En estos tiempos de coronavirus, España ha redescubierto su enorme, infinita cantera de epidemiólogos y expertos en microbiología que yacía latente en redes sociales. Son gente brillante, que están siempre por la labor de desglosar y analizar cualquier titular sobre pandemias en cualquier lugar del mundo. Sus análisis, llenos de sabiduría, no dudan en criticar la torpe respuesta de las autoridades españolas, que andan completamente perdidas en este aspecto.
Es fácil mofarse de los expertos de salón que tanto abundan en Twitter, especialmente cuando son las mismas voces que sabían de aeronáutica cuando las crisis del 737MAX, de política británica durante el Brexit y sobre fútbol en todas las convocatorias de Luis Enrique en preparación a la Eurocopa. Todos estamos un poco en redes sociales, al fin y al cabo, para jugar a ser expertos, y es divertido bromear sobre cómo el coronavirus va a matarnos a todos.
El trabajo de un responsable de sanidad pública en Madrid, Seattle, Verona, o Hamburgo en los últimos meses ha sido esencialmente el de hacer predicciones
No voy a criticar a los críticos ni al Gobierno sobre la epidemia porque, obviamente, no tengo ni idea del tema. Hay gente de la que me fío que dice que en la respuesta ha habido errores, otros que me dicen que España está haciendo un buen trabajo. Ambos seguramente tienen parte de razón. De lo que sí puedo hablar es sobre predicción, en parte porque de esto sí se un poco más sobre el tema, en parte porque soy notoriamente malo haciéndolas. El trabajo de un responsable de sanidad pública en Madrid, Seattle, Verona, o Hamburgo en los últimos meses ha sido esencialmente el de hacer predicciones.
A principios de febrero, un director general de Sanidad de una comunidad autónoma tenía en sus manos una mezcla de datos e información difícil de evaluar. Sabía que había una epidemia en China. No estaba seguro de en qué otros lugares había focos de esa infección. Tenía una idea decente sobre cuánta gente en su comunidad había viajado, y podía hacer un seguimiento aceptable de ellas. No sabía, sin embargo, si había alguna región, algún lugar, algún país que también tenía focos de los que debería preocuparse, y ni podía estar seguro al 100% sobre si realmente todo el mundo que había viajada a un país de riesgo había avisado a las autoridades.
Aunque España tiene una red impresionante de laboratorios y hospitales, las pruebas para detectar el virus aún escasas, y no sabe cuántas va a necesitar a corto plazo
Este cuadro, por sí sólo, hacía difícil tomar medidas, pero la cosa no se quedaba aquí. El coronavirus es una enfermedad nueva, y no sabía si teníamos toda la información relevante sobre cómo actuaba. Aunque España tiene una red impresionante de laboratorios y hospitales, las pruebas para detectar el virus aún escasas, y no sabe cuántas va a necesitar a corto plazo. El sistema sanitario está compuesto por decenas de miles de médicos que son seres humanos y a veces cometen errores, y más con protocolos nuevos de los que nadie está del todo seguro. Y de nuevo, no sabes lo que no sabes. A principios de febrero, por ejemplo, los italianos sólo tenían tres casos declarados; nadie era consciente de que la gente que estaba volviendo en el avión de su Lombardía esos días eran un vector de transmisión.
¿Qué puede hacer este hipotético funcionario o alto cargo de una consejería en España? A toro pasado, quizás podemos decir que deberíamos haber hecho más. Aunque no tuviéramos ni idea si había vectores de infección o no, se podrían haber empezado a practicar pruebas de coronavirus a todo el mundo que tuviera una neumonía aguda, asumiendo que tuviéramos capacidad de laboratorio. Se podrían haber creados planes para intervenir rápidamente en cualquier posible foco, o adiestrado a todo el personal médico como locos durante todo el mes.
La cuestión es que con la información disponible hace 30 días, estas medidas quizás no parecían razonables o proporcionales a la amenaza sobre el terreno. Cada decisión de los responsables de sanidad tiene costes, tanto directos en cuanto dinero gastado y personal desviado para prepararse ante la pandemia, como indirectas en impacto sobre la reputación y economía del país. Sacar a un montón de médicos de urgencias a principios de febrero implica que vas a tener más pacientes en urgencias para menos personal, creando otras situaciones de riesgo, por ejemplo. Cerrar zonas turísticas tiene un coste descomunal para la economía, igual que cerrar colegios o eventos deportivos. Es algo que puedes hacer, pero no estás seguro si es necesario.
Casos sin controlar
El mismo juego de evaluar riesgos sigue durante toda la pandemia. Los responsables de sanidad saben qué recursos tienen, saben cuántos pacientes están tratando, y tienen una cierta idea sobre qué sucede en otros lugares. Pueden estimar de forma indirecta cuántos casos no tienen controlados en base al número de casos agudos que están tratando. Lo que no saben, sin embargo, es qué sorpresas les esperan en forma de otros países con focos graves, y qué focos locales han perdido de vista (estilo feligreses de una Iglesia evangélica que rechazan avisar que están enfermos) y pueden emerger al azar.
Dentro de la lista de medidas que pueden tomar, tienen una idea decente (porque los expertos en España saben lo que hacen) sobre qué funciona, qué no funciona, y cómo implementarlo, pero carecen de información completa para saber qué nivel de actuación es necesario. Incluso cuando la tienen, están sujetos a cuellos de botella y niveles de recursos salidos de decisiones tomadas hace meses o años, antes de que nadie supiera sobre esta infección. Hacer seguimientos de gente infectada para hacer pruebas a todos sus contactos requiere muchas horas de trabajo, y debes decidir cuánta gente dedicas a ello, y priorizar los casos que pueden ser más peligrosos.
Dicho de otro modo: los responsables de Sanidad en España van a cometer errores. Centenares, miles de errores. Los cometerán porque lo que están haciendo no es sólo un problema difícil, pero incierto; es un problema donde miles de médicos, funcionarios y enfermeras deberán tomar decenas de miles de decisiones con información limitada. Y no será fácil saber si han acertado o no, porque no sabremos qué hubiera sucedido si hubieran hecho otra cosa.
Tenemos la suerte de disponer de una administración muy competente. Esta es la clase de emergencias a las que sabemos responder
Lo mejor que podemos hacer, ahora mismo, es hacer todo lo posible para que los expertos lleven la voz cantante, y los médicos y personal sanitario los medios que necesitan. España tiene muchos defectos, pero en lo que respecta a ser Estado, dar servicios, tenemos la suerte de disponer de una administración muy competente. Esta es la clase de emergencias a las que sabemos responder.
Habrá decisiones complicadas basadas en información muy, muy imperfecta que acabarán en manos de los políticos, porque hay cosas que deben decidir gente con cargo electos en última instancia (cierre de escuelas, aeropuertos…). Cuando tengan que hacerlo, debemos asegurar que tienen tanta información como sea humanamente posible y un consenso social tan amplio como buenamente puedan conseguir. Debemos pedir y exigir que nadie nos mienta, y que todo el mundo esté dispuesto a reconocer errores, porque es la única manera de solucionarlos.
Vienen semanas difíciles. No las hagamos más complicadas de lo que deberían ser.