Tras meses de agonía y miles de muertes, la pandemia en España empieza a estar bajo control. El virus sigue lejos de estar derrotado, pero la crisis se ha vuelto manejable. Es hora de relajar el confinamiento y reabrir, lenta, cautelosamente, el país.
Como todo en esta epidemia, en España nos las hemos arreglado para que la 'desescalada' se vea acompañada tanto de debates racionales como de los inevitables sainetes esperpénticos que siempre parece producir el país. No me meteré con los segundos (léase las absurdas protestas de Núñez de Balboa, en Madrid) porque son poco más que una distracción que los medios parecen encantados de amplificar pero que no cambiarán gran cosa. El debate sobre cómo y cuándo reabrir, sin embargo, si que ha sido interesante, y creo que ha hecho bien al país.
No me meteré a criticar o alabar los planes y las fases establecidas por el Gobierno. No soy epidemiólogo, y no sabría juzgar. Su desarrollo e implementación, no obstante, ha sido un proceso bien llevado, con políticos y expertos nacionales y autonómicos aportando ideas y críticas válidas, y el Gobierno refinando las cosas y añadiendo cambios para mejorar el plan.
El hecho de que todo el mundo está hablando de fases y exámenes técnicos de forma similar demuestra un nivel de consenso considerable
Se han cambiado detalles, definido mejor las áreas geográficas, y hablado sobre datos, indicadores, y escenarios específicos. Se ha criticado al Gobierno, se ha criticado a autonomías, pero el modelo resultante es generalmente aceptado. El hecho que todo el mundo está hablando de fases, indicadores, y exámenes técnicos de forma similar demuestra un nivel de consenso considerable, y se ha podido alcanzar sin bobadas como gobiernos de concentración o exigencia de lealtades ciegas.
Cierto, no ha sido un proceso bonito o elegante, porque cualquier debate en democracia nunca lo es demasiado. Las quejas de las comunidades que se han quedado en fase 0, cuando creían que podían pasar a la 1, son comprensibles, pero incluso en estos casos tenemos a administraciones atizándose con informes, no con insultos y gritos de deslealtad.
En contra de lo que muchos dicen, la democracia y las instituciones españolas han funcionado como deben en esta pandemia. El Gobierno ha cometido errores (algunos atroces, otros justificables), pero el proceso de tomar decisiones, votar medidas, discutir, debatir, y negociar ha sido quizás no modélico, pero sí competente.
El hecho de que los políticos hayan alcanzado esta especie de consenso más o menos nebuloso es positivo más allá de la pura efectividad de las instituciones. Es imprescindible para evitar que la 'desescalada' se convierta en una competición dominada por histéricos de un barrio privilegiado de Madrid. Gracias a este consenso, será más fácil conseguir que cuando las autoridades vayan levantando restricciones, los ciudadanos confíen en ellas.
Hablemos de Georgia, en Estados Unidos. Brian Kemp, el gobernador del estado, levantó la mayoría de las restricciones a la actividad el 24 de abril, en contra de la opinión de los expertos e incluso la del presidente Trump. Haciéndose eco de la retórica de las protestas (minúsculas pero ruidosas) en contra del confinamiento, dijo que era hora de liberar la economía y hacer que la gente volviera al trabajo.
Georgia y Texas, ejemplos paralelos
El plan ha fracasado estrepitosamente, pero no por un repunte de contagios o muertos debido a la epidemia. Aunque gran parte de las prohibiciones a la actividad se han eliminado, los georgianos se han quedado en casa, y muchos negocios han preferido seguir cerrados por falta de clientes. El distanciamiento social y la cuarentena han seguido vigentes porque los ciudadanos no se fían de lo que dice el gobernador y han decidido quedarse en casa. Según los datos de Opportunity Insights, un equipo de analistas de Harvard que utilizan datos en tiempo real de transacciones financieras y tarjetas de crédito para medir la actividad económica, Georgia tenía una caída de la actividad económica mayor a principios de mayo que la media de Estados Unidos. Para empeorar las cosas, a la casi inexistente recuperación se suma que empiezan a verse en los márgenes algunas señales de que los contagios están volviendo a repuntar en algunas zonas. No es de extrañar que Kemp sea uno de los gobernadores menos populares del país.
Otros estados que han reabierto han sufrido problemas similares. Texas, otro de los que abrieron rápido, no ha visto apenas cambios en su actividad económica. En otros lugares si han visto mejoras, pero incluso en esos estados muchos sectores de la economía no han visto clientes. El gasto en restaurantes y hoteles se ha desplomado un 50% en todo el país, sin excepciones; teatros, cines y ocio en un 70%. Aunque hay varios estados donde la reapertura sí ha traído un retorno rápido de la actividad, el patrón general es que abrir las puertas no es suficiente para convencer que los consumidores salgan de casa. Es más, los mismos datos de Opportunity Insights indican que en casi todo el país la caía de la actividad económica precedió a los decretos y órdenes de confinamiento.
Si la reapertura además provoca otro brote de contagios que fuerce otro cierre, el temor será aún mayor en una segunda ronda
Dicho en otras palabras: para reactivar la economía no basta con levantar el estado de alarma, reabrir cines y teatros y dejar que la gente salga de casa. Si las autoridades no han tomado medidas, establecido planes, y dado explicaciones convincentes sobre qué estamos haciendo, cómo, y por qué, el miedo hará que muchos sigan actuando como si las restricciones siguieran en vigor. Si la reapertura además provoca otro brote de contagios que fuerce otro cierre, el temor será aún mayor en una segunda ronda.
Por muy chapucera que haya sido la respuesta del Gobierno y comunidades autónomas en España, por muy torpes, chillones, y cazurros que a veces parezcan nuestros políticos, el consenso relativo alcanzado en cómo se organiza y evalúa el proceso de desescalada es una muy buena noticia. Se cometerán errores, tendremos debates ridículos, y habrá que echar marcha atrás a veces según vayamos avanzando, pero la unidad de criterios y el debate (casi) razonable ayudarán a que la confianza se vaya recuperando.
Por una vez, la clase política se está comportando. No todo lo hacemos mal.