Pedro Sánchez echó de menos a Santiago Abascal en los dos debates. Lo que llevaba pensando durante semanas, desde la convocatoria de elecciones tras la manifestación a tres en Colón, lo tenía grabado a fuego en sus gestos, la dichosa comunicación no verbal de la que tanto hablan los asesores cuando entrenan a sus clientes. Sánchez transmitió a los espectadores incomodidad por encima de todo. Si la cara es el espejo del alma, no hay nada como una cámara de televisión que te hace de taladro, impide la fuga. Vimos al presidente del Gobierno con demasiadas ganas de esconderse detrás de las focos. Era un tipo buscando un refugio donde no ser visto. Su gesto crispado fue una señal de alarma. Una luz roja encendida, sin pestañear, a toda pantalla. No quería estar allí porque desde que decidió ir a las urnas le tienen dicho que no necesita ni abrir la boca para que el PSOE sea el más votado después de once años.
La decisión de la Junta Electoral Central destrozó la campaña de Sánchez, obligándole a hacer lo imprevisto. El plan decía que con España cerrada por procesiones y vacaciones, solo necesitaba salir en la televisión para resolver, mano a mano con Abascal, el liderazgo de las llamadas, con mucha maldad añeja de los años treinta del siglo pasado, las tres derechas. Necesitaba que se les viera a los tres juntos otra vez. Para Sánchez, la campaña era el plano de Rivera, Casado y Abascal. Y si estaba rodeado por dos de ellos en el reparto de atriles, mucho mejor. Necesitaba exclamar sobre Vox. ¡Qué vienen!
Tener en sus manos el libro de Sánchez Drago -en el que Abascal asiente como respuesta más frecuente- fue un descenso al terreno embarrado que en la víspera le había mostrado Rivera con la exhibición de su bazar de marketing electoral. Salvo que tuvieran un infiltrado en Ciudadanos, o resulte que Rivera es muy previsible, parece claro que el jefe de campaña del Presidente es un tipo que conoce bastante bien el mercado electoral y también el oficio de la política como espectáculo. Y acertó. La tesis de Sánchez, “el libro que usted no ha leído”, apareció de repente entre los papeles de Rivera, camuflada como si fuera un dossier con el programa electoral de Ciudadanos.
Para Sánchez, la campaña era el plano de Rivera, Casado y Abascal. Y si estaba rodeado por dos de ellos en el reparto de atriles, mucho mejor
Sánchez estaba preparado por su consejero de cabecera. ¡Eureka! Ahora o nunca. El presidente del Gobierno llevaba escondido el libro -en el que Sánchez Drago ha redactado el ideario de Vox y Abascal da fe- desnudando por completo la sencilla pero letal estrategia electoral. Colón fue el pretexto, el balón botando, para adelantar las elecciones a abril y no esperar a octubre donde los peligros podrían acechar mucho más, con un Partido Socialista pagando las facturas catalanas de Sánchez, también en el resto de España, tras el preludio de Andalucía.
Abascal, en los debates
Sánchez quería tener cerca a Vox y sus palabras le delataron. Abascal estuvo presente en el debate de Atresmedia, también en el de RTVE, pero menos, gracias al presidente del Gobierno. Ambas partes se necesitan mucho. Vox es el pretexto perfecto para que Sánchez se muestre como el único salvador de la democracia española. Lo mismo le sucede a Vox, una escisión por la derecha del PP que ha emergido como partido nacionalista, duro, cabreado, en el que hay un sector de nostalgia franquista que andaba buscando derechos de autor. Es decir un bombón para Sánchez, pero como en el poema de Benedetti, “también viceversa”. Contra Sánchez y los independentistas, se ganan más votos, como en su momento contra Rajoy y la corrupción consiguió Podemos más de cinco millones de sufragios.
Sin duda Vox va a tener un resultado que hará temblar algunos de los cimientos de la democracia del 78. El sistema aguantará una vez más hasta que los acaloramientos bajen al nivel del mar. Pero si el laboratorio de la Moncloa creyera que esa es la única garantía para seguir en el poder, Sánchez no hubiera tenido el gesto torcido, crispado e incómodo durante todo el tiempo en los dos debates. Además de Vox, cuya ausencia notó Sánchez en la televisión, algo más esconden las encuestas. Ni siquiera las del domingo a las ocho de la tarde nos darán pistas nuevas. Habrá que esperar un poco más para darnos cuenta de lo que está pasando. Que será mucho.