Tradicionalmente a mediados de marzo vuelve a nuestras vidas, en una suerte de eterno déjà vu, la ya legendaria campaña de "Ya es primavera en El Corte Inglés". Pero como recordarán el 15 de marzo de este año, hace setenta y tres días que parecen un par de milenios, empezaba el estado de alarma y, por ello, cerraban las grandes superficies comerciales. Hasta ahora. Con dos meses de retraso, ahora sí, ya es primavera en El Corte Inglés, pero sólo en los lugares de fase 2, claro.
Para algunas generaciones que ya pintan demasiadas canas lo de comprar en El Corte Inglés es casi como una conquista social. Una suerte de prueba de haber llegado lejos, casi un orgullo. Para otros este es un establecimiento pijo que simboliza el capitalismo más salvaje y alienante. Creo que para la mayoría, entre los que me encuentro, es sólo una tienda más a la que recurrir según te convenga. Por ejemplo, yo destacaría el servicio de relojería, porque te cambian la pila en un santiamén. Pero ese no es el tema.
El tema es que este martes tocaba visitar esta superficie para ver cómo se vive allí el mes escaso que queda de primavera. La primera impresión fue que los consumidores no se han abalanzado para entrar El Corte Inglés, quizás porque aún tienen miedo al contagio, quizás porque prefieren esperar a que lleguen las rebajas de verano para comprar más barato o quizás porque con el lío de las fases ni se han enterado de que ha reabierto sus puertas.
Me di cuenta de cómo nos está cambiando esta situación cuando, por primera vez en mi vida, sentí reparos al coger ropa para probarme. ¿Qué hago con estas prendas si, como acostumbro, decido no comprármelas?
Básicamente, había pasillos casi vacíos, pocos clientes y seguridad, mucha seguridad, incesante seguridad. Nada más pasar la puerta me topé con botes de desinfectante y con uno de esos simpáticos trabajadores -por supuesto todos ellos ataviados con mascarilla y guantes- que te indican cualquier cosa que se te ocurra preguntar. Abundaban los carteles que recuerdan que es obligatorio entrar con la mascarilla puesta. Y en el suelo había montones y montones de pegatinas para marcar la distancia de dos metros que debes guardar. Señales para que no olvidemos esta distopía nuestra.
Encontré los lavabos y los ascensores impolutos. Así que para que el viaje a El Corte Inglés no resultase aburrido, me puse a buscar ropa en mi planta, que todavía sigue siendo la joven. Me di cuenta de cómo nos está cambiando esta situación cuando, por primera vez en mi vida, sentí reparos al coger ropa para probarme. ¿Qué hago con estas prendas si, como acostumbro, decido no comprármelas tras habérmelas puesto? ¿Tendrán que lavarlas antes de que otro cliente pueda hacer lo propio? Supongo que sí, a tenor de la mirada vigilante de una dependienta que noté pegada a mi espalda cuando entré y salí del probador, pero no lo supe con certeza porque decidí comprar las dos camisetas elegidas. Sin duda los jefes de este diario me abonarán el coste por mis sacrificios.
La mampara ya no sorprende porque es una de esas cosas que ha pasado a nuestro imaginario colectivo con suma facilidad. Es delirante pero nos hemos acostumbrado
Lo más reseñable estaba en los mil y un mostradores con caja registradora que hay en El Corte Inglés (se supone que hay uno por cada marca pero yo creo que hay muchos más). La mampara ya no sorprende porque es una de esas cosas que ha pasado a nuestro imaginario colectivo con suma facilidad. Es delirante pero nos hemos acostumbrado. Sí sorprende, aunque a partir de ahora vaya a ser la tónica habitual, que uno de los dependientes esté limpiando el mostrador y la caja con fruición entre cliente y cliente.
-¿No hay mucha gente hoy, no? -pregunté al pagar en busca de alguna revelación notable.
-No, por ahora no, pero es que aunque haya solo diez clientes cuesta mucho.
-Uf, cuando lleguen las rebajas será más complicado.
-No quiero ni pensarlo.
Mientras recorría otras plantas pensaba, cómo no hacerlo, en aquellos celebrados versos de Neruda -"quiero hacer contigo / lo que la primavera hace con los cerezos"- pero tampoco eso me hizo florecer grandes ideas. La realidad, por qué no admitirlo, es que no descubrí ni viví grandes cosas que contar en esta excursión a El Corte Inglés. Me fui a casa como había ido, pero con dos camisetas más para el armario. En general, eso sí, diría que allí presidía el ambiente un aire sombrío, anodino, como desganado, nada primaveral. Pero me temo que eso nos pasa un poco en todos los sitios, ¿no?