Opinión

Pacotilla

Está puesto en la parrilla de un fuego que le irá quemando poco a poco en función del capricho de quien dispone de la campanilla que convoca las arbitrariedades

  • El president de la Generalitat, Salvador Illa, durante la pandemia -

El tipo es tan fúnebre que, en lugar de tomar posesión en un edificio civil de Barcelona, debería haber celebrado un oficio de difuntos en un templo engalanado con motivos mortuorios y donde resonara un Réquiem sublime, de los que encogen las intimidades más íntimas.

Y, al día siguiente, en lugar de noticias en los periódicos informando sobre el acto, debería haberse insertado simplemente una esquela y anunciado una vigilia y siete días de ayuno.

Su despacho debería perder los atributos tradicionales y vestir los de una capilla ardiente. Las sesiones de su gobierno deben trasladarse a un cementerio “de muertos bien relleno” y, en lugar de urnas normales, se instalarán para las votaciones urnas cinerarias.

Su despacho debería perder los atributos tradicionales y vestir los de una capilla ardiente. Las sesiones de su gobierno deben trasladarse a un cementerio “de muertos bien relleno”

Cuando celebre haberse apropiado de una buena partida de los presupuestos del Estado para expandir el credo nacionalista allende las fronteras y llenar de oprobio a España, la ocasión se regará con una bebida tradicional de la tierra, a saber, “Cava la Fosa”.

Como ministro de Sanidad -mortuoria por supuesto- nos puso, de acuerdo con su apellido, la mascarilla y nos obligó a pasar por la ventanilla de la vacunación.

Con la cara llena de acné, perteneció a la pandilla progresista y era el rey de la octavilla.

Es un poco contradictorio porque gasta gafas en lugar de lentillas.

Una pesadilla que mancilla la historia

Para los españoles que creemos en España, que usamos la lengua común, que nos nos avergonzamos de la bandera nacional y que abominamos de esa escudilla donde se cuece el odio a la Nación, este presidente funerario es una pesadilla que mancilla la historia, la geografía y hasta la filosofía que dice profesar.

Se cree importante pero ignora que no es más que una manecilla, una astilla del tronco vigoroso que arde en la gran chimenea madrileña. Está puesto por tanto en la parrilla de un fuego que le irá quemando poco a poco en función del capricho de quien dispone de la campanilla que convoca las arbitrariedades.

Por eso es un presidente de pacotilla: ¿una zapatilla?

O una alfombrilla en la que se limpian los pies los miembros de la cuadrilla que le tiene de rodillas.

Él, el alma luctuosa, está para poner la mejilla.

Fingirá veracidad, es decir, actuará siempre de boquilla.

Vivirá en la buhardilla del poder, complacido entre la calderilla de su acción de gobierno.

Queda así definido un presidente de arcilla que se cree una maravilla.

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