Las calores, máxime cuando se anda con los bolsillos próvidos, acostumbran a dar resultados peregrinos. Después de cada verano, el mundo separatista siempre ha vuelto con alguna idea debajo del brazo tan absurda para la gente normal como eficaz a ojos de sus seguidores. Que si la Gran Via Catalana, que si la V, que si la República la tenim a tocar, en fin, la dosis justa del soma que definiera Huxley para tener contenta a su parroquia y poder seguir chupando del bote.
Sucede que, a estas alturas del vodevil, el público estelado comienza a abandonar la sala, harto de tanto conejo de plexiglás emanado de chisteras apolilladas, y, lógicamente, la alarma ha cundido en el sanedrín de Waterloo. Andan preocupados los próceres separatas, pues ya se escuchan silbidos y abucheos procedentes de una platea antes entusiasta y sumisa. ¡Qué tiempos en los que bastaba un par de soflamas de Rahola y una nueva camiseta para agitar el rugido de la horda!
Pero los tiempos cambian, y con el separatismo roto entre el posibilismo de Esquerra y la locura neoconvergente, había que ir un más lejos. Pues bien, entre las paellitas de Waterloo a cuarenta y cinco pavinis per cápita y los ululantes CDR revienta fiestas mayores, a los del proceso se les ha encendido la bombillita y han parido una nueva idea: adoptar como estrategia la que siguen en Hong Kong. Del color amarillo nacional separatista exhibido en prendas, lacitos y demás mercancías de bazar, al peligro amarillo.
Copiar a los que protestan en Hong Kong contra la China comunista, aunque comparar su situación con la de aquí sea confundir el culo con las cuatro témporas, es la consigna actual. Carece de toda racionalidad, claro, aunque la lógica no ha preocupado nunca a Puigdemont ni a su orquesta de ciegos. Tiene, además, un componente maléfico, intimidatorio, de folletín. ¡El peligro amarillo!, ahí es nada. En el imaginario popular ese concepto nos retrotrae al diabólico Doctor Fu Manchú, inefable y sutilísimo villano creado por Sax Rohmer, encarnado en la gran pantalla por iconos como Karloff o Cristopher Lee. Recuerdo una película de este último, El Castillo de Fu Manchú, en el que el Parque Güell barcelonés era la morada del pérfido doctor y su nefasta secta del Si Fan, dedicándose entre aquellas piedras a buscar la perdición de occidente y el retorno del imperio manchú sobre los perros occidentales. Aprovéchelo, señora Isona Passola, que puede caerle alguna subvención.
Copiar a los que protestan en Hong Kong contra la China comunista, aunque comparar su situación con la de aquí sea confundir el culo con las cuatro témporas, es la consigna actual
Podemos temer lo peor, porque si la estrategia surgida de la canícula, entre generosas jarras de sangría, destilados de calidad y siestas homéricas de pijama y orinal fructifica, mal lo tenemos quienes nos oponemos a esa secta que pretende amarillearnos la vida. Es, sin duda, una hábil estratagema para que quienes todavía no se han dado cuenta que la independencia camina desnuda, no perciban que Torra no tiene presupuestos, que la ruptura entre neoconvers y los de Junqueras es un hecho o que habrá elecciones catalanas antes de fin de año.
Como hay poco personal apuntado al happening de la Diada, doy una idea: distribuyan sombreritos chinos con coleta y organicen una coreografía con temas tales como Disco Chino, de Enrique y Ana, o el celebérrimo Chinito de Amor, de Los Payasos de la tele. Igual el personal se anima y Pepe Antich lo publica en su panfletillo.
A fin de cuentas, lo de China no es cosa nueva. Artur Mas ya intentó convencer a China popular, en la que Carod se también se llama Josep Lluís, para que soltase pasta en la independencia. Recibió como respuesta unas magníficas y orientales naranjas de la china. Por eso el Think Tank separata debe inventarse un nuevo cuento chino. Disco chino, chino, chino, filipino.
Y así andamos.