Opinión

Otra gala en la burbuja de los Goya

El activismo 'progre' de estos premios hace tiempo que eclipsa cualquier debate artístico

  • El presidente Pedro Sánchez y el director Pedro Almodóvar

La gala de los premios Goya siempre ha sido un sopor. Una vez al año el colectivo artístico más narcisista y vacío de nuestro país se pone de tiros largos para autofelicitarse por un puñado de películas mediocres (casi todas) que apenas despiertan interés entre el público porque contienen mucha más ideología que vida. Pontificar desde la alfombra roja o desde el estrado no convence a nadie que no esté ya convencido, pero da un masaje al ego que ya viene fuerte de casa. Todo esto bañado en el verbo de almíbar de Carlos del Amor y en Moët Chandon antifascista. El palmarés es famoso por olvidar a la comedia española, sobre todo la popular, el género más vivo que le queda a nuestro cine.

Los Goya nunca han triunfado por sus grandes momentos estéticos, sino por la gresca política. Recordemos algunos clásicos, aunque sea de manera telegráfica. Eduardo Casanova, enfundado en un modelito de alta costura, pidiendo a gritos más dinero público para sus películas. Pedro Almodóvar declarando que se negaba a reconocer la existencia de Vox, como los niños que juegan al 'habla chucho que no te escucho'. El escándalo de los becarios no remunerados para atender una fiesta de lujo. También las tradicionales regañinas al ministro de Cultura del PP, que debía soportarlas mansamente, con cara de corderito degollado en el contraplano. Así son las cosas en la burbuja 'progre'.

Los sufridos televidentes preferimos el salseo y los ‘zascas’ en redes a los plúmbeos discursos autosatisfechos de antaño

Este año sobrevuela la amenaza de un nuevo Me Too de El País. Sería raro que quienes lincharon a Carlos Vermut un día antes de los premios Feroz no exijan pronto otro sacrificio humano. Así podrá regresar el paseíllo acusador de alcachofas y grabadoras pidiendo a las estrellas que aplaudan el reportaje de PRISA o se arriesguen a ser calificados de cómplices del terrorismo machista. Quizá los Goya son una fiesta demasiado central en el cine español y esta vez perdonen el mal trago. Aunque conncedan una tregua, algunos nuestros mejores actores y directores ya están sufriendo la condena de ver su nombre incluido en las famosas listas negras que circulan por listas de Whatsapp, donde se apuesta quién será el siguiente señalado. Desde Moncloa, se siguen estos procesos con el máximo interés, como cualquier otra guerrita cultural que les permita tomar aire del rechazo la Amnistía.

Burbuja banal

Los Me Too de Prisa son la guinda de un pastel que lleva años cociéndose a fuego lento. Quien crea que es un juicio exagerado puede leer una reveladora entrevista con la actriz Marta Etura, publicada en El Mundo hace unos días. El periodista se interesa por las posiciones políticas de Etura pero ella se cierra en banda, con muy buenas razones. “Me encanta (hablar de política) con mi familia, con mis amigos y contigo cuando apagues la grabadora, pero no quiero hacerlo en público porque una vez se pusieron palabras en mi boca que no dije y todavía me persigue”, lamenta. Su pecado fue, primero, posicionarse en contra de ETA. “Mi padre era empresario y he vivido que a los empresarios se les secuestraba y se les metía en un zulo por no querer pagar un dinero que iba a convertirte en cómplice de un atentado”, recuerda.

Su segundo posicionamiento imperdonable fue dar una respuesta que no convenía al PSOE durante el bloqueo político de 2016. “Me preguntaron qué pensaba de la situación y qué solución daría. Me tenía que haber callado, pero dije: ‘Hay que poner el país en marcha y me parece que lo más democrático y lo más justo en esta situación es que gobierne la lista más votada’. Esa era la del PP y de ahí salió que ‘Marta Etura apoya a Rajoy’”, explica. Desde entonces, muchos le han colgado la etiqueta de ‘actriz de derechas’. Para sorpresa de nadie, todavía no ha salido el ministro Urtasun a darle el apoyo que brindó a Itziar Ituño. Ejemplos como este ayudan a comprender la función de la gala de los Goya, donde cualquier desvío del dogma woke puede pasar factura laboral.

Dicho esto, y aunque pueda sonar extraño, los Goya tienen mucho más éxito desde que se zambulleron en la bronca política de baja estofa. Los sufridos televidentes preferimos el salseo y los ‘zascas’ en redes a los plúmbeos discursos autosatisfechos de antaño. Sigue siendo la nada, pero da más juego.

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