“Cuando el pueblo teme al gobierno, hay tiranía; cuando el gobierno teme al pueblo, hay libertad.” Thomas Jefferson
Cuando estamos cerrando el primer quinto del siglo XXI, resulta reconfortante observar cómo hemos progresado en tantos aspectos a nivel global. Los extremadamente pobres, quienes viven con menos de 1,90$ diarios, se habían reducido en 2015 por debajo del 10% de la población mundial, con un retroceso del 16% en sólo cinco años, y nada menos que del 36% desde 1990. Tan es así que Naciones Unidos fijó el nuevo objetivo en el 3% para 2030, con grandes visos de lograrse, antes de que la pandemia lo modificase todo. La esperanza de vida, apoyada en hábitos más saludables y en un espectacular progreso técnico del que se benefician los sectores médico-sanitarios y la automoción, supera los 60 años en más de 175 países, y los 80 en más de 30. La tecnología ha permitido que, ante el mayor desafío no militar en 100 años, muchos sectores económicos hayan podido sortear una situación que, de haber ocurrido sólo diez años antes, hubiese significado el colapso.
Siendo cierto todo lo anterior, resulta asimismo muy preocupante observar el enorme retroceso de las libertades que estos primeros veinte años del siglo están provocando. El cambio de siglo y de era se produjo con los atentados del 11 de septiembre de 2001. Con ellos llegaron las medidas de restricción a la movilidad y los controles de seguridad crecientes en todas las áreas del dominio público. Resulta paradójico que, sólo diez años después de la pandemia de 1918, la gente viajase por el mundo sin necesidad de pasaporte.
Hoy, aceptamos que, en el nombre de nuestra seguridad, tengamos que desplazarnos entre países con documentos que incorporan nuestras medidas biométricas; que miles de cámaras de seguridad, instaladas por todas partes, velen por nuestra seguridad y graben nuestras imágenes, entrenando así algoritmos de reconocimiento facial. Por supuesto, el primero en hacerlo fue China, sin necesidad de acudir a ninguna excusa, porque un régimen basado en el terror vive del control absoluto de su población. Pero mientras alimentábamos al dragón para mejorar nuestros precios, acertando en que su incorporación al comercio internacional provocaría el enriquecimiento de la población, nos equivocábamos al pensar que esa pauta traería la libertad, una libertad que ningún habitante del país ha conocido jamás en la historia, y que no tiene motivos para añorar.
Se entiende como normal, y no se discute, que se recorte la movilidad de las personas, impidiéndonos desplazarnos con una mínima seguridad dentro del territorio nacional
Casi veinte años después, la pandemia está suponiendo un nuevo retroceso. El miedo a las consecuencias del contagio hace que veamos como normal la renovación consecutiva, durante meses, del estado de alarma. No sólo eso, sino que se aprueba en el parlamento una duración de seis meses, y el principal partido de la oposición se abstiene, con el terrible mensaje subliminal de “no nos oponemos porque nosotros haríamos lo mismo.” Se entiende como normal, y no se discute, que se recorte la movilidad de las personas, impidiéndonos desplazarnos con una mínima seguridad dentro del territorio nacional. Miles de personas, con segundas viviendas por las que pagan religiosamente su IBI, se ven impedidas de utilizarlas, sin ni siquiera admitir su buen estado de salud mediante una prueba médica. Pagaréis el IBI, pero no disfrutaréis de vuestra vivienda, por vuestro bien.
Impuestos y autonomía individual
Se plantea la completa politización del Poder Judicial, y la oposición se preocupa de que una comisión parlamentaria, que debería estudiar su presunta financiación ilegal, se retrase hasta después de las elecciones catalanas, no vaya a ser que les perjudique electoralmente. Se comercia en nuestras narices, en la sede de la soberanía parlamentaria, con bienes de orden superior por un mero cálculo político. A la vez, algunos medios acusan a la oposición del retraso en la renovación del órgano de gobierno de los jueces, dando por normal que el partido en el Gobierno y la coalición de que lo sustenta, formada por quienes más interés tienen en destruir la convivencia, tiene todo el derecho a hacerlo, sin ni siquiera cuestionarse lo que está juego.
Se acepta como verdad absoluta que el Estado debe recaudar más impuestos, recordándonos la falacia de que sólo con un estado fuerte, con menos autonomía individual, podremos salir de la pandemia. Sin observar siquiera que, quizá, la causa de la grave situación económica por la que atravesamos sea, precisamente, el excesivo peso del estado en nuestras vidas, que lo ha hecho más grande, pero no más fuerte. Hemos abandonado la libertad de elegir a cambio de la financiación pública de derechos que nadie reclamó jamás, pero que todos recibimos dando gracias.
“Nadie puede pagarse un colegio privado, ni un hospital privado.” Nadie, nadie… nadie se plantea modelos alternativos de financiación, como el cheque escolar, pero todos protestamos cuando el principal financiador de los centros concertados, el Estado, pretende obligar a programas más cercanos a la ideologización de los estudiantes que a su formación intelectual. Le vendisteis vuestra alma, y ahora le pedís que os permita escoger.
“Sin el Estado no existirían carreteras, ni trenes ni aeropuertos”. Carreteras que se han inaugurado sin pensar en el tráfico que circularía por ellas, trenes que olvidan su papel de vertebradores del espacio y del comercio y lo cambian por la imagen de modernidad, de velocidad y de comodidad, expulsando a las líneas aéreas en recorridos donde dejan de ser competitivas por el empuje del estado. Y aeropuertos costosísimos, vacíos, sin aviones ni pasajeros siembran nuestro territorio. La libertad no consiste en tener mucho, sino en responsabilizarse de nuestras acciones. Pero todo lo hicieron por nuestro bien, y lo compramos con nuestro voto, sin posibilidad de devolución. Sólo hemos logrado conseguir que nos expliquen por qué gastaron 3.000 donde juraron que gastarían 1.000; pero nadie preguntará, jamás, qué libertad se construye detrás del proyecto inicial, que se da por válido y necesario.
Sólo entonces es cuando el liberticida te recuerda que son las consecuencias de tu libre decisión, que debes responsabilizarte y, si no, pagar con ello
Ahora se discute la creación de un listado oficial de quienes no desean ser vacunados. Nadie discute el hecho, si acaso las consecuencias. No se discute la posible inconstitucionalidad de amenazar al ciudadano por no vacunarse, pues se acepta, en el nombre de la salud pública, que todos tenemos la obligación de vacunarnos, si no tenemos nada que ocultar. Damos por buena la necesidad de un archivo que nos dividirá en buenos y en malos ciudadanos, con los primeros teniendo acceso a cines y teatros, y los segundos proscritos de cualquier actividad social. Sólo entonces es cuando el liberticida te recuerda que son las consecuencias de tu libre decisión, que debes responsabilizarte y, si no, pagar con ello.
Escudándose en la masa, en el miedo, en la seguridad, no podemos admitir que la cultura de la cancelación se extienda a todas las áreas de nuestra intimidad, y señale de forma permanente lo que podemos y lo que no podemos hacer. Hemos aceptado una sociedad contactless, sin la expresión del rostro, sin la comunicación de una sonrisa, una sociedad sin contacto social y sin contacto con la realidad. El mayor desafío al que nos enfrentamos no es un virus, al que la ciencia y la tecnología derrotarán, sino la desaparición de la democracia liberal. La imparable transición al modelo político chino se ha acelerado más de diez años. Pero será por nuestro bien.