Fue ver la oronda figura de Pere Aragonés aparecer en las pantallas de televisión y comprender al instante quién era el triunfador de la jornada y quién el perdedor. Contenido de gesto, seguro, sobrado, desbordando confianza y satisfacción por los poros, el vicepresidente del Govern y capo de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) estaba comunicando a la audiencia el último parte de una guerra que los nacionalsocialistas, además de republicanos, de ERC han ganado sin bajarse del autobús, sin apearse del caballo, porque Pedro Sánchez y su PSOE se lo han puesto tan fácil, se han bajado hasta tal punto los pantalones que el separatismo republicano ganó ayer una guerra de muchos años sin haber disparado un solo tiro, ha ganado incluso cuando el Movimiento Nacional Lazi se halla en su estado de máxima postración de los últimos tiempos, como demuestran las últimas concentraciones de masas que ha intentado. Sólo han tenido que esperar su oportunidad. Sánchez simplemente se ha rendido y lo ha hecho con gusto, se ha apeado definitivamente de la Constitución del 78 como si fuera el auténtico amo del 'prao' español, como si la Nación fuera una furcia a la que se puede despachar sin siquiera un reproche.
Todo ha resultado peor de lo que cabía imaginar en el más negro de los escenarios posibles. En un plazo de 15 días, Sánchez y su PSOE se sentarán a decidir con Rufián y los suyos el futuro de España en una negociación bilateral (“negociación entre iguales”), para resolver un “conflicto político” entre Cataluña (ERC se arroga, as usual, la representación de todos los catalanes, incluso la del cincuenta y tantos por ciento de los catalanes no independentistas) y España, y el PSOE traga, el PSOE acepta incluso la denominación en catalán de esta región española, Catalunya, ello dentro del “marco del sistema jurídico político” (sic), con desprecio total al único marco jurídico legal que nos asiste, que no es otro que el que consagra la Constitución que votamos todos los españoles. Ambas partes negociarán “con libertad de contenidos”, es decir, acordarán lo que les salga de las narices como inesperados sujetos constituyentes, y los separatistas se garantizan que los acuerdos alcanzados “se validarán en un referéndum” en el que participarán únicamente los ciudadanos catalanes, un referéndum que Aragonés se encargó ayer de aclarar que, naturalmente, versará sobre la independencia de Cataluña.
Si el pueblo soberano consiente el atropello que acaba de firmar el PSOE de Sánchez, detrás vendrán otras rupturas del mismo calado que dejarán convertido este otrora bello y gran país en un mosaico de pequeños taifas reñidos con la convivencia, la paz y el progreso
Sánchez se carga así de un plumazo el Título Preliminar, Artículo 1, Punto 2 de la Constitución de 1978, aquel que asegura como clave del arco de nuestro edificio jurídico que “la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado”. Este es el auténtico golpe a la Constitución española, y el golpista tiene nombre propio: Pedro Sánchez Pérez-Castejón. Quienes en vida de Franco militamos en el Partido Comunista de España sin ser comunistas ni por asomo, pero imbuidos por una irrefrenable ansia de libertad, jamás pudimos sospechar que la singladura de estos 45 años transcurridos desde la muerte del dictador fuera a desembocar en la dársena de esta monumental traición a España y al pueblo español, este atraco sin paliativos perpetrado por un salteador de caminos sin oficio ni beneficio, este aventurero de la política dispuesto a atentar contra la Nación, ello ante el aparente silencio de un país en plena siesta, un país con 47 millones de habitantes, un PIB de 1,2 billones de euros, una de las Administraciones más descentralizadas del mundo y uno de los lugares con mejor nivel de vida del planeta.
Desintegración territorial
Ayer el PSOE de Sánchez y una de las facciones del independentismo, que naturalmente se arroga la representación de todos los catalanes, cortaron la cinta que da paso a la negociación de la independencia de Cataluña, valga decir, la independencia que ansían los grupos de poder y las élites locales contra los intereses de una mayoría de catalanes. ¿Cómo explicar en el mundo globalizado de hoy que el Gobierno de una democracia parlamentaria vaya a aceptar complacidamente negociar su muerte súbita, su desintegración territorial, simplemente porque el tipo que ha conseguido hacerse con el poder en el Partido Socialista ha decidido ser presidente del Gobierno caiga quien caiga? ¿Qué se puede hacer frente a este saqueador del patrimonio común, este descuidero de la paz y la prosperidad colectiva? ¿Qué formula encontrar para desenmascarar y castigar semejante criminal conducta? No está solo en juego la independencia de Cataluña, como cualquier español avisado sabe. Si el pueblo soberano consiente el atropello que acaba de firmar el PSOE de Sánchez, detrás vendrán otras rupturas del mismo calado que dejarán convertido este otrora bello y gran país en un mosaico de pequeños taifas reñidos con la convivencia, la paz y el progreso.
Sánchez se ha apeado definitivamente de la Constitución para convertirse en un golpista más. Triste sino el de un PSOE condenado a repetir la trágica historia de España de los años treinta. Tenemos a un Largo Caballerito muy pintón en La Moncloa que, dispuesto a aprovechar la general distracción de las fiestas de Navidad, acaba de perpetrar un atentado contra la Nación con nocturnidad y alevosía. Un golpista que se limitará a echar la culpa de lo ocurrido al PP (que su parte alícuota tiene, desde luego, ¡ay, el cobarde Rajoy y su cofradía de inanes!) o al lucero del alba. Imaginar a este personaje cuatro años al frente de los destinos de España permite asegurar sin riesgo a equivocarse que no quedará de España ni las raspas. En momentos de perplejidad y congoja como los presentes, se hace difícil, con todo, asumir que esta otrora gran Nación vaya a aceptar mansamente poner la cabeza en el cadalso para que el verdugo oportunista y felón se la corte dispuesto a exhibirla después ante las masas del Movimiento Lazi. Simplemente para satisfacer su enfermizo afán de poder. Se hace difícil imaginar que el pueblo español vaya a aceptar la muerte mansa que el villano le propone, de modo que sospecho que este episodio, la tragedia que este individuo anuncia para España y los españoles, terminará, más pronto o más tarde, en sangre, sudor y lágrimas. Sobre todo lo primero.