Opinión

No es desánimo, Majestad; es cabreo supino

Ni Sánchez piensa en nada más que en convertirse en presidente de la República ni sus cofrades de Frankenstein pretenden otra cosa que derribar la monarquía

  • No es desánimo, Majestad; es cabreo supino

Presentado como el 'discurso más difícil de su reinado', resultó ser uno de los más melifluos e irrelevantes, dadas las tremendas circunstancias que nos toca vivir. Esto es, con un país al borde de la quiebra, con una economía agónica, desbaratada y sin futuro (los organismos internacionales nos sitúan a la cola de todos los furgones de cola). Por no hablar de los 70.000 muertos que el Gobierno desprecia e ignora. Fue un discurso más. La tópica palabrería emotiva y vana de Nochebuena emitida desde el despacho de la Zarzuela. 

El pavoroso escenario de nustros días se prestaba quizás a un tono de mayor intensidad, tanto en el consuelo como en la denuncia, en el aliento como en la contrición. Poca cosa hubo. Un mensaje buenista, lábil, prosaico, sin una arista para no molestar, sin un quejido para no irritar. Cinco folios con el sello continuista de la casa, sin apenas un brillo de personalidad, de relevancia, sin un mensaje con vocación de conmover, de entusiasmar, de ser comentado, mencionado y recordado. Buscaba pasar inadvertido, como si en Palacio se hubiera asumido, sin siquiera dudarlo, aquella chorrada de que 'el Rey no puede decir más de lo que dice'.

La Corona atraviesa por los momentos más críticos desde su restauración. Nadie lo duda. Como también es verdad asentada que la Institución tiene sentido si es útil. Y esta Nochebuena apenas lo fue. Pocos esperaban, es lógico, una alocución vehemente y flamígera sobre nuestro actual drama. Lo que se escuchó, sin embargo, en todos los hogares de España, fue una especie de  tediosa cantinela 'sanchista' y bonancible que alentó cierta decepción y abrió las puertas al desencanto.

Algunos de sus miembros se entretienen en dinamitar la propiedad privada alentando okupaciones o pulverizando empresas reclamando un salario mínimo imposible de sufragar

"Es lógico y comprensible que el desánimo y la desconfianza estén presentes en tantos hogares", dijo Su Majestad al referirse a la angustia del desempleo creciente y a la necesidad por las que atraviesan cientos de miles de hogares españoles sin que el Gobierno haya tenido a bien hacer algo más que habilitar unos malditos ERTEs, temporales y mal gestionados, y mientras algunos de sus miembros se entretienen en dinamitar la propiedad privada alentando okupaciones o pulverizando empresas reclamando un salario mínimo imposible de sufragar.

Fue el tono, esa insistencia en la invocación a la 'esperanza', que nunca está de más, salvo si antes no se han subrayado las razones de la catástrofe o se ha señalado el origen que nos han conducido a los pies del cataclismo. Llorar sobre el cráter humeante sin mencionar que eso es un volcán en erupción se antoja un ejercicio de voluntarioso equilibrismo con enormes posibilidades de concretarse en trastazo.

Las palabras del monarca llegaron envueltas en un pringoso buenismo monclovita, apestaban a Iván Redondo y rezumaban un tufo calvinista (de Carmen Calvo). Sólo faltó la musiquilla de ese pianista patético que actúa en camiseta. "Una sociedad fuerte y sólida", "España se ha mantenido en pie", "la Unión (así, en mayúsculas) nos ofrece una oportunidad histórica para progresar", "mirar juntos el futuro", "unidos en un espíritu integrador", "recuperar la normalidad en los centros de trabajo, en las aulas, en las plazas y los barrios", "España saldrá adelante". Bien. Todo eso está muy bien. Aunque también es sabido que nada de eso es verdad.

Sánchez acaba de sacar adelante unos presupuestos de ciencia-ficción con el respaldo de las fuerzas políticas cuyo principal objetivo es desintegrar el armónico edificio de convivencia que nos dimos los españoles hace 40 años

Ni España está unida, porque hay un Gobierno empeñado en la fractura, la bipolarización. el enfrentamiento y el guerracivilismo feroz, ni España tiene nada claro cómo va a salir adelante. Más bien, todo lo contrario. Ahora mismo cuenta con demasiadas papeletas para precipitarse al abismo. Apenas se divisa un sólo destello de esperanza. Ni en el terreno sanitario, el económico, el político o el social. Sánchez acaba de sacar adelante unos presupuestos de ciencia ficción con el respaldo de las fuerzas políticas cuyo principal objetivo es desintegrar el armónico edificio de convivencia que se dieron los españoles hace 40 años. Ese edificio al que, por cierto, hizo mención expresa Felipe VI con una referencia a 'la Constitución que todos debemos respetar (...) que representa en nuestra historia, un éxito de y para la democracia y la libertad". Fue el mejor pasaje de la noche. Una historia, por cierto, y una libertad, que quienes tienen las riendas del Poder Ejecutivo están empeñados en pulverizar. 

El discurso del Rey estuvo por momentos más cerca de las homilías de Aló presidente con las que nos torturaba Sánchez durante el encierro sin fin de los primeros meses de pandemia, que de la verdad beligerante, audaz y valerosa con la que se enfrentó a los malvados secesionistas en aquel glorioso 3 de Octubre del 17. No es formato, ya se sabe, para encendidas proclamas o para exhortaciones prometeicas, pero no es esta una Navidad más, ni en Moncloa está instalado un Gobierno de ortodoxos unos democráticos. Una decepción, posiblemente, para quienes se esperaban la señal de ánimo con la que afrontar el recodo más terrible de nuestra reciente Historia. 

Está rodeado el Monarca de un sólido equipo que, curiosamente, confía en que ofrecer un perfil mesurado, discreto, silente y casi ausente del Monarca, será el salvoconducto para evitar contratiempos y asegurar la continuidad de la Institución. Una estrategia que se antoja un tremendo error. Ni Sánchez cree en nada más que en convertirse en presidente de la República ni sus cofrades de Frankenstein piensan en otra cosa que en derribar la monarquía, principal sostén del edificio de la Transición

El debate sobre el Emérito

El debate pringoso y falsario en torno a si Felipe VI escupió lo suficiente sobre el pasado y el presente de su padre resulta de una estruendosa esterilidad, aliñada con enormes dosis de cretinez. Un país se hunde, la nación más antigua de Europa está a dos minutos del naufragio y todavía hay quien sucumbe en la trampa morada de darle vueltas a las andanzas de un Emérito perdido y olvidado en un laberinto de dunas y mojamés. Pue sí. Dijo lo que tenía que decir al referirse a los 'principios éticos' que están por encima de toda consideración, "incluso de las naturalezas personales o familiares". Punto. Ça suffit. Todo el resto es verborrea engañosa. Son otras instancias las que han de arreglarle las cuentas al infractor. Y en ello están. Venga Iglesias, vente a por más. 

No se mencionó el número de muertos. Ni el oficial ni el falsario que manosean desde hace nueve meses Illa y don Simón. Tema tabú, vergüenza nacional. No hubo tampoco un leve tirón de orejas al equipo de los culpables del desastre, de los expertos que no son, las mascarillas inexistentes o innecesarias, los sanitarios mártires, las compras corsarias, las 'desescalada' chapucera, las mentiras, los engaños, el embuste permanente y sin fin. Se escuchó tan sólo aquello de que "la pandemia ha revelado aspectos que necesitan ser mejorados". Vaya por Dios. 

Quizás algunos compatriotas sí encontraran en las palabras de Felipe VI consuelo a su dolor y aliento frente a su desesperación. De eso se trataba. Nuestra sociedad, adormecida y catatónica, quizás no espere ya mucho más. La paguita y el verso dulce e hipnótico. Pero también se advierte y se escucha un profundo latido de malestar, de ira creciente, de cabreo contenido en un amplio sector de la población que seguramente no habrá acogido con aplausos la complaciente palinodia Real. Porque no es sólo la pandemia. Es un Gobierno despótico y desalmado, es Sánchez la causa primera y última de la desesperación. "Como Rey, estaré con todos y para todos", proclamó el Felipe VI. Veremos por cuanto tiempo. 

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