El flamante presidente del Gobierno pronunció en un hemiciclo crispado la palabra “Apocalipsis”, ustedes son la coalición del Apocalipsis espetó a las bancadas de la oposición constitucionalista, utilizando una técnica tan mendaz como eficaz, acusar al adversario político de dibujar un panorama catastrófico inexistente con el fin de aparecer como moderado y sensato mientras se practica la radicalidad más peligrosa y se cae en el extremismo más intransigente.
Todo en este Gobierno que ahora nace es falsedad, mentira, revanchismo, dogmatismo e incoherencia. Gobernar una Nación apoyándose en los que quieren destruirla, blanquear a los asesinos que han matado a tus propios compañeros de partido, construir una campaña electoral sobre unos planteamientos y llevar a cabo exactamente los contrarios una vez ocupada La Moncloa, pactar un programa trufado de medidas irrealizables o ruinosas con un socio al que hace pocas semanas se denigraba, reinventar la Historia de forma maniquea y pretender consagrarla como verdad oficial, pisotear la Constitución que se promete para acceder al cargo, toda una serie de bajezas, indignidades y desatinos que revelan una voluntad diabólica de alcanzar el poder a cualquier precio. El Apocalipsis, en efecto, y respaldado además por una mayoría parlamentaria dispersa, heterogénea, fragmentada y erizada de sectarismos únicamente atados por dos odios destructores: el odio a España como proyecto colectivo y comunidad de libertades y derechos y el odio a los valores de la sociedad abierta. Salta a la vista que sobre semejante ciénaga nada se puede construir que sea duradero, seguro y viable.
Por eso el PP dispuso durante cuatro años de mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, la alcaldía de cuarenta capitales de provincia y el gobierno de trece de las diecisiete autonomías
Por consiguiente, se puede vaticinar sin miedo a errar que este Ejecutivo monstruoso e inflamable tendrá una vida corta. Su destino inevitable es el que tuvo el Gobierno de Rodríguez Zapatero en 2011, la derrota sin paliativos, el descabalgamiento del líder y la victoria abrumadora de la alternativa. Y aquí está el quid de la cuestión. Hace ocho años, cuando los socialistas se hundieron en un abismo de paro, amenaza de intervención europea, déficit incontrolado y prima de riesgo disparada, existía una opción aparentemente sólida y fiable hacia la que volverse y por eso el PP dispuso durante cuatro años de mayoría absoluta en el Congreso y en el Senado, la alcaldía de cuarenta capitales de provincia y el gobierno de trece de las diecisiete Autonomías.
Nunca desde Felipe González en 1982 había dispuesto una formación política de tanto poder. Armado de semejante artillería, ¿emprendió Rajoy la batalla de las ideas, se tomaron posiciones de ataque en los medios de comunicación, se garantizó la independencia de la Justicia, se hicieron las reformas estructurales en los campos social y económico para hacer de nuestro sistema productivo un ejemplo de competitividad, se redujo el gasto público eliminando el grueso tejido adiposo del Estado evitando así subir los impuestos, se neutralizó con resolución, energía y la ley en la mano el separatismo catalán? En absoluto: Se desperdició una legislatura completa con una mezcla de tecnocracia ramplona, desideologización aséptica y pasividad indolente.
Como es lógico, el electorado, abandonado a la propaganda y al dominio de la creación de opinión del secesionismo golpista y del izquierdismo demagógico, cambió de bando mientras el espacio liberal-conservador se dividía en tres y al PSOE le nacía también un competidor en su propio caladero que le ha desplazado hacia el revisionismo de la obra de la Transición.
Ciudadanos tuvo sentido frente a un PP rendido ante el separatismo y minado por la corrupción, pero en la actualidad su persistencia sólo sería un empecinamiento inútil
La pregunta relevante es ahora si España dispone de una alternativa debidamente preparada para tomar el relevo en el momento, que no tardará demasiado, en que Sánchez caiga con toda la frágil tramoya que ha montado. Es la obligación de los tres partidos constitucionalistas trabajar sin demora para ponerla a punto. La primera operación debe ser la absorción por el PP de lo que queda de Ciudadanos al igual que hizo en su día éste con UPyD. Después del relevo generacional y se supone que doctrinal que significó la llegada de Pablo Casado y la desaparición del rajoyismo-sorayismo, las diferencias entre los dos son irrelevantes y no se entiende que estén separados.
Ciudadanos tuvo sentido frente a un PP rendido ante el separatismo y minado por la corrupción, pero en la actualidad su persistencia sólo sería un empecinamiento inútil. En cuanto a Vox, es previsible que continúe creciendo en el panorama desolador en el que estamos atrapados, pero, sin renunciar a la contundencia y la nitidez de sus principios, ha de evitar un exceso de confrontación con el que habrá de ser su socio de gobierno a medio plazo.
Esta alternativa, que se debe cimentar con inteligencia y patriotismo, ha de aprender de los flagrantes errores cometidos a lo largo de las últimas cuatro décadas por la UCD primero y el PP después, y partir de la evidencia de que en los regímenes de opinión gana el que convence y que para convencer hay que cimentar el propio convencimiento. Si el adversario, y no digamos si el adversario se erige en enemigo, se apodera del lenguaje y de las emociones, los argumentos resultan impotentes. No hay que encogerse cobardemente ante los desafíos, hay que encararlos con coraje y con pasión, no hay que permitir perezosamente que los líos se enmarañen, hay que desenredarlos con habilidad y determinación.