Es sorprendente la cantidad de palabras que leemos y escuchamos; sorprendente también las muchísimas conversaciones en nuestras casas y entre amigos sobre lo qué es y significa Rafael Nadal y lo poco que nos parecemos a él. Es aún más insólito escuchar a algunas personas enfatizar las virtudes del tenista, sabiendo como sabemos que son las mismas que no tiene aquel que las declara y valora. Y resulta irritante la manera en que, hinchando el pecho y con agua en los ojos, aseguramos que es uno de los nuestros, cuando en realidad nos parecemos a duras penas. Debe ser que tenemos un serio problema para reconocer lo que somos y lo que queremos ser, una patología de naturaleza sicológica con la que los españoles venimos conviviendo desde hace décadas con toda la naturalidad del mundo.
Voluntad, educación, confianza
No deja de llamarme la atención que, sabiendo lo que es bueno, elijamos siempre lo contrario, que no sé si es lo peor de forma general. Cualquier padre dejaría a sus hijos pequeños con una persona como Rafa Nadal. Es más, cualquier padre que tenga un proyecto de fututo para su prole querría que tuvieran las virtudes que con tanta humildad y naturalidad exhibe el tenista. ¿Debo repetirlas? Me quedo con tres, voluntad, educación, humildad. Y también, verdad. Si nos pareciéramos un poco, sólo un poco, Alfonso Guerra terminaría teniendo razón, y hoy a España no la conocería ni la madre que la parió.
Para que nadie me tilde de sobrado, no tendré inconveniente en reconocer que para mí querría estas virtudes que tanto admiro. La única razón que me libera a la hora de escribir lo que están leyendo es que, tantas veces las admiro como las echo de menos, y eso amigo lector me permite mirar el patio de mi calle, tan desabrido y destartalado, con una cierta tranquilidad y bastante decepción.
Uno piensa en lo que el tenista nos dice y en la manera en que hace bueno eso que don Quijote le explicaba a su escudero: Sábete Sancho que no es un hombre más que otro si no hace más que otro, que enseguida siento como un sudor frío por la espalda al pensar en aquellos que nos gobiernan, los que aspiran a hacerlo, y los que lo están haciendo sin necesidad de estar sentados en una silla del Consejo de ministros, que este y no otro es el verdadero milagro del presidente.
Tan cerca de Nadal, tan lejos de los políticos
Cuanto más pienso en Nadal más en evidencia queda una clase política que no conoce la humildad, que ignora la voluntad y olvida la educación. Incluso sus normas más elementales han desaparecido del debate público y han terminado por instalarse en los medios, en las columnas y tertulias por las que desfilan opinadores de parte que no tienen ya ningún reparo a la hora de poner su pluma o su voz o su cara en favor de alguien. Siempre el mismo.
Tuve la oportunidad de conocer un poco al desaparecido y por lo que veo nada añorado Emilio Romero. Aquel periodista, epítome del franquismo y que terminó abrevando en las fronteras del guerrismo, solía decir que él no vendía jamás su pluma, que la alquilaba. Yo, pobre de mí, siempre pensé que eso era lo que pasaba entonces, y nunca que eso sucedería ahora. La ordinariez y el mal gusto han saltado de las televisiones a los hemiciclos, y de ahí a las sobremesas y reuniones de amigos y familia. No creo yo ser una excepción, pero la conversación política ha desaparecido casi en su totalidad en mis relaciones sociales. Mérito que adjudico a Pablo Iglesias y a Pedro Sánchez, los dos verdaderos impulsores de la extrema derecha en nuestro país. No me olvido del PP de Pablo Casado y el lanzado de huesos de aceituna murciano.
Vox, en el argumentario de Sánchez
En eso está el presidente, y por eso en sus mítines en Andalucía Vox sigue siendo un argumente recurrente y salvífico aunque sólo sirva para que el partido de Macarena Olona crezca. Pero ya no cuela. Hay que tener mucho valor, o gran desconocimiento, o un desapego enorme de la realidad, o un inmenso coro de pelotas paniaguados, o un alto criterio de sí mismo, o una pésima opinión de los andaluces para presentarse estos día en esa tierra como si fuera la solución a sus problemas. Él, verdadera factoría a la hora de crearlos, pide el voto para que los mangantes del PP no vuelvan a gobernar. ¿Cómo puede Pedro Sánchez hablar de mangantes en Andalucía sin que se paren los relojes y no se derrita el bronce del Giraldillo?
Un cara a cara de segunda categoría
Hoy, en el Senado, veremos el primer cara a cara entre el presidente y Alberto Núñez Feijóo. No me atrevo a adelantar lo que puede pasar, pero no creo equivocarme mucho que: uno, responderá a peguntas que no le hará el líder del PP; dos, que aparecerá Vox como argumento casi definitivo para demostrar que son la misma cosa. Y tres, a poco que se vea acorralado volverá con la matraca del Gürtel y Bárcenas y toda la baraja de casos que el PP ya ha pagado de sobra, si uno no olvida por qué Sánchez ha podido estrenar colchón en Moncloa. Traer el ejemplo de Rafael Nadal un día como el de hoy es un desatino. Qué digo desatino, es una provocación.
Este primer cara a cara, descafeinado y retórico, nos dirá pocas cosas, pero uno se daría por satisfecho si al menos Feijóo no cae en la complacencia y trata a los españoles como adultos dignos de respeto.
¿Está chantajeando Marruecos a Sánchez?
Me hubiera gustado que hoy le preguntaran por la información que Marruecos robó de su teléfono, y hasta qué punto es verdad lo que aseguran los más enterados: que están chantajeando al presidente de España con esa información. Tenemos derecho a saber qué había en ese teléfono, que ha permitido este giro disparatado de nuestra política exterior con Marruecos y Argelia. Vana esperanza. Si no nos podemos enterar de los que se suben a su avión privado que le pagamos los españoles, cómo pretendemos saber algo así.
Me dicen que la cosa irá de economía. Me aseguran que la única tabla a la que Sánchez se puede agarrar es a la situación económica, que considera buena, incluso mejor que en otros países. Bien, ya nos vamos explicando que su impresión es sólo fruto de su aislamiento: no hay sitio donde vaya que no le piten y silben, y así es imposible saber qué país está gobernando.
Es la economía, estúpido, le dijo un asesor a Bill Clinton en una campaña electoral frente a George Bush en 1992. Pero aquí, quizá porque somos menos refinados y algo más intuitivos que los norteamericanos, hemos colocado la confianza donde a Clinton le pusieron la economía. Es la confianza, estúpido. Va de eso. No hay debate económico que se soporte en una campaña electoral si antes se ha perdido la confianza en un gobernante, y esto es lo que Sánchez no quiere ver, que se ha convertido en un ser lejanías que el Ibex y otros poderes económicos ya han descontado. ¿Será verdad que el laboratorio de Pepe Blanco ya está preparando el repuesto? ¿Lo hay?
Las encuestas nos dicen quién va a ganar, pero también son reflejo de una enorme masa de electores que saben en quien no pueden confiar. Sin esa confianza, la economía no se puede explicar. O si se explica, no se cree. Sin una mínima confianza es imposible votar a quien miente de forma recurrente, y gobierna España con las fuerzas que quieren destrozarla. ¿O es esto no es verdad?
Qué provocación traer un día como el de hoy a Nadal: voluntad, humildad, educación y verdad. Uno de los nuestros que a duras penas merecemos. Tampoco merecemos lo que usted y yo estamos pensando. Pero eso no se dirime en una pista de tierra batida. El día 19 en Andalucía. Veremos.