En España, ahora mismo, se está escribiendo una zarzuela. No es una metáfora, es la pura verdad. Una zarzuela con letra y música. No puedo decir mucho sobre esto porque no soy yo de esos que traicionan confidencias hechas por los amigos, pero estoy casi seguro de que es la primera vez que esto sucede en nuestro país desde hace 70 años. Quizá desde que Pablo Sorozábal estrenó La ópera del mogollón, hoy completamente olvidada, en 1954. Aquella era una astracanada –dijo entonces el Abc– llena de “sal gorda”. Esta de ahora también.
Aún no tiene título. Puede que se llame Los calores de Isabel, pero eso no es seguro. No diré el nombre del libretista ni del compositor, pero sí que se trata de un encargo serio y firme (la idea procede del norte) y que será, repito, una astracanada en toda regla. Astracanada se llamaba, hace décadas, a las obras teatrales (musicales o no) que incluían primordialmente situaciones disparatadas y frases cómicas, ripios deliberados y personajes chuscos o ridículos. El mejor ejemplo es la genial La venganza de Don Mendo, de Pedro Muñoz Seca.
Esta zarzuela que se está escribiendo, y que quizá se estrene el próximo invierno, es una parodia ácida de la España en que vivimos. Salen, hasta donde yo sé y entre muchos más, el Emérito, los dos Pablos (el políticamente vivo y el penitente), desde luego Isabel y su madre (que se llama Esperanza), “Perico” Sánchez y el más divertido de todos, el “cabo Atascal”, que en la trama es el jefe de una partida de matones o cosa parecida.
El escenario figura el hemiciclo del Congreso de los Diputados y todas sus señorías van vestidas de payasos, con la cara blanca, las pelucas, las narices rojas y los trajes ridículos que en los circos llevaban los augustos
Pero estamos en el siglo XXI y esta zarzuela incluye un rap. Con dos… narices. Le llaman “el rap de los payasos” y es un momento coral: el escenario figura el hemiciclo del Congreso de los Diputados y todas sus señorías van vestidas de payasos, con la cara blanca, las pelucas, las narices rojas y los trajes ridículos que en los circos llevaban los augustos. Todos, a ritmo de rap, se ponen verdes unos a otros, se insultan, se arrojan cosas (tartas, tomates, chorros de agua que salen de pistolas de goma, lo que sea), se ponen zancadillas y se dan bofetadas, se ríen unos de otros… Y, como pasa siempre en el circo, los payasos no están actuando para ellos mismos: el destinatario de todas las gansadas que hacen y dicen es el público, que en este caso no es solo el que está (estará) en la sala sino las cámaras de televisión, de las que habrá unas cuantas en escena. Creo que no es difícil imaginarlo.
Desacreditar la democracia
Esta zarzuela, se llame como se llame, va a ser cualquier cosa menos políticamente correcta. Pero reconozcamos que la espectacular escenita del rap de los payasos se la han ganado a pulso nuestros políticos. Al menos la inmensa mayoría. El otro día, en una enmascarillada charla de terraza, alguien argüía: “Pero una escena así desacredita a la democracia, al sistema parlamentario”. Y uno de los autores respondía: “No. De ninguna manera. Quienes desacreditan al sistema democrático son los políticos que tenemos. Nuestros payasos son bastante más serios y dignos que esa tropa de gamberros”.
Con los indultos a los líderes del secesionismo catalán, que ya se han aprobado y cumplido, los ciudadanos españoles se han dividido en tres grupos. Primero, los que están a favor. Segundo, los que están en contra. Y tercero –yo creo que este es, claramente, el mayoritario– los que no vemos este asunto completamente claro: advertimos un gran riesgo pero también notables beneficios… si sale bien. Si sale mal, todo esto se pondrá todavía peor, y mira que es difícil eso.
¿Se les condenó por ser independentistas? No. Se les condenó por delinquir. Por violar la ley. Como a todo el mundo
¿Y cómo puede salir mal? Está claro: si los secesionistas logran vender esos indultos como una victoria suya. No lo es en absoluto. Los condenados salían el otro día de presidio con sonrisas forzadas y con una inocultable carita de acidez estomacal. El Estado ha tenido con ellos un gesto de generosidad que no han pedido y que habría que ver si se merecen, porque fueron condenados por los Tribunales después de un proceso que tuvo todas las garantías democráticas. ¿Y se les condenó por ser independentistas? No. Se les condenó por delinquir. Por violar la ley. Como a todo el mundo. Ahora han salido a la calle porque el Gobierno no ve ninguna utilidad en que permanezcan en presidio y, sin embargo, cree posible –esto es lo que ya veremos– que se produzcan paulatinos progresos en el retorno a la convivencia pacífica si se les libera.
Es un perdón, no una victoria de los delincuentes. A los indepes radicales estos indultos les han sentado como un cólico estomacal, porque no hay forma de convencer a nadie de que un Estado que perdona (pudiendo no hacerlo) es un Estado represor, invasor, fascista y todas esas bobadas que dicen. Es el Estado el que tiende la mano; ellos son los que prefieren mártires antes que políticos capaces de dialogar.
Pablo Casado ha entrado en ignición y ha soltado contra Sánchez toda su artillería verbal, que no es poca. No es la primera vez ni mucho menos
Así pues, dentro del grupo de ciudadanos que no están de acuerdo con los indultos hay, entre otros, dos subgrupos: el de los indepes más irredentistas, que se han quedado sin su argumento favorito y con sus esteladas posaderas al aire… y el de los políticos conservadores. Pablo Casado, que está cada día más nervioso y asfixiado porque ve cómo le crecen los Atascales de la zarzuela por babor y Ayuso por estribor, ha entrado en ignición y ha soltado contra Sánchez toda su artillería verbal, que no es poca. No es la primera vez ni mucho menos. Hay quien se ha ocupado de ordenar y hacer recuento de los insultos que el líder de la oposición ha dirigido a Sánchez en apenas dos o tres días. Salen 37: Traidor, felón, golpista, desleal, chantajista, extorsionador, delincuente y cómplice de delincuentes, antiespañol, ridículo, irresponsable, incapaz, mentiroso compulsivo, ególatra, rehén, vendepatrias, incompetente y por ahí seguido hasta los 37.
Insultos y atrocidades
Si Casado piensa seguir por ese camino para sacar de la silla a Sánchez y ponerse él (no se trata de ninguna otra cosa), yo le recomiendo encarecidamente el maravilloso Diccionario sohez que publicó hace ahora trece años el gran Delfín Carbonell Basset en Ediciones del Serbal: tiene ahí más de 700 páginas llenas de atrocidades que le puede llamar a Sánchez, entre otras cuentagarbanzos, cagalindes, habahelá, mangarrán, pasmasuegras, pitofloro, tagarote, soplaguindas, zurcefrenillos, zampabodigos y sobre todo mamón, que es un improperio de gran prestigio porque aparece en las Sagradas Escrituras (Mateo, 6:19). Eso daría al discurso del atribulado líder algo más de altura literaria, que siempre viene bien, ¿verdad?
Pero Casado debería meditar algunas cosas. La primera, que existe en Física una función, definida por Paul Dirac y usada por Rosa Montero en una novela magistral, que se llama la "función Delta", y que puede resumirse aproximadamente así: si la intensidad tiende a infinito, la duración tiende a cero. Esto, que es letal para los amores apasionados (cuanto más lo son, menos duran), vale también para los odios. Puede que Casado, en su ansia por que no se lo coman vivo ni los atascales ni los ayusers, aguante meses y meses injuriando a Sánchez por cada cosa que pasa, desde los indultos hasta el fresquete que ha seguido haciendo a estas alturas de junio.
Cuando los truenos se convierten en cosa de todos los días, los que andamos por la calle dejamos de dar importancia a las tormentas
Pero es mucho más difícil que su público aguante tanto como él. La gente se cansa de oír barbaridades día sí y día también. Se está notando. La concentración de la plaza de Colón fue un fracaso de crítica y público. Las apenas 300.000 firmas recogidas contra el perdón de los delincuentes, otro: ya no puede decir que todaspaña está en contra de la medida, que es lo que dicen las folclóricas cuando se casan o se divorcian, y creen, las pobrecitas, que todo el país está pendiente de su vida: nunca es verdad eso. Cuando los truenos se convierten en cosa de todos los días, los que andamos por la calle dejamos de dar importancia a las tormentas. Si los vituperios de Casado acaban por convertirse en costumbre –y camino lleva de ello–, dejarán de tener efecto y este hombre se convertirá en algo muy parecido a los payasetes del rap del que les hablaba antes: todos sabemos que, en el circo, las bofetadas de los payasos son de mentira. Y nos reímos.
Por cierto: en la zarzuela que les digo, “Pablito” es un petimetre, un tenorcillo cursilín que está prometido a la protagonista, Isabel. Pero esta se deja requebrar (y le pone ojitos) al cabo Atascal, que es barítono y que tiene un vozarrón y mucho músculo y mucha chulería. Y no digo más, que ya me van a reñir mis amigos.