Hace ya unos años se filtró una conversación por ‘Telegram’ entre Pablo Iglesias y Juan Carlos Monedero en el que el ahora vicepresidente del Gobierno decía que “a Mariló Montero -la ex mujer del insigne locutor Carlos Herrera- la azotaría hasta hacerla sangrar… Soy un marxista convertido en psicópata”. Para vomitar estas cosas me temo que has tenido que desplegar antes una mirada genuinamente lasciva sobre la víctima, que es una señora estupenda y de muy buen ver. Todos conocemos el historial amoroso de Iglesias, porque se ha ocupado muy poco de esconderlo, y no creo equivocarme si digo que ha estado presidido por la lascivia. No pretendo juzgarlo, sólo describirlo con los apuntes que nos ha ido mostrando desde que es un personaje público.
Presumo sin temor a equivocarme que ha procurado intimar con todas las estudiantes que ha podido durante su paso por la Universidad engatusándolas con sus estúpidas teorías leninistas sobre cómo asaltar el cielo, y luego conocemos que fue novio de Tania Sánchez, a la que hizo diputada -y luego repudió-; que muy probablemente tuvo algún apaño con Dina Busselham, cuya tarjeta de teléfono móvil explosiva le tiene cercado en procesos judiciales, pero a la que ha montado un periódico digital -porque la verdad es que este chico trata muy bien a las amantes-, hasta sentar la cabeza con Irene Montero, a la que ha dado tres hijos que Dios tenga en su gloria, un chalet de lujo en Galapagar -aunque ella no parece andar mal de patrimonio-, y un asiento en el Consejo de Ministros, un espectáculo al que jamás se habría atrevido un gobierno de derechas pero que en este país singular en el que vivimos es aceptado con una normalidad inquietante si el atropello es cometido por la izquierda.
Como ministra, y no ha demostrado otra cosa como persona, la señora Montero es una destacada incompetente. Un florero solicitado por el macho alfa con el que consintió sin clase de arrobo alguno el presidente Sánchez, el conspicuo embustero que nos gobierna. Desde el Ministerio de Igualdad se dedica infatigablemente a promover el feminismo más recalcitrante y nocivo, a riesgo incluso de perder deliberadamente la salud, como le ocurrió con la nefasta manifestación del 8-M.
La trampa de la encuesta es que entre las causas de la violencia están las miradas lascivas, los piropos, las bromas, las insinuaciones
La semana pasada, la señora Montero presentó un estudio sobre la violencia de género según el cual una de cada dos mujeres ha sufrido de una u otra manera maltrato. La cifra es escalofriante porque indica que más de 11,5 millones de señoritas o señoras a partir de los 16 años han declarado haberse sentido vejadas, lo que equivale a asegurar que el matonismo masculino es algo así como el comportamiento social corriente. El estudio y sus conclusiones me revolvieron el estómago, porque, de ser cierto, supondría que España es un país repugnante y doy fe de que me paseo todas las mañanas y no tengo esa impresión. Pero la trampa de la encuesta es que entre las causas de la violencia están las miradas lascivas, los piropos, las bromas, las insinuaciones -ya sean banales- y todas aquellas actitudes que constituyen la sal de una cierta galantería y de las relaciones convencionales y frecuentes entre personas de distinto sexto.
Tengo, por ejemplo, una amiga socialista que mira lascivamente al presidente Sánchez cada vez que aparece en televisión, mucho más desde que ha venido moreno de sus vacaciones en Lanzarote y en Doñana, y que le va a votar con gusto por ello. ¿Está cometiendo algún delito? No lo creo, aunque en este caso la lujuria se desarrolle a distancia. Yo siempre he mirado a las mujeres que me gustan lascivamente, aunque con discreción. Hasta ahora me parecía una inclinación inocente y completamente natural, y dado que me considero físicamente una piltrafa, creo que la capacidad de ofensa es limitada o más bien inocua.
Pureza moral
Pero para la ministra Montero, las miradas lascivas o insistentes, los piropos, los elogios, en los que presumo que el depredador sexual de su compañero vicepresidente tiene un largo pedigrí, al parecer constituyen una manera recóndita e infame de abuso delictivo que deberá combatirse en un proyecto llamado ‘Estrategia nacional contra la violencia machista 2021-2025’, a fin de que tenga su correspondiente repercusión penal. Hasta la fecha, el puritanismo fraguado si no me equivoco en Inglaterra, y que tiene mucho que ver con el calvinismo, ha tenido siempre una raíz moral. Aquella gente creía que el hombre existía para la gloria de Dios, y que su primer cometido en la vida era hacer lo que el Señor quisiera a fin de obtener la futura felicidad. La pureza moral se aplicaba hasta el último detalle y por eso sus seguidores tenían una opinión tradicional sobre la moral sexual, eran adictos a la cultura del trabajo frente a la pasión por el tiempo libre que rige ahora en las sociedades occidentales, y beligerantes en la desaprobación de los puntos de vista a su juicio equivocados.
No deberíamos apoyar ni un momento más la patraña marxista leninista de género que niega las diferencias biológicas entre hombres y mujeres y afirma que el sexo es exclusivamente una construcción social
La diferencia con el puritanismo desplegado por Podemos es que estos son ateos, inmorales, generalmente promiscuos y nada ejemplares, como es el caso del vicepresidente del Gobierno. La nueva religión que nos quieren meter en vena, aprovechando el mantra de la violencia de género, es un sarcasmo. Como aseguran mis amigos los catedráticos Isabel Cepeda y Pedro Fraile en un reciente manifiesto que han publicados en favor de la democracia liberal, “no podemos caer en la trampa de pensar que la igualdad de género que promueve la izquierda resuelve los problemas entre hombres y mujeres. Debemos respetar la libertad sexual y aprender a convivir en el respeto máximo con los homosexuales pero no deberíamos apoyar ni un momento más la patraña marxista leninista de género que niega las diferencias biológicas entre hombres y mujeres y afirma que el sexo es exclusivamente una construcción social, rechazando las influencias físicas y psicológicas en la diferenciación de los roles genéticos con la siniestra intención de esconder tras la ideología de género la destrucción de la familia”, que es lo que persiguen con descaro por ser una institución que consideran burguesa y alienante.
Terrorismo intelectual
Me parece muy lícito estar en contra del puritanismo tradicional de raíz moral, que es exigente y en ocasiones ridículo. Me parece en cambio una obligación ética oponerse a este puritanismo de nuevo cuño desplegado por la generación con menos principios de la historia, que es la que representa Podemos, su macho alfa y el florero que ha colocado como ministra de Igualdad. El socialismo de Sánchez está empeñado en emponzoñar y dividir a la sociedad con su proyecto continuado de revisionismo histórico, y el ala comunista de la Moncloa que representa Iglesias está determinado a quebrar la convivencia natural entre hombres y mujeres, dispuesto a enfrentarnos, y también a arrebatarnos la tentación de la lujuria en la que ellos incurren paradójicamente a diario y sin la cual el mundo sería todavía más aburrido. Como decía una vieja serie española de gran éxito, aunque poco edificante, sin tetas no hay paraíso. Y viceversa, cabría decir. Pero estos terroristas intelectuales que nos gobiernan trabajan a destajo para que aborrezcamos el deseo natural por la contraparte, para castrar el apetito carnal y para hacernos sentir, en caso de desviarnos, unos delincuentes.
La gran Amalia Blanco, alma mater y consejera de Bankia, escribió la semana pasada un tuit en el que decía: “Con el subidón de autoestima que da un piropo, no sé cómo se puede considerar violencia. A mi me parecería más violento que nunca nadie me hubiese piropeado”. En el mismo hilo le responde una chica que dice lo siguiente: “Con 18 años recién cumplidos me fui a trabajar a Málaga. No cogía transporte e iba andando desde el piso hasta donde trabajaba. ¡Los piropos más bonitos e ingeniosos que he escuchado nunca! Llegaba con las pilas puestas y la autoestima por las nubes. ¡Gratos recuerdos!” Sólo me queda decir: ¡qué pena no haber estado en aquella época en Málaga! El trastorno mental que se está instalando en gran parte de la sociedad fomentado por estos ateos inmorales, y puritanos finiseculares fraudulentos que persiguen siempre intereses espurios es realmente alarmante.