Opinión

Rufián en el patio de Monipodio

Rufián y los suyos pretenden algo más, una lista de la compra que incluye, al menos, el derecho de autodeterminación y una amnistía

  • Gabriel Rufián.

Cuando Gabriel Rufián se asomó a la vida pública con impresoras y esposas bajo el brazo, muchos lo dieron por un malandrín, un pobre roba gallinas que separaba las palabras en sílabas para que le durara más tiempo el chollo de un escaño en el parlamento. Era, pues, la demostración de lo bien que se vive contra del Estado español, el mismo al que ERC, su partido, ha intentado perjudicar desde hace tiempo.

Esta semana, Rufián se ha desmarcado de la insignificancia y la santurronería a la que se había dedicado, quién sabe si bajo el impulso del obispo de Lledoners, y ha sacado a pasear su lado más chulo y faltón. El representante de ERC ꟷpartido que el 10 de noviembre perdió dos escaños por ciertoꟷ, iba de perdonavidas esta semana. Así lo hizo durante víspera de su reunión con la socialista Adriana Lastra para apoyar una investidura de Pedro Sánchez como presidente.

Muchos lo dieron por un pobre roba gallinas que separaba las palabras en sílabas para que le durara más tiempo el chollo de un escaño

Se le subieron a Rufián las esteladas a la cabeza y le estampó a Pedro Sánchez un bofetón. Se refirió a él como un “derrotado y débil” al que “se le puede llegar a sentar en una mesa”. Queda claro, al fin, su fijación con las esposas. Para atarlo a la mesa y de paso sacarle unos cuantos indultos y unas amnistías para los suyos, aunque ahora hay que aumentar la apuesta a la autodeterminación o la nada. Embutido en un cuello alto negro, Rufián parecía estar practicando para examinarse ante Monipodio, el jefe del gremio de ladrones de Sevilla al que se presentaron Rinconete y Cortadillo en la novela ejemplar de Cervantes.

Que Rufián es cerril y está intelectualmente poco hecho lo sabían todos, incluso hubo quienes, como Ana Pastor, se apiadaron de sus carencias e intentaron civilizarlo. Una Eliza Doolitle de la carrera de San Jerónimo. Pero a Rufián le duró poco la compostura. Es inevitable, al de Esquerra le pueden los malos modos. Y cuanto más lo llamen botifler, peor. Lo demostró hace un año llamando hooligan a Borrell y ya ni hablar de su episodio con Aznar, donde desplegó el número favorito de su repertorio: la del chulo con la sonrisa lúbrica del agravio y la voz susurrante de villano en una película de serie B.

Rufián estaba practicando para examinarse ante Monipodio, el jefe del gremio de ladrones de Sevilla al que se presentaron Rinconete y Cortadillo

En las negociaciones habrá quienes sacarán al Gobierno un puente, un AVE, una subvención, pero Rufián y los suyos pretenden algo más, una lista de la compra que incluye el derecho de autodeterminación, una amnistía y, ya puestos, una calle con el nombre de Oriol Junqueras en el centro de Barcelona, ah claro, y un camión lleno de gasolina para encender fuegos artificiales en la autovía hasta Gerona. Total, que Sánchez está débil, dice el monaguillo de ERC mientras pule las esposas.

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