Cada día que pasa aumenta el número de personas que creen que el 21-D no va a cambiar nada en Cataluña. El equilibrio de fuerzas se mantiene según las encuestas, escaño arriba, escaño abajo, y, por si fuera poco, la ambivalencia del PSC no ayuda a disipar el poco claro panorama post electoral. ¿Alguien está calculando a cuanto se va a vender el voto socialista?
De la autodeterminación a la declaración de Granada
El PSC nació, como muchos saben, al unir diversas corrientes del socialismo catalán que históricamente habían ido cada una por su lado. Resumiendo, se pretendió juntar en un mismo partido al socialismo de corte nacionalista con el de la Federación Catalana del PSOE. Los primeros eran los autoproclamados intelectuales, los hijos de la burguesía catalana, los que rivalizaban con Pujol y su Convergencia a la hora de proclamar quien tenía la señera más grande; los segundos tenían la fuerza de la UGT detrás e innumerables dirigentes sociales nacidos en el cinturón rojo. Básicamente, hijos de la inmigración del resto de España.
Las bofetadas entre ambos sectores, desde aquellos lejanos tiempos, han sido algo continuo y soterrado en el partido socialista catalán. Poco o nada queda de aquellas personas que defendían una izquierda social demócrata sin complejos, claramente antinacionalista, vinculada fuertemente con el PSOE – el partido hermano, según cínico eufemismo-porque todos y cada uno de la mayoría de sus integrantes o ya han muerto, o se han jubilado o fueron en su día depurados por el omnímodo rodillo del aparato.
El mito del PSC como partido moderador ha sido siempre un enorme camelo, eso sí, muy bien disfrazado de federalismo para que no se notase su clara filiación al catalanismo
Hablarle en la actualidad a cualquier militante del PSC de nombres como Martín Toval, Carlos Cigarrán, Julio Villacorta, incluso de Adroher Gironella, u otros muchos dirigentes históricos del socialismo en Cataluña que se distinguieron por no comulgar con los dogmas nacionalistas imperantes sería como hablarles en chino. El mito del PSC como partido moderador ha sido siempre un enorme camelo, eso sí, muy bien disfrazado de federalismo para que no se notase su clara filiación al catalanismo, la inmersión lingüística y un terrible recelo, cuando no abierta animadversión, contra España y todo lo que representa. Y del odio del aparato contra la masonería hablaremos otro día, así como de la vinculación del partido con ciertos laboratorios farmacéuticos.
Miquel Iceta, el actual primer secretario socialista en Cataluña, sabe muy bien de qué hablo. En los años en que trabajó como fontanero en La Moncloa, siendo la mano derecha del infausto Narcís Serra – fue director de análisis del gabinete de presidencia del gobierno todo el tiempo que Serra fue vicepresidente con Felipe González – una de sus principales tareas fue la de acabar laminando a todo aquel que no estuviese dispuesto dentro del partido a decir amén y callar.
Ahora ha llegado el momento en el que más que nunca sería de gran utilidad disponer de un referente de centro izquierda en estas tierras paran ayudar a recomponer una vida política dinamitada por el proceso. Lo penoso es que tal organización no existe. El actual PSC no es más que un partido de cargos intermedios, más bien mediocres que otra cosa, amigos que recolocar, intereses personales que defender y amores propios que satisfacer. Se pasó de aquel PSC de Raimon Obiols que reclamaba la autodeterminación o la autogestión a un partido soso, anodino, sin sustancia, que dio sus últimas boqueadas con la famosa declaración de Granada. Un brindis al sol que a nada condujo porque nada era. Obiols miraba con un mohín de aristocrático desprecio a las agrupaciones más obreras; Iceta es peor, las pretende engañar.
Ahora, tripulando un barco repleto de cadáveres políticos y advenedizos con ansias de despacho oficial, teniendo que darles algún trabajo con cargo al erario a los que siempre han vivido de este, porque no saben hacer otra cosa, y con el electorado virando en otras direcciones, Iceta ha decidido que la única salida es pactar con Esquerra y Ada Colau. Incluso tiene su particular hoja de ruta, porque tal parece que no se puede hacer política sin esas hojitas. Qué tiempos. Se han cambiado los principios ideológicos por los consejos de los especialistas en marketing electoral.
Las condiciones
Iceta estaría dispuesto a pactar el tripartito siempre que nadie reclame la via de la DUI. Los otros, también. Apostaría por un referéndum pactado con el estado con todas las garantías legales. Los otros, también. Sería partidario de una mejor financiación, el blindaje de competencias como educación y cultura y de reformar la Constitución. Los otros, también. Propondría un acuerdo para no llegar a acuerdos en nada con PP y con Ciudadanos, por considerarlos poco menos que de extrema derecha. Los otros, también. No tocaría ni exigiría cambio alguno en la Corporación de Medios audiovisuales. Los otros, tampoco.
He ahí lo que ofrece la dirección del PSC, además de material humano para rellenar los innumerables cargos y carguitos de la kafkiana administración autonómica. No crean que entre Esquerra y Comuns solos lo conseguirían. Ambos han tenido que ir a pescar en caladeros socialistas en no pocas ocasiones por carecer de expertos. Iceta les ofrece ese know-how y se lo cobraría con creces, claro, porque quien controla la sala de máquinas acaba controlando el barco, y más si tenemos en cuenta que en una de éstas la presidenta puede ser Marta Rovira.
Para el aparato pesecero sería una buena cosa, pero ¿y para el votante socialista? ¿Qué gana? ¿Cambiaría la escuela catalana, la salud, las pensiones, los medios de comunicación, las infraestructuras? Pues no, por supuesto. Todo sería como ahora, porque la Generalitat está en bancarrota y depende del ministro Montoro para pagar las nóminas. Quizás alguien se pregunte cómo se compadece el boicot contra el PP con pretender que el gobierno español siga apoquinando. Eso tiene una explicación: el gobierno de Mariano Rajoy es cobarde y si ese tripartito le garantiza que no habrá lío en Cataluña, hará lo que sea. Porque si el quilo de votante socialista va barato en estas elecciones, el del votante del PP ni se lo cuento. Las dos grandes formaciones nacionales han dejado a sus electores a los pies de los caballos del separatismo y el populismo, y no parece que vayan a mover un dedo para ponerle fin a tamaña tropelía.
El desempleo que causará o el que ya está causando en el sector turístico las políticas suicidas de Ada Colau harán de estas tierras, y ojalá me equivoque, un caldo de cultivo para la violencia.
Por miedo o por egoísmo, ni PSOE ni PP van a hacer nada para evitar que lo vivido estos últimos tiempos vuelva a suceder. Están demasiado cómodos en sus palacios de marfil para poner en peligro su estatus quo. Pero los problemas en Cataluña son tan enormes que precisan de bisturís afilados y precisos. La que se nos viene encima con la marcha de empresas va a ser fina. El desempleo que causará o el que ya está causando en el sector turístico las políticas suicidas de Ada Colau harán de estas tierras, y ojalá me equivoque, un caldo de cultivo para la violencia.
Nada de este análisis le importa lo más mínimo al politburó del PSC, que solo ve en estas elecciones una oportunidad para recolocarse en los círculos de poder. Les da lo mismo que intentar dar un golpe de estado salga casi gratis a los implicados – defienden la puesta en libertad de todos ellos – y no les tiembla el pulso a la hora de calificar de ola de violencia las supuestas cargas policiales del pasado 1-O, porque para el PSC los populares son el fascismo que combatir. Y punto. Ese frentismo enfermizo, que obedece más a las filias y fobias de una dirección política que se ocupa más de los bailes de salón que de la realidad, es el preámbulo del suicidio de la que fue una región modélica en el conjunto de España.
Mucho nos tememos que el 22 de diciembre seguirá habiendo un parlament dedicado al sexo de los ángeles, con una oposición integrada por Inés Arrimadas y Xavier García Albiol y la mayoría silenciosa de catalanes sumidos en la desesperación. Muy lampedusiano. Votantes traicionados, esperanzas rotas y los delincuentes siguiendo con el poder en sus manos. Si se cuenta usted entre las amistades de los presumibles ganadores, no pierda la esperanza. Quizá tengan un enchufe para usted. Para esto, no hacía falta el 155 ni tanta historia.