Una de las reglas no escritas de los partidos políticos en cualquier lugar del mundo es que nunca nadie debería leerse los estatutos. Esto no es porque las reglas internas que rigen el funcionamiento de las organizaciones centrales de cualquier democracia sean excepcionalmente aburridas (lo son), o porque acostumbren a estar plagadas de malas ideas sobre cómo gestionar debates o desacuerdos (lo están), sino porque cuando alguien tiene que leer los estatutos normalmente significa que algo ha salido horriblemente mal.
Las primarias del PP esta semana son un ejemplo de por qué la súbita recuperación del polvoriento libro de reglas del partido es señal de malos augurios. La organización interna de los populares ha sido siempre estrictamente jerárquica, una herencia de los tumultuosos días de la UCD y el indeleble trauma que dejó su desaparición en la derecha española. El PP ha tenido solamente dos líderes desde 1989, el año en que Aznar alcanzó la presidencia del partido; el último congreso con más de un candidato viable fue en 1986, entre Miguel Herrero y Antonio Hernández Mancha. Los conservadores llevaban más de 30 años sin tener que consultar cómo escoger un nuevo líder entre varios candidatos.
Viendo el proceso de primarias, está claro que el tipo que escribió los estatutos creía que nunca nadie iba a tener que utilizarlos. Las elecciones internas del PP tienen un diseño chapucero, contradictorio y torpe, con enormes lagunas. Se ha hablado largo y tendido del espantoso ridículo de un censo que nunca nadie se había preocupado de actualizar (¿para qué? Nunca lo habían utilizado), pero los problemas van más allá.
Primero, tener un sistema a dos vueltas es casi siempre buena idea en organizaciones presidencialistas, pero el que el electorado de cada una de las votaciones sea distinto no lo es. El resultado de la primera vuelta no dejó resultados claros ni nadie con una mayoría evidente. Lo natural sería que los candidatos eliminados declararan públicamente su candidato favorito de entre los supervivientes, abriendo la puerta a crear coaliciones sui generis entre las dos votaciones. En el PP, sin embargo, quien vota en la segunda vuelta son compromisarios, escogidos también el jueves durante el proceso de primarias.
Es delirante que dos políticos vayan a competir en unas elecciones internas y no hayan tenido que debatir sobre educación, pensiones, impuestos o infraestructuras
Saber quiénes son los compromisarios es una tarea ardua, ya que los medios no parecen haber prestado demasiada atención a quiénes se presentaban o su afiliación. En algunas agrupaciones ha habido casi el mismo número de candidatos como de compromisarios elegidos, señal de que esa votación en particular está controlada por los notables del partido. En otras, el número de candidatos duplica al de compromisarios asignados, así que hay cierta competencia. Lo que me sorprendería mucho, sin embargo, es que los militantes del PP fueran medio conscientes de a quién apoyaba cada uno, así que me temo que la lista de personas que irá al congreso será más representativa de los líderes locales que del sentir de la militancia.
Más preocupante es la asignación de compromisarios por región, basado sobre todo en el número de militantes en censo. Si algo hemos aprendido estos días es que el número de militantes declarado era completamente inverosímil en muchos lugares. El efecto práctico de esta regla será darle más peso a aquellas agrupaciones que fueron más irresponsables en tener un censo lleno de nombres inventados, esencialmente dando más poder a quien más ha mentido. Comparar el número de candidatos a compromisario en cada provincia con el porcentaje del censo que se inscribió para votar en las primarias será un ejercicio fascinante para los equipos de Sáenz de Santamaría y Casado. No me sorprendería en absoluto que las agrupaciones menos competitivas para escoger compromisarios sean también las que tenían un censo más extravagante.
Más que el procedimiento de primarias en sí, sin embargo, el problema principal de estos comicios han sido las prisas. Mariano Rajoy dimitió hace un mes. Como comenté entonces, es muy probable que Pedro Sánchez intente alargar la legislatura tanto como sea posible, así que los populares tenían tiempo para tomarse las cosas con calma y realmente debatir qué quieren hacer con el partido. Lo que hemos visto, sin embargo, han sido unas elecciones a la carrera, con candidatos intentando recoger avales de manera frenética, un par de semanas viajando por el país en campaña, y cero debate ideológico o político de calado.
El problema es que la férrea disciplina interna del PP ha hecho que sus integrantes rara vez expresen sus opiniones en público de forma coherente. Incluso para los obsesivos de la política, las divergencias ideológicas entre Santamaría, Cospedal y Casado son sólo conocidas a través de comentarios de segunda mano en artículos en prensa cuando alguien les filtraba qué opinaban sobre una decisión de Rajoy. Los intentos en prensa de recoger sus opiniones durante la campaña son casi hilarantes, basados en discursos y entrevistas aisladas o comentarios de cuando eran ministras.
Lo que hemos visto han sido unas elecciones a la carrera, con candidatos intentando recoger avales de manera frenética y cero debate ideológico o político de calado
En este caso, el debate importa. El PP se enfrenta a enormes retos, tanto interna como externamente; saber cómo los candidatos quieren afrontarlos debería estar en el centro de este proceso, pero se ha ido a un lastimoso segundo plano. Los populares, sin ir más lejos, tienen un problema sistémico de corrupción institucional en muchas comunidades autónomas. No sabemos si Casado, Cospedal o Santamaría tienen alguna opinión al respecto. El partido tiene un competidor creíble en la derecha en Ciudadanos, y debe decidir si responde desde la moderación o abraza el populismo. De su reacción depende en gran medida si España sigue siendo el único país de la UE inmune a la oleada antiinmigración de estos últimos años.
En políticas públicas el silencio es aún más aberrante. En las primarias del PSOE no vimos debates floridos, pero al menos los dos candidatos habían ocupado cargos durante años y sabíamos qué opinaban. En el PP, bajo la sombra de Rajoy, nunca nos han dicho nada en público. Es delirante que dos políticos vayan a competir en unas elecciones y no hayan tenido que debatir sobre educación, pensiones, impuestos o infraestructuras. Los militantes del PP están escogiendo alguien que a efectos prácticos será una de las tres o cuatro personas en España (como líder un partido nacional) que pueden llegar algún día a la Presidencia del gobierno, sin preguntarle siquiera qué haría si algún día llega a la Moncloa.
El Partido Popular necesita un debate interno, y lo necesita ahora. Los problemas y divisiones internas no desaparecen si no hablamos sobre ellos, por mucho que el PP insista. No sé quién tuvo la idea de que la mejor forma de refundar y redefinir la formación es hacerlo deprisa, corriendo y sin explicar nada en público, pero es una idea espantosa.