De vez en cuando me acuerdo de aquellos simpáticos animalillos que se suicidaban en masa cuando crecía su población o escaseaba la comida. Los lemmings, se llamaban. Tuvieron hasta un videojuego. Pero resulta que no, que todo aquello no fue más que un mito originado en un documental manipulado. Un bulo, diríamos ahora. A veces, sí, sufren caídas accidentales, pero no es verdad eso de que se tiran por un barranco cuando la necesidad apremia.
Nos quitaron el mito, pero siempre nos quedará el consuelo de la política, que ofrece un espectáculo parecido y además sin sangre. Cada vez que Sánchez dice una barbaridad o comete un acto mezquino, ahí aparecen nuestros lemmings humanos. “Se le entendió mal, pobre”, dicen los simpáticos émulos de Iván Redondo. “Se refería a los barcos con el dibujo de Piolín”, lamentan; porque toda la vida uno se dijo en plural. “Las críticas de la oposición se han centrado en la literalidad de sus palabras”, insisten. Así van saltando al vacío, uno detrás de otro, porque está en su naturaleza; y porque al final del precipicio suele haber un mullido colchón.
Sánchez dice hoy ‘piolines’ como mañana podría decir ‘txakurras’, la palabra que la izquierda nacionalista vasca usaba para referirse a los policías y guardias civiles cuando aún podían acompañar el insulto con balas y bombas
Pero lo cierto es que en parte tienen razón. Probablemente no les llegue el mensaje al fondo del barranco, pero tienen razón. Porque a Sánchez se le entendió mal, y la oposición se centró equivocadamente en la literalidad de sus palabras. Lo importante no fue ese ‘piolines’ sino la idea que está detrás de su intervención. La idea, que no es nueva y ya ha sido defendida varias veces por Sánchez y su Gobierno, es que mientras la derecha enviaba a la policía, el PSOE prefería la negociación; mientras la derecha hablaba de ley, el PSOE hablaba de diálogo; y mientras la derecha pedía responsabilidades penales por un golpe de Estado, el PSOE preparaba los indultos.
En el fondo ese ‘piolines’ no se refería sólo a los policías enviados por el Gobierno de Rajoy, sino a las políticas de todos los gobiernos que no han sido capitaneados por el PSOE. Por eso interpretar sus palabras ciñéndose a la literalidad es un acto de ingenuidad. Sánchez dice hoy ‘piolines’ como mañana podría decir ‘txakurras’, la palabra que la izquierda nacionalista vasca usaba para referirse a los policías y guardias civiles cuando aún podían acompañar el insulto con balas y bombas. El mensaje es que el PSOE dialoga y tiende puentes, y los otros, los fascistas, sólo saben mandar pájaros o perros; animales, al cabo.
El PSOE es el partido que se unió a la turba para exigir que la policía no cumpliera con su labor, que permitiera que se consumara la votación que habría de legitimar el golpe de Estado
Éste es uno de los mensajes centrales del partido, pero aún hay gente incapaz de ver lo que tiene delante de sus narices. “En qué cabeza cabe que el presidente del Gobierno va a llamar piolines a policías y guardias civiles”, decía el otro día un analista en Twitter. Bien, hagamos memoria. El PSOE es el partido que soltó a los presos condenados por el procés por sus santos consensos. El partido que firma leyes y manifiestos con la CUP, con ERC y con Bildu. El partido que bromeaba con el “España se rompe” mientras los golpistas anunciaban sus planes. El partido que varios años después del golpe y sólo unos meses antes de conceder los indultos defendía que había que pasar página y que “ninguna mitad se puede imponer a otra” cuando hablaba de golpistas y constitucionalistas. El partido que se unió a la turba para exigir que la policía no cumpliera con su labor, que permitiera que se consumara la votación que habría de legitimar el golpe de Estado. El partido, en fin, que echó a los policías enviados a Cataluña de los hoteles en los que se alojaban. Pero ay, en qué cabeza cabe. ¡Inconcebible!
Del PSOE se pueden decir muchas cosas, pero una de ellas no es que sea imprevisible. Nadie honesto puede sorprenderse por cada una de sus promesas incumplidas, por su último ataque a alguna institución del Estado, por su defensa de las políticas nacionalistas o por sus discursos enajenados sobre igualdad o educación. Y aún más previsibles son las respuestas de sus fieles, que ya hace mucho tiempo se instalaron más allá de la parodia. Defenderán lo que sea necesario. Si Sánchez niega que vayan a conceder los indultos, entonces los indultos son inaceptables. Al día siguiente los ponen sobre la mesa y ya tienen mejor pinta. Finalmente los conceden y era lo mejor que podía pasar, un soplo de aire fresco para combatir la polarización. Todo es impensable mientras lo niegan, y se transforma en algo provechoso en cuanto lo hacen. Así va pasando la vida.
Por esto, entre otras razones, la oposición se equivoca cuando anticipa el final del sanchismo cada vez que se produce un escándalo. Porque hay una legión de lemmings dispuestos a tirarse por un barranco por su presidente.
ConTroll
Un análisis riguroso y brillante, queda añadir que la legión de lemmings tiene sublegiones: los lemmings que maman directamente del Partido y sus tentáculos, ONGs, organismos, BOEs y boletines autonómicos y los lemmings que ven las teles autonómicas, apenas entran en la interné y votan por tradición a sus señoritos socialistas, los que les arrojan migajas para subsistir con el menor esfuerzo posible. Mayormente en las zonas más subdesarrolladas, Extremadura y Castilla-La Mancha, antes en Andalucía afortunadamente liberada.