Arrumbada por la lógica de los hechos y por la contundencia jurídica de toda estrategia gubernamental para negar la evidencia de que el lodo de la corrupción alcanza ya por las rodillas a La Moncloa, a Pedro Sánchez sólo le resta cambiar sus paradigmas. No bastará una sucesión de purgas en el PSOE y/o en el Consejo de Ministros tras el Congreso Federal del partido. Ni hacer leer argumentarios a los ministros, cuyo lenguaje gestual demuestra que ni siquiera ellos los creen. Tampoco le bastará con otro retiro en La Moncloa creando la ficción de que va a convocar elecciones para envolverse al final en la trampa de su propio ego. Y no son suficientes los ataques de ira que se le atribuyen con gritos y puñetazos en la mesa. Tendrá que alterar su mecánica de funcionamiento para aguantar tres años más si ese es su propósito porque, sencillamente, el sanchismo ha entrado en una crisis disruptiva basada humanamente en algo difícilmente controlable: los nervios. Y, como mínimo, Sánchez tiene diez motivos para tener el pulso acelerado.
- Víctor de Aldama. En efecto, el factor humano no es fríamente controlable. Un hombre acostumbrado al negocio en los arrabales y actualmente en prisión maneja cálculos que ningún despacho de La Moncloa puede dirigir ya. Demasiado tiempo para pensar en la cárcel, y un abogado, antiguo magistrado en la Audiencia Nacional, experto en negociaciones que beneficien a sus defendidos. Como fondo, la familia, las dudas… un tránsito de esa ‘dolce vita’ que trafica con las influencias a una vida nueva y hostil. Y con un cúmulo de información en su poder con la que intercambiar años de condena por libertad. La figura de los “arrepentidos” en el derecho penal es suficientemente conocida. La quiebra humana, la percepción de un horizonte gravoso y dañino en lo personal convierte esa información en un arma, en oro macizo. Negocie o no negocie, ‘cante’ o no ‘cante’, sólo Sánchez sabe por qué no responde a una pregunta elemental: ¿conoció, coincidió o tiene algún tipo de relación con Aldama? La dureza humana es fácilmente transformable en fragilidad. A veces no ocurre, pero la mayoría de las ocasiones es solo cuestión de tiempo saber si también llegó a aparcar su Porsche en los jardines de La Moncloa. Es evidente que dispone de fotografías comprometedoras para Sánchez y se van a conocer. O de documentos y conversaciones que lleguen al punto de dinamitar un Gobierno.
- José Luis Ábalos. Más de lo mismo, con el poso añadido del peso de la reputación de un hombre público, con un pasado de éxito en el PSOE junto a Sánchez, devenido en una suerte de desarraigado y abandonado a su suerte en la leprosería del Grupo Mixto. La soledad es mala consejera. Ábalos es víctima de sí mismo y de una pésima autogestión de su suerte, sus errores y sus obsesiones. Este factor lo hace también incontrolable políticamente porque hoy queda descolocado y sin más proyección que la de una densidad penal agravada aún por una imagen pública demoledora. Ábalos está atrapado en sí mismo, probablemente mal aconsejado y con peligrosas tentaciones de vendetta sencillamente porque no se juega un chalé, ni veinte minutos con una amiga, ni una tertulia televisiva. Ha empezado a jugar con su propia libertad. Y eso deja demasiados frentes abiertos a Sánchez.
- El riesgo de rebeldía institucional. El poder omnímodo no dura siempre. El malestar creciente en la Abogacía del Estado o en la Fiscalía por el mero cumplimiento forzoso de órdenes irracionales “de arriba” invita a pensar que el andamiaje no es eternamente sostenible. La UCO de la Guardia Civil, por ejemplo, está demostrando profesionalidad. Conviene celebrar que no se está sometiendo al control exhaustivo que desearía el ministro Marlaska para evitar que todo se desmande y afecte al "1". Ya afecta al "1". Sacrificios personales, voluntarios o no, como los del fiscal general del Estado desguazando su carrera por criterios de estricta obediencia, sólo son excepciones. El hastío en la defensa de lo indefendible por parte de probos funcionarios del Estado se impondrá por su propio peso, y ese es un factor no manipulable por La Moncloa por más que la férrea disciplina de la sumisión obediente haya dado frutos hasta ahora. Desde ahora, muchos se tentarán ahora la ropa cuando reciban órdenes de defender a Sánchez.
- El Gobierno no gestiona. La corrupción es un factor que a veces castiga en las urnas y a veces no. Basta con atribuirle un cariz ideológico y un mensaje convenientemente potente. Pero hasta en esto falla La Moncloa estrepitosamente. En cambio, la percepción de una gestión ineficiente sí castiga siempre. La vivienda, por ejemplo. Se está imponiendo un neopopulismo basado en un intervencionismo caduco que sencillamente no funciona. La reciente manifestación contra el precio de los alquileres abusivos demostró la absurda paradoja de que miembros del Gobierno se manifestaban contra sí mismos... incluso defendiendo una anarquista huelga de inquilinos. PSOE, Podemos y Sumar se han enfrascado en un intercambio de culpas, lanzándose chalés a la cabeza, que al bolsillo de los jóvenes le resulta indignante. Son muchos cientos de miles de votos que Sánchez tenía amarrados a base de demagogia y a los que la amenaza permanente de una derecha liberalizadora, capitalista, usurera y 'ultra' puede no asustar ya tanto.
- Podemos. Pablo Iglesias demuestra estar latente. Ni olvida la política ni perdona. Íñigo Errejón podría ilustrarnos convenientemente. Su obsesión es dinamitar a Sumar y fulminar lo poco que quede de Yolanda Díaz cuando ella finalice su pertinaz y exitoso proceso de autodestrucción. De hecho, es lo único que le está saliendo bien. Podemos dispone de cuatro votos cruciales para Sánchez, disciplinados en el rencor, sostenidos en la venganza. Una de sus ambiciones era RTVE, y ahora tiene la ocasión… ¿Iglesias, nuevo consejero con mando en plaza a cambio de cuatro votos? Podemos, en su proceso de resurrección, y con guiños de otro 15-M sostenidos sobre inqui-huelguistas, tampoco va a ser controlable por Sánchez.
- La tolerancia con la corrupción. Las sociedades occidentales parecen cada vez más acríticas con los poderes públicos y la ética colectiva. Se evaden y aburguesan. El populismo vacío cansa y los cánones tradicionales de la política generan desapego. Todo, cualquier abuso en democracia, un cambio de régimen de mayorías parlamentarias por decreto, se asume con pasmosa naturalidad. Pero hay un momento de quiebra cuando la corrupción asumible supera un límite aceptable como mal menor y deja de perdonarse. El sanchismo se encuentra en este punto.
- La pérdida de control de los tiempos judiciales. Los razonamientos de los jueces, su trabajo, sus investigaciones, no se regulan en el BOE a voluntad política. Mal que le pese a La Moncloa, aún los hay independientes. Ganar diez juicios no le sirvió de mucho a Francisco Camps ni en términos de reputación personal ni en términos políticos. El baldón de la presunción de culpabilidad se instala en el ideario colectivo antes que el peso real de cualquier sentencia absolutoria. El sanchismo podrá ganar recursos. O no. Pero mientras eso ocurre, son meses o años de una demoledora sensación de fango. Porque jurídicamente, a efectos sociales, es irrelevante lo que ocurra al final de un proceso. Cada ciudadano hace sus cálculos de lo que cuadra y lo que no, y con el sanchismo el tráfico de influencias se está convirtiendo en norma. Esto ya no son bulos. Son resoluciones judiciales determinantes ajenas a cualquier intento de control opaco por parte de La Moncloa.
- La maquinaria de la propaganda falla. Cuando no hay argumentos, no hay recursos y las operaciones de blanqueamiento se hacen cada vez más difíciles. Demasiados silencios presidenciales. Demasiada falta de explicaciones. Demasiada ausencia de coartadas creíbles.
- Sumar y Yolanda Díaz. Hoy el PSOE se sostiene en las encuestas a costa del declive de Sumar. Yolanda Díaz es la exposición perfecta de la inanidad política y lo que era el complemento perfecto del PSOE se ha convertido en una orgía de venganzas personales, odios internos y celos. Hace tiempo que el PSOE se podemizó y ha borrado todo el espacio político de Sumar. Y ahora además, como cooperador necesario en el encubrimiento de la indignidad de Errejón, Sumar agoniza. Pero si al declive de Sumar se une el estancamiento del PSOE, los nervios se multiplican. No habrá fuga de votantes cuando toque, o no demasiada, pero la desafección es una fábrica de abstencionistas.
- La gestualización. Si el mejor mensaje que puede enviar el Gobierno es tener a María Jesús Montero haciendo muecas grotescas a los escaños de la oposición como réplica a sus acusaciones de corrupción, algo falla. La burla como método, como recurso desesperado y despectivo, solo demuestra afectación de un estado nervioso y alterado incompatible con la normalidad política. ¿La sobreactuación ridícula como solución a los trapos sucios? Mala cosa.