Opinión

...Y el PP, a ver los barcos venir

De cara a la reunión que mantendrá con Sánchez el jueves, mejor Feijóo que no meta la cartera en el bolsillo de la americana. Nunca sabe uno lo que puede pasar

  • El presidente de la Xunta de Galicia y candidato a la presidencia del PP, Alberto Núñez Feijóo, (i) junto a el presidente de la Junta, Juanma Moreno, (d)

Ahora que los operarios de la Real Maestranza de Sevilla y los de Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid sacan brillo a sus respectivas puertas grandes; ahora que están apunto de ser encajonados y enchiquerados los toros y los toreros sueñan con la faena imposible, ahora he recordado un sucedido con el revistero Joaquín Vidal. Vidal fue para mí el mejor crítico taurino posible. Disciplinado, cabal, rabiosamente independiente, juicioso sin necesidad de pontificar y con una pluma envidiable. Para los aficionados a los toros era un gusto la doble página que hacía en aquellos tiempos en los que el diario de Prisa no escondía la información taurina. Yo no tuve un padre o un familiar que me llevara al tendido y me fuera explicando lo que pasaba en el albero. A mi me llevaron a las plazas de toros las crónicas de Joaquín Vidal. Lo leí con tanto interés y placer que quise saber realmente de qué hablaba, y ahí, justamente ahí, empezó una afición que hoy sostengo con alguna pereza y poca paciencia.

¿Pero hubo un Congreso en Sevilla?

Un día del ciclo isidril me lo encontré en la puerta de arrastre, y aunque Joaquín no invitaba a la conversación, me acerqué respetuoso para saludarle y decirle lo que pensaba de su crónica, pero, sobre todo, para preguntarle por qué en su última crítica no decía nada de los dos espadas que habían acompañado al triunfador de la tarde. Creo que me miró de frente con cierto desdén y me dijo: "¿Pero es que torearon?" "Sí, respondí ingenuo, torearon, maestro". Y terminó solemne la conversación: "Pues yo no los vi y por eso no salen en la crónica". 

Esto que les traigo, esta lección de periodismo que consiste en ignorar a alguien antes que caer en el desaire,  es exactamente lo que el añorado periodista hubiera hecho con el congreso del PP celebrado en Sevilla. ¿Ah, pero es que hubo un congreso?

El mismo PP sin Casado y Egea

Hubo un acto, una aclamación por necesidad, un loor de multitudes hacia un nuevo líder al que le piden que les conduzca a la tierra prometida que es el gobierno de España. En realidad, el PP es el mismo de la semana pasada, pero sin Pablo Casado y, sobre todo, sin el zascandil de Teodoro García Egea. Lo demás sigue desvaído y mal cosido.

Ya sabe uno que los congresos de los partidos se hacen para los partidos más que para sus votantes, pero de este se esperaba algo más. En lo ideológico, el PP no tiene por qué redefinirse porque está bien donde está, en el centro derecha. Y ahí estará el tiempo que quiera, pueda y aguante mientras la extrema derecha puja por quitarle el sitio.

Cuanto más perfil tenga Abascal más fácil será para Feijóo consolidar su espacio. Pero así no se ganan las elecciones. Y, sobre todo, así no se termina con la sangría de votos del PP a Vox. Hay quien dice que con el gallego llega la política adulta, como si él no hubiera estado en el partido. Los dirigentes, estos y los de ahora, son tan adultos o infantiles como cuando llegó Casado a la calle Génova. De hecho, algunos repiten y han sido premiados a tenor de sus coherentes carreras, tan atentas a marcar fidelidades en función de como se mueve el péndulo del poder.

Vox, el problema que el PP no nombra

No es un problema de adultos o adolescentes. En realidad, muchos de los movimientos que se producen en los partidos están más en consonancia con lo que sucede en un patio de recreo en el colegio que de una cátedra de Ciencia Política. El poder y su forma de lograrlo está más próximo a la inmadurez y provocación que a la reflexión y las buenas maneras. Vale para el PP, vale para el PSOE y no digamos para esa guardería de niños mimados  -a-co-mo-da-dos, que diría Luis Sánchez Polak, Tip-, que es Unidas Podemos.

Me recuerda el PP aquella copla de Carlos Cano: "Vengan palmas y sevillanas, que mañana Dios dirá,  y a ver los barcos venir, a ver los barcos pasar", mientras otros van haciendo su trabajo. Digámoslo claramente: el PP tiene un problema que le da miedo mentar, y se llama Vox. Y una obsesión que no sabe cómo abordar, Vox. El PP ha cerrado -no sé si en falso, pero si de aquella manera- un cónclave en el que su principal problema, que está perfectamente identificado, ni si quiera se ha nombrado. Están convencidos de que aquello que no se nombra no existe. Gran error. Dicen que Núñez Feijóo habló de los de Abascal cuando dijo estar harto de los que reparten carnets y se jactan de ser más españoles que nadie. Y eso fue todo.

Más diálogo, menos insultos

El Congreso terminó, pero el PP, en lo tocante a sus dificultades y la forma de abordarlas, es el mismo. Sí, el PP va a ser más dialogante, más vertebrado. ¿Y qué más? Sí, que no va a parar hasta que los españoles tengan un gobierno del que fiarse. Sí, ¿y qué más? Sí, que Feijóo tiene hambre de cambio y muy claro que moderación no es tibieza. ¿Y qué mas? ¿De verdad es esto lo que hay que decirles a aquellos que tiene la papeleta del voto más cerca de Vox que del PP? Poco parece, la verdad.

A Pablo Casado se le puede criticar por muchas cosas. La primera por no mandar, o por dejar mandar a quien no lo merecía. Se le puede echar en cara su despiste estratégico y el absurdo desgaste que él solito se recetó frente a Díaz Ayuso. Lo que nadie le puede negar es que no fuera un hombre centrado y dialogante. Dejó de serlo cuando comprobó una y otra vez que la otra parte, o sea el sanchismo, utilizaba el diálogo como una herramienta de distracción. Cuando la otra parte no quiere dialogar sino imponer su criterio y, además, te miente, es difícil avanzar. Casado se hartó de esperar una llamada telefónica de Sánchez, que nunca se produjo. Si así entiende el dialogo antes no veo porqué va a ser distinto ahora.   

Sánchez ya le ha mentido a Feijóo

Alberto Núñez Feijóo sabe que el presidente le dijo en la La Palma que bajaría los impuestos, pero eso no ha sucedido. Es la primera mentira al nuevo líder del PP. Feijóo ha salido a la plaza con un terno blanco y oro, que suele ser el color que eligen los que reciben la alternativa y torean por primera vez en Las Ventas. Puede hincar las zapatillas en la arena. Puede cargar la suerte y no meter el pico en la faena. Puede tener a su flamante cuadrilla atenta por si el toro le hace un extraño. Dará igual. Si no es el cuerno derecho, el de la mentira, lo cogerá el izquierdo, el de la apariencia. Y si consigue hacer faena ha de saber que le estará esperando en chiqueros un cinqueño con el hierro de Vox que, aunque se alimenta de sal, no hace otra cosa que engordar. Será un milagro que uno de los dos, o los dos, no lo lleven directo al hule de la enfermería.

Seguro que Alberto Núñez Feijóo recuerda el lamento de su antecesor: "No sé por qué me echan, si no he hecho nada". Él mismo.    

Suerte y al toro. Y si se acuerda, y de cara a la reunión que mantendrá con Sánchez el jueves, mejor que no meta la cartera en el bolsillo de la americana. Nunca sabe uno lo que puede pasar.    

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