Opinión

Sánchez, el converso al centrismo

Sánchez gobernará solo, repartiendo a izquierda y derecha, que es la mejor forma de parecer de centro y de tener un tono presidencial, por encima del ruido del debate

  • Pedro Sánchez en Ferraz celebrando la victoria del PSOE en las elecciones del 28-A.

Si gobernó con 84, cómo no lo va hacer con 123. El sanchismo es resistencia. Pues sí. Y cálculo de posición frente a las debilidades y fortalezas de los adversarios. Entendió muy bien la guerra civil emprendida dentro del centro-derecha. Incluso lo soltó en el debate televisivo: “Las derechas están en primarias”.

La presencia de Vox, con quien se ha retroalimentado, no se trataba únicamente de escenificar la “foto de Colón” y presentarse como el muro de contención de la ultraderecha. Se trataba de alimentar el cainismo en el centro-derecha. Vox había centrado su campaña en hundir al PP, Rivera aprovechó cualquier resquicio para atropellar a Casado recordando el marianismo que, oh casualidad, él había apoyado desde 2016.

Sánchez alimentó esa discordia entre las derechas. No era necesario ser muy listo para saber que, con este sistema electoral, una mínima división del voto se penaliza. Lo increíble es que no se diera cuenta el PP, que no recordara justamente ese periodo mitificado al que llamamos “Transición”. En aquella época, las izquierdas debatían sobre la unidad, acerca de quién era la “verdadera” y cuál era la mejor fórmula para formar una alternativa a UCD.

Entre 1977 y 1982, el PSOE supo fusionar bajo sus cuatro letras a la mayoría del izquierdismo y así lo vieron los votantes

El PSOE de González y Guerra lo vio enseguida, y sumó siglas pequeñas y medianas a sus filas, repartió cargos y prometió otros, absorbió a una parte del PCE, y dio duro al partido de Adolfo Suárez. La consecuencia es que, entre 1977 y 1982, el PSOE supo fusionar bajo sus cuatro letras a la mayoría del izquierdismo y así lo vieron los votantes. Comenzó de esta manera la hegemonía socialista, que duró catorce años. Mientras tanto, las derechas seguían con su sopa de letras y sus luchas intestinas; algo que no terminó hasta que en 1990 apareció el PP para aglutinar a todo lo que se encontraba a la derecha del PSOE, y construyó una alternativa.

Durante décadas se dijo que la batalla electoral se jugaba en el centro, que no es nada más que una posición geométrica, sí, pero que tiene la ventaja de dar tranquilidad a la gente porque huye de supuestos extremistas. No es nada más que responder al mundo de la imaginación política, del simbolismo, que tanto pesa en las decisiones.

Los sanchistas aprovecharon la debilidad de Podemos y la lucha entre los tres del centro-derecha desde julio de 2018 hasta abril de 2019 para hacer una política radical. Se trataba de aprovechar la politización de los españoles para, desde el Gobierno, forjar autoridad y liderazgo en Sánchez. Salieron Franco y los “viernes sociales”, la “justicia social” y toda la fraseología y postureo precisos para lograrlo. Y le ha salido bien.

Ahora, en el Gobierno, gracias a su hábil estrategia, a la toma del 30% del voto podemita y a la fragmentación y cainismo, incluso bisoñez, de los tres del centro-derecha, va a girar al centro. Se acabó el radicalismo. Gobernará solo, repartiendo a izquierda y derecha, que es la mejor forma de parecer de centro y de tener un tono presidencial, por encima del ruido del debate.

Pablo Iglesias, frustrado y necesitado de mostrar influencia, será el fiel Sancho Panza de Sánchez cada vez que sea necesario

A partir de ahí, la legislatura será teatral, con “rufianes” a un lado y otro de la Cámara para beneficio de la imagen centrista de Sánchez. De esta manera, la oposición a sus decisiones y decretos parecerán maniobras espurias para enfrentar a los españoles. El discurso lo tiene hecho para volver a ganar, y por mayor margen, en cuanto convoque elecciones a la mínima dificultad.

Y para completar su relato, para que los actores políticos cumplan, cuenta con la oposición “responsable” de Ciudadanos. Así, Sánchez repartirá parabienes hacia la derecha. Y contará con Pablo Iglesias, frustrado y necesitado de mostrar influencia, que será su fiel Sancho Panza cuando sea necesario. Ambos, con el PP detrás, que también tirará de “responsabilidad”, criticarán al presidente del Gobierno cada vez que sea preciso, convirtiéndole así en el centro convergente, el árbitro, el protagonista.

Aquella Agenda 2030 que presentó Sánchez, y que muchos creímos como una fanfarronada, un brindis al sol, cada vez cobra más realidad. La hegemonía del PSOE está a las puertas mientras que las tres derechas no den un paso “europeo”; es decir, acuerden algún tipo de colaboración, con la fórmula de las coaliciones electorales, como en Noruega, Suecia y tantos países de gran fragmentación parlamentaria que necesitan asegurar la gobernabilidad y la alternancia. Quizá el ser europeos sea hoy más que nunca esto.

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