Como sea que el cesado President empieza a comprobar que los medios ya no le hacen mucho caso, ha decidido dar un nuevo golpe de efecto. Piensa volver a Cataluña el último día de campaña.
Ni la Fuerza lo acompaña
Anda estos días Carles Puigdemont un tanto preocupado. Sus humoradas empiezan a cansar a los periodistas internacionales. Véase la presentación de su candidatura “Junts per Cataluña” en la ciudad belga de Brujas. Fueron un puñado de los suyos y casi ningún medio internacional. Lo grotesco, en política, puede ser llamativo en un primer momento, pero, a base de repetirse una y otra vez, acaba cansando a cualquiera. Recordemos los casos de Ruiz Mateos o Jesús Gil.
La estrategia de Puigdemont se fundamenta justamente en que los medios de fuera de España hablen de él como sea. A eso lo llama “internacionalizar el proceso”. Lo que le sucede es que no acierta a calibrar con tino cómo son los periodistas serios. Debe pensar que todos están hechos de la misma pasta, sea dicho sin segundas, que su adorada Mónica Terribas, ínclita e incansable defensora de la república independiente que el otro día, sin ir más lejos, preguntaba como tema estrella en su programa en la radio pública catalana si unas elecciones podían ser manipuladas o no. Y se quedó tan ancha, la señora. Está claro que ni los compañeros belgas, ni los franceses, los alemanes o los británicos están a la altura que los del Comité Profesional de TV3 o los del Colegio de Periodistas de Cataluña, tan modositos, tan dóciles, tan dispuestos siempre a obedecer al poder.
Pero como el ex President tiene mucha inventiva –no hay más que ver como él y los suyos son capaces de sacarse del bolsillo heridos en el pasado pseudo referéndum o amenazas de muertos por las calles– ha decidido dar la campanada en esta campaña en la que su participación será poco más que virtual. Anda el caballero diciendo por ahí que siente como “una fuerza”, literal, le ha empujado a hacer todas las barbaridades que viene cometiendo. No es posible hallar una explicación racional a tal afirmación. Nos hallamos en un terreno que los fans de George Lucas, entre los que me cuento, conocemos muy bien. La ciencia ficción. A Puigdemont lo que le impulsa, lo que le mueve, lo que le hace ser como es, sépanlo ustedes, no es otra cosa que la famosa Fuerza, si, la de la Guerra de las Galaxias, esa mítica saga en la que muchos han querido ver a el diminuto maestro Yoda como una encarnación del no menos mítico Jordi Pujol.
Convencidos de que Yoda Pujol le debe haber dicho aquello de “la fuerza poderosa es en ti, joven padawan”, no es de extrañar que Puigdemont está planeando escenificar su vuelta al ruedo político en tierras catalanas. Como en el filme “El retorno del Jedi”, el cesadísimo, Puchi para los amigos, piensa presentarse el último día de campaña en Barcelona. ¿Motivo y alcance de la visita? Él dice que para votar, porque no tuvo la precaución de seguir los trámites legales para hacerlo desde el extranjero. Hay que ver este hombre, no hay manera que se atenga a la ley ni en eso. Lo que busca, en realidad, es la foto de su detención, esperando que tal cosa remueva las conciencias de los adocenados miembros del imperio, haciéndoles ver lo errado de sus opiniones, para así conducirlos en alegre tropel a las urnas depositando sus papeletas en su honor, el último de los caballeros Jedi, el portador de la fuerza, la última esperanza para salvar la república. La catalana, ‘of course’.
Ante tal chorrada, con perdón, uno no puede por menos que formularse algunas preguntas. ¿Será acaso Marta Rovira la princesa Leia y, por lo tanto, hermana de Puigdemont? ¿Es Mariano Rajoy Darth Vader? ¿Podríamos asimilar a TV3 como la Estrella de la Muerte? Ítem más ¿es Joan Tardá el homónimo de Chewbacca en el terreno independentista? ¿Tienen algo que ver Gabriel Rufián con C3PO y Jordi Sánchez con R2D2?
No se rían, cosas más raras se ven a diario en la Cataluña de los mil procesos e infinitas repúblicas efímeras y nadie dice nada.
En el PDeCAT están que les va a dar algo
Fuentes del partido de Artur Mas aseguran que verían como una bendición que Puigdemont contrajese una gripe que lo mantuviera en cama hasta el 22 de diciembre. “Cada vez que habla este hombre son mil votos menos para nosotros”, se lamentaba un dirigente del partido sucesor de Convergencia. Es normal. La fotografía de un Puigdemont detenido entre dos guardias civiles puede tener un efecto perverso. Si bien es cierto que a los más fanatizados les podría dar ese morbo extraño que tienen los separatistas catalanes, que parecen excitarse ante las desgracias de sus líderes para olvidarlas a los cuatro días -véase como ya no hay caceroladas en favor de los presos, ni manifestaciones monstruo, ni enganchadas de cartelitos impresos–, no es menos verdad que lo chusco del asunto podría provocar que muchos independentistas de buena fe, con la mosca detrás de la oreja hace semanas, decidieran quedarse en sus casitas pensando, con la amarga sabiduría del decepcionado, que ya se apañarán los vividores de la estelada.
Al estar la intención de voto un si es no es a favor o en contra entre constitucionalistas y separatistas, cualquier cosa podría decantar la balanza. En el PDeCAT saben que, si no se da la posibilidad de una mayoría independentista, van a tener que comerse con patatas una larga, larguísima travesía del desierto. Los Comuns, que son perros viejos, aunque se disfracen de nueva política, no van a apostar más que a caballo ganador. Que preferirían un tripartito con ellos, Esquerra y las CUP, sumando al PSC por aquello de que siempre hará falta alguien que sepa sumar, es sabido por todos. Que no es lo mismo sumarse a una mayoría independentista clarísima que ir como muleta a salvarles los platos rotos a los de la república del coitus interruptus, también. El votante de izquierdas de esta gente que, por cierto, está empezando a ir a la baja en los sondeos, no tiene otro deseo que machacar al PP. Las veleidades secesionistas les caen lejos, lejísimos. Igual que a Pablo Iglesias, porque si existe algo centralista son los partidos comunistas, y estos lo son. Vaya si lo son.
Con todo eso encima del tapete, la estrategia de los ex convergentes es la del virgencita, virgencita, que me quede como estoy. No andan los señores encorbatados de la burguesía catalana sobrados de ánimos como para aceptar las cuchufletas del cesado ni para aplaudirle sus ocurrencias, cada vez más peregrinas y alejadas de lo que entendemos como política seria. Claro que la política de este calibre hace lustros que brilla por su ausencia en Cataluña, pero ya me entienden. Ni está el horno para bollos ni las elecciones para performances. “Morirá matando, aunque se tenga que llevar al partido por delante”, añadía la persona del PDeCAT, refiriéndose al fugado.
Uno le diría que esas cosas se piensan antes, y que hasta ahora bien calladitos han estado. Porque lo que pasa se ha estado promoviendo, incubando, explicando, publicitando y proclamando desde que Artur Mas decidió ponerse al frente de un manifestación que ni era la suya ni era la de sus votantes. No se puede pretender jugar a la ruleta rusa para luego quejarte si al revólver se le escapa un tiro. Puigdemont ni es un Jedi ni nada que se le parezca, es solo eso, el tiro que les salió por la culata a todos esos caballeros y señoras de Pedralbes que miraban con un mohín de asco a sus criadas procedentes de Extremadura, de Andalucía, de Galicia. Es el acorde final, inevitable, de años y años de despreciar a los castellanohablantes, a su cultura, a sus raíces, a todo lo que no fuese su ombligo sardanista y montserratino.
El cesado podrá volver, gritar, tirarse al suelo, en fin, seguir con la pataleta de niño bien de comarcas que tiene desde que la ley vino a visitarlo. Nada de ello tendrá ni un gramo de gallardía. La única Fuerza que conoce es la que deben experimentar sus órganos intestinales al intuir un tricornio en la lontananza. Así pues, vuelva, vuelva, President, que le estamos esperando. Y que le acompañe la Fuerza, si lo quiere así, y, ya de paso, la Benemérita. Esa si que es una Fuerza como Dios manda.
Miquel Giménez