El mundo parece estar a las puertas de un conflicto nuclear por segunda vez. La primera fue debida a la llamada “crisis de los misiles” de 1962, que tiene más de un parecido con ésta. En aquella ocasión el despliegue de misiles de Cuba no fue por un capricho o una simple provocación de la URSS. Estados Unidos había intentado invadir Cuba en 1961 a través de la CIA y un grupo de disidentes en la Bahía de Cochinos, pero ante su fracaso puso en marcha la “Operación Mangosta” que perseguía una invasión militar esta vez directa, utilizando al propio ejército estadounidense, con el pretexto de una operación de falsa bandera similar a la empleada con el acorazado Maine en la guerra con España (1898). Los rusos se enteraron y por eso Fidel Castro aceptó la instalación de los misiles. EEUU se sintió entonces “amenazado en su seguridad” por una crisis que ellos mismos habían empezado y amenazó con apretar el botón nuclear. Sesenta años después dos de los protagonistas son los mismos, aunque su papel se haya en cierta manera intercambiado. Eso sí Kennedy pasaría a la Historia como el hombre que salvó a EEUU (y a Occidente) del agresor soviético, mientras Putin probablemente pase como el genocida de Ucrania que hundió a Rusia (y tal vez también al resto). Cosas del relato, aunque probablemente no solo.
Son muchos los artículos que han analizado las causas de este nuevo conflicto. Además de las características personales de Putin, como origen de la invasión de Ucrania se encontraría la intención de la OTAN de ampliarse hasta las mismas fronteras de Rusia, ni siquiera a una isla cercana como era el caso de Cuba. EEUU y la UE alegan, con razón, que Ucrania es un estado soberano que tiene derecho a adherirse a la OTAN si le viene en gana, y que ésta es una organización de carácter internacional que no tiene por qué admitir vetos de nadie en relación con sus nuevos miembros. Un relato correcto, si bien cuando se trató de Cuba nadie se rasgó las vestiduras porque se impidiera a un Estado soberano aliarse militarmente con quien quisiera ni a Rusia desplegar misiles con el país que soberanamente lo aceptara. Pero tampoco vamos a profundizar en la doble vara de medir que se emplea para valorar las violaciones del derecho internacional según quién las cometa (la lista sería larga) sino analizar algo más concreto: por qué lo es bueno para Europa del Este no lo es para otras partes del mundo como África o Iberoamérica, siendo además esta última un pilar fundamental de Occidente.
La OTAN se creó el 4 de abril de 1949 con la finalidad de hacer frente a la amenaza que suponía la URSS y sus entonces Estados satélites. Pero su objetivo era más amplio. En el preámbulo del Tratado se dice que el objetivo es “salvaguardar la libertad, el patrimonio común y la civilización de sus pueblos, fundados en los principios de la democracia, la libertad individual y el estado de derecho”, “buscando promover la estabilidad y el bienestar en el área del Atlántico Norte”. Y en su página web actual se señala que su finalidad es “garantizar la libertad y la seguridad de sus países miembros por medios políticos y militares.”
Podría haberse dicho que la amenaza de la URSS sólo afectaba al norte, pero eso no era cierto. De hecho, durante la Guerra Fría el enfrentamiento se extendió por todo el mundo, y especialmente en Iberoamérica
¿Por qué no se decidió promover la estabilidad, el bienestar, la libertad y la seguridad del “Atlántico Sur”? En un primer momento podría haberse dicho que la amenaza de la URSS sólo afectaba al norte, pero eso no era cierto. De hecho, durante la Guerra Fría el enfrentamiento se extendió por todo el mundo, y especialmente en Iberoamérica, no sólo Cuba. Tampoco podría alegarse que un requisito es que se tratara de Estados plenamente democráticos donde imperara la libertad y el estado de derecho. Uno de los doce Estados fundadores (1949) fue Portugal, un país que no había roto relaciones con la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial y que era gobernado bajo el régimen personalista de Salazar.
En todo caso, tras la caída de la URSS, la OTAN entró en una crisis de identidad: ¿cuál debía ser su objeto si había desaparecido su enemigo? Hubo incluso quien propuso cerrar, cosa que por cierto prevé el propio Tratado en su art. 12, tras los diez años de entrada en vigor. Pero en lugar de ello se optó por ampliar su número de miembros, que hoy alcanzan el número de 30, más que Estados miembros de la UE. A ello ayudó que, tras la caída del muro, surgió oportunamente el terrorismo islámico que daría un nuevo sentido a la Alianza. Pero precisamente ese fenómeno, como ha propuesto España e Italia en diversas ocasiones, era un buen motivo para mirar hacia el sur, especialmente a África donde las organizaciones terroristas hacían su agosto. Nada se hizo. Cada uno puede aventurar su por qué.
Hoy cuando el terrorismo islámico vive sus horas bajas, aunque no haya desaparecido, lo que señalaba Kissinger como el mayor peligro para Occidente, que se unieran Rusia y China, paradójicamente se ha logrado. No es momento de buscar responsables, pero sólo un ciego no vería que el campo de influencia de esta unión de hecho no está solo en Europa sino en África (la presencia de Rusia en Libia, Argelia y Mali ha sido un éxito) e Iberoamérica que camina con paso decidido a su conversión en Sinoamérica. Cada día nuevos países hispanos abrazan algún tipo de comunismo, y en todo caso de totalitarismo, aumentando los miembros de la ruta y la franja de la seda (el último en unirse ha sido Argentina). Es una obligación moral movilizarse a favor del pueblo ucraniano, pero ¿qué hay del pueblo venezolano?
Hay que suponer que hoy somos sinceros cuando decimos defender la soberanía de todos los países y que queremos promover la colaboración de Occidente frente a la amenaza Ruso-China
Por tanto, preguntémonos ¿qué nos impide establecer hoy un Tratado del Atlántico Sur? No será por falta de interés de Occidente en la zona (salvo que se caiga en el error de algunos “occidentales” que no consideran a Iberoamérica Occidente), ni por motivos espurios para que algunos tengan las manos libres para intervenir en algunos países a su voluntad, como ha ocurrido en el pasado (Nicaragua, Panamá, Isla de Granada, Chile…). Hay que suponer que hoy somos sinceros cuando decimos defender la soberanía de todos los países y que queremos promover la colaboración de Occidente frente a la amenaza Ruso-China.
Si la OTAN sigue cerrada en el “norte” y no percibe que su necesaria ampliación está en el sur, al menos la UE debería hacerlo por sí misma encontrando tal vez por esta vía un sentido claro a su política de seguridad y defensa común. Claro que tal vez seamos ingenuos al esperar tal cosa, como lo seríamos en pensar que buscan realmente la paz quienes, hablando de derecho internacional o de igualdad, no quieren renunciar a las bombas nucleares o ponerlas todas ellas bajo una autoridad común. Y es que en la guerra de Ucrania es fácil adivinar quiénes serán los perdedores (además de la población ucraniana), pero los vencedores por ahora son solo dos: los fabricantes de armas y China, que pasaba por allí y que puede ganar el partido sin haber “disparado” un gol. ¿Alguien engañó a Putin?