Tuvimos la España de Franco. Llegó la democracia y es justo que España recupere el patrimonio de la otra España vencida y silenciada. Ese ejercicio de rescate es sin duda un valor que pertenece no solo a los que anhelan recuperar ese trozo olvidado, sino que es patrimonio común de todos los españoles. También aquellos perdedores eran España.
Los demócratas debemos aceptar, sin objeción alguna, que se estudie, que se revise el periodo republicano, que se aireen las luces y las sombras de esos años convulsos y tremendos de la historia de España. Sí, que se indague hasta la saciedad, para limpiarnos todos mejor de la mugre que conlleva meter debajo de la alfombra de la memoria la basura de las equivocaciones.
De igual forma, como medio completo de higiene, porque no tiene sentido asear sólo medio cuerpo, tenemos que aceptar que se estudie el periodo completo de la Guerra Civil, también por los excesos que protagonizaron los vencedores. El soldado de uno y otro bando que luchó en el campo de batalla porque creía defender unos ideales merecen el respeto que no merece el asesino, ese otro personaje que instalado a veces en la retaguardia era el manijero que señalaba los ajustes de cuenta, en frío y sin piedad. Los asesinos de un sitio u otro, de un lado u otro del frente de combate, nunca deben ser recibidos con honores por nadie, porque, entonces, si metemos a todos en el mismo saco, estamos pervirtiendo la historia y al sentido ético con que hemos de interpretarla.
Los asesinos de un lado u otro del frente de combate, nunca deben ser recibidos con honores por nadie, porque, entonces, si metemos a todos en el mismo saco, estamos pervirtiendo la historia
La memoria democrática no es una herramienta para afilar el arma arrojadiza, sino una idea noble para devolver al pasado nombres y circunstancias a fin de que también moren en los vivos esas páginas reencontradas con toda la dignidad posible.
A contrapelo del dolor
Y aunque todavía hay resquemores porque no hay circunstancias más sangrantes que los enfrentamientos en una guerra civil, es lo cierto que hemos de tender a una serenidad cordial, aunque sea a contrapelo de nuestro dolor, pensando que la gran mayoría de los combatientes no fueron culpables porque ellos no provocaron ni decidieron ir al combate.
Los historiadores nos van contando las circunstancias cada día con más datos, porque va aumentando la información en que se apoyan. Y una vez que sepamos todo lo que sea posible conocer, hay que ponerse en la piel bienintencionada de los herederos de aquellos que murieron y que fueron olvidados. Los hijos o nietos de aquellas víctimas no quieren ya sacar los colores a nadie, ni buscar afrentas, ni pedir venganza. El deseo de estas personas es muy sencillo, es ejercer el derecho de enterrar dignamente a sus muertos y dejar clara su memoria.
Si relaciono lo que digo con una página reciente de nuestra historia se entenderá mejor la intención de quienes queremos una sola España. Me refiero a los soldados que murieron en Turquía, en el Yak-42, víctimas de un accidente. Hubo, por precipitación o negligencia, un problema de identificación. Y eso sumó al dolor de la ausencia un dolor añadido, algo que es muy humano. Los familiares no sabían cuáles eran los restos verdaderos de sus hijos o sus maridos. Cada uno, y eso es un sentimiento humano complejo pero real, desea pacificar su propia conciencia dando sepultura a sus seres queridos. Eso ocurre con quienes participan ahora en la recuperación de la memoria democrática, dar satisfacción a un deseo humano, cumplir con un ritual humano, desagraviar a aquellos suyos que cayeron, con el último gesto que les pueden dedicar, darles una tumba y renovarles el recuerdo. La voz de los herederos de esos perdedores no dice más que una cosa: “Que mis muertos y su papel en esa terrible historia quede aclarado y descansen en paz”.
No podemos –ni debemos- bendecir lo criminal, pero sí queremos que cada uno reivindique la memoria de quienes, sin ser culpables padecieron, murieron y encima fueron olvidados
Y yo, porque creo que nadie debe ganarnos en generosidad a quienes desde la izquierda hemos hecho posible la democracia, digo algo más a quienes tienen sus víctimas en el lado de los que se sintieron vencedores: Hay el mismo dolor humano en unos que en otros, porque el dolor no sabe de siglas, de ideologías ni de banderas. Ya no debemos estar en peleas ni en frentismos que pertenecen a otro tiempo.
La mayor parte de los contendientes en la guerra civil fueron víctimas, víctimas vencidas y víctimas vencedores. Otros, los menos, son los culpables de subvertir un orden que estaba democráticamente construido y cimentado. No podemos –ni debemos- bendecir lo criminal, pero sí queremos que cada uno reivindique la memoria de quienes, sin ser culpables padecieron, murieron y encima fueron olvidados.
Increíbles grandezas
El ser humano es capaz de lo más hermoso y de lo más terrible, como tantas veces ha ocurrido y sabemos por la historia. El hombre y la mujer son capaces de lo más bello y de lo más ruin, de lo más miserable y de lo más bajo. Pero también pueden ser protagonistas de increíbles grandezas. Entender la necesidad de dar nombre y sitio a los que no tuvieron sino olvido es una verdadera muestra de grandeza.
Aquella guerra civil del 36 asustó tanto a los que ganaron como a los que perdieron, porque, al final, todos perdieron, perdió España. Recibir el encargo de matar a compatriotas era una sinrazón y esa tortura la sufrieron tanto los vencedores como los vencidos. Tal despropósito, tal desatino, sólo se cura con la terapia de una actitud que engendre la posibilidad de despertar sentimientos de reencuentros en aquello que unió a los españoles de un bando y de otro. Esa es, a mi modo de ver, la mejor opción para que los que militamos en la democracia y queremos recuperar la España total, no nos desanimemos.