Si Descartes tenía razón asegurando que Dios ha premeditado cada cosa, la caída del heredero de la monarquía absoluta encarnada por Jordi Pujol se gestó hace muchos años. Tantos, como los que Oriol decidió meterse en política.
La peripecia de Oriol Pujol Ferrusola, que deberá ingresar en prisión a causa del juicio por las ITV, podría ser vista casi como si de una tragedia de ribetes shakesperianos se tratase. Si le dan la libertad en un plazo breve o no y si gozará de privilegios VIP mientras dure su ingreso será motivo de otras reflexiones. Lo que hoy queremos analizar es su auge y su descensus avernii, su estrepitosa caída siendo, como fue, quien tenía todo lo preciso para ser el actual presidente de la Generalitat.
No fue el único de sus hermanos que quiso llevar en sus sienes los cesáreos laureles paternos. Antes que él, su hermano Jordi, el más conocido como Junior, lo intentó con escaso éxito. Sus hazañas en el terreno resbaladizo de la comisión escandalizaban incluso a la corte del monarca del nacionalismo, que entendía Cataluña como su propiedad y buscaba la manera de perpetuar el linaje. En Junior no pot ser, President, murmuraban sus consejeros de mayor confianza. Temían acabar saliendo en los papeles. Oriol era, decían Alavedra, Prenafeta, Artur Mas o Felip Puig, la mejor opción. No se equivocaban en el perfil del por entonces joven diputado convergente. De entrada, sabía pujolear como el padre, era ambicioso, tenía buena imagen, poseía un buen nivel oratorio y, acaso lo más importante, era el ojito derecho de Marta Ferrusola. Marta, esa omnipresente figura de la política catalana de la que apenas se habla, pero que ha sido quien ha decidido cual político caía en desgracia, que supo apartar a los rivales de su marido, que llevaba la parte económica de la familia, que impartía a su ley con mano de hierro. La gran matriarca.
Apoyado, pues, por su madre, a la que Oriol siempre se ha referido por el apellido, la Ferrusola, Oriol se vio a sí mismo como el heredero de la casa convergente
Apoyado, pues, por su madre, a la que Oriol siempre se ha referido por el apellido, la Ferrusola, así como a su padre lo llama el President, Oriol se vio a sí mismo como el heredero de la casa convergente. ¿Quién mejor para ocupar el trono que dejaría vacante aquel que durante casi cuatro décadas tuvo el poder omnímodo?
Con el padre anunciando su retirada mucho antes de la famosa herencia del abuelo Fulgenci, el plan empezó a llevarse a cabo minuciosamente. Artur Mas sería el regente hasta que se considerase oportuno el relevo, Puig y la vieja guardia convergente se convertirían en los guardianes de la llama y Oriol, separatista hasta la médula, tendría tiempo para acabar de prepararse. El llevaría a Cataluña hasta la independencia, la meta secreta de los convergentes. Llegado el momento, Mas se haría a un lado y Pujol apoyaría la candidatura de su hijo. Pero si a Hamlet se le apareció el fantasma de su padre, a Oriol se le apareció el del caso ITV, un caso de corrupción que ha acabado aceptando y por el que Convergencia se puso en ridículo, negando que fuese cierto. La puntilla llegó con la confesión de Pujol acerca de su dinero en el extranjero. Y quien solo debía ser un simple regente, un encargado de confianza, Mas, acabó siendo quien ciñó la corona con el consecuente desvarío que todos conocemos. Tan decadente ha sido el periplo que ahora la corona está rota, dividida entre dos histriones, uno aquí y el otro en Waterloo. Como le dice Merlín a Arturo cuando este arroja Excalibur contra las rocas y la parte, han roto lo irrompible.
Este es el hombre que pudo reinar, el que confiesa sin rubor – me lo dijo en una entrevista – que hasta los catorce mojó la cama, que su madre arreaba unos sopapos tremendos, que era travieso. El ejemplo de los cachorros forjados en la corte pujolista. Ya lo ven, unos en la cárcel por corrupción y otros por rebelión. Sin el monarca, ninguno supo hacer nada. A Oriol le convendría repasar a Schopenhauer cuando dice que la gente suele llamar Destino a sus propias equivocaciones. Lo digo sin animosidad porque, a pesar de los pesares, es alguien que se rompió por dentro hace mucho.