más lejos del lugar donde se toman las decisiones en el contexto global es evidente. También que los servicios públicos se han deteriorado -menos inversión, peor gasto, más clientelismo- y que los impuestos que pagan los españoles se destinan a asuntos que no se notan en una mejora de las condiciones de vida.

Es lo que ocurre cuando uno tiene deudas, pero, además, gasta por encima de sus posibilidades. Hay un punto en el que los acreedores se ponen serios y comienzan a restringir su libertad para gastar. No hay nada que condicione más la vida de un individuo, una familia o un colectivo que deber dinero; y en tiempos de crisis caben dos opciones: o recortar y sanear, a costa de perder votos; o tirar de crédito para mantener contenta a la parroquia. Aquí se ha producido una mezcla de ambas. De ahí que haya quien ha decidido dejar su alma en manos de las formaciones políticas radicales, que son especialistas en despotricar contra lo establecido -aunque procedan de ahí- y en desempolvar banderas o crear las suyas. Llámese 'estelada' o pancarta con el mensaje 'machete al machirulo'.

Todo este artículo abunda acerca de un enorme lugar común, que es el que afirma que, si la economía no va bien, es imposible ser feliz, salvo que se tenga una certeza inquebrantable en la existencia de un Más Allá. O vaya usted a saber en qué intangible absoluto. Lo que ocurre es que a veces conviene recitar obviedades, dado que la constante exposición a determinados mensajes puede llegar incluso a cuestionarlas. De hecho, tipos como el hermano de Alberto Garzón defienden la inflación y se niegan a encender las luces rojas cuando alguien habla de endeudamiento.

El titular de El País parece querer transmitir que lo de las banderas es consecuencia de un conflicto político; y no. La radicalización -comenzando por el procés- siempre llega después de los números rojos. Puede parecer anecdótico esto que digo, pero en realidad tiene importancia. Porque afirmaciones como la que emana de ese titular, descontextualizadas, pueden confundir a la opinión pública y encaminarle hacia la defensa de interpretaciones erróneas de la realidad.

Porque podría escribirse ahora un titular que afirmara: “Desde que llegué a Chernóbil, hace 40 años, se disparó la demanda de trajes anti-radiación en Ucrania”. Si se obvia lo del accidente nuclear, cualquiera que no conociera lo que ocurrió en un reactor nuclear podría pensar cualquier cosa. Incluso que esa verdad no es mentira.

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