Huyó despavorido, este martes en Bruselas, cuando se le preguntó por el acuerdo sobre el Sáhara. Su homólogo belga, Alexander De Croo, tan espigado como él y hasta rival en cuanto a apostura, apenas daba crédito a la fuga. "Esto no es un presidente", murmuró un veterano funcionario comunitario al contemplar la estampa escasamente gallarda del español. Pedro Sánchez considera, como el personaje de Conrad, que "la valentía es una virtud de subtenientes". No afronta una rueda de prensa, no comparece en público más que en recintos blindados, jamás pisa la calle, no concede más entrevistas que a las emisoras amigas y no es capaz de sostener la mirada, o la palabra, ante un comunicador independiente, que alguno habrá.
Huyó por su derecha, en efecto, atosigado por las preguntas y urgido por los ardores, mientras su anfitrión, que va cada mañana en bici a su despacho, se quedaba literalmente de piedra. Una pregunta admitió, y casi a contrapelo, el jefe del Gobierno español, a la que respondió con su habitual cascada de naderías.
No permitió más. Las sesiones con los medios que agradan a Sánchez se limitan a las que le obsequia el amable Emmanuel Macron, su jefe de Estado favorito, quien le concede plantarse ante el colosal Elíseo, deslizar una escueta declaración 'institucional', amagar unas sonrisas, unas fotitos, y ya se siente Bonaparte.
La propia carta española remitida a la Corte del sátrapa del sur, sigue siendo un secreto. Dos días después, esta vez desde Bruselas, el propio canciller español también se escabulló torpemente de la prensa
Detesta, o teme, a los medios, y desprecia al Parlamento, donde al parecer reside la representación de la soberanía nacional. La Casa Real de Marruecos desveló este viernes, con cierta nocturnidad y alevosía de finde, la misiva que le había remitido el jefe del Gobierno español en la que abrazaba la postura alauí sobre el Sáhara. Decisión histórica, paso excelso, iniciativa inconmensurable, diplomacia cumbre... Los voceros de la Moncloa se deshacían en elogios ante tan controvertida resolución, desconocida por la mayoría del Gobierno (esa entelequia multitudinaria y absurda), la oposición en pleno, y por supuesto, el Legislativo. Una atropellada rueda de prensa desde Barcelona, a cargo del ministro de Exteriores, José Manuel Albares, transmitió con enorme dificultad a la sociedad española algunos detalles del sorprendente asunto. Sin embargo, los más importantes, como por ejemplo, la propia carta española remitida al entrañable sátrapa del sur, sigue siendo un secreto. Dos días después, esta vez desde Bruselas, el propio canciller español también se escabulló torpemente de la prensa luego de responder alocadamente a un par de cuestiones sobre el asunto.
En su línea audaz, Sánchez ha enviado a su fiel escudero, al jefe de su diplomacia, a que comparezca en el Congreso para dar cuenta de tan esplendorosa novedad. El propio presidente no dará explicación alguna a las Cortes hasta al menos doce días después de haberse emitido el comunicado marroquí. Y lo hará en un marco ambiguo, con el tema saharaui camuflado con otros asuntos como Ucrania, el combustible, que estos días sobresaltan a la UE. O sea, tramposo y opaco, cual es norma de la casa.
Sánchez se oculta. En uno de los momentos más comprometidos no ya de su mandato sino de nuestra reciente historia, se muestra siempre reacio a dar la cara. Se cumplen ya 29 días desde que los tanques de Putin traspasaron las fronteras de Ucrania y el Ejecutivo no ha sido capaz de aprobar, aplicar o disponer una sola medida para afrontar los desastres del terremoto bélico. Ni una sola. Ni en el plano energético, ni el diplomático, ni en el económico, ni en el social... Todo son titubeos y zigzagueos, manotazos de un zombi perdido en las tinieblas de un filme de serie B. Una sucesión de episodios desmañados sin criterio alguno ni argumento razonado. El envío de armas ofensivas a Zelenski, el tope al precio de la luz, la negociación con los transportistas y ahora, el esperpento del Sáhara, un rosario de desaciertos, despistes y estruendosos patinazos.
El gobierno eco-feminista y superguay ha demostrado ser el artefacto más inservible de nuestra reciente historia, una colección de pazguatos resentidos y gandules excelsos
¿Hay alguien al mando?, es la pregunta recurrente de una sociedad que se siente desamparada, sin nadie a quien recurrir, sin un maldito clavo de esperanza al que aferrarse.. Un ejemplo: la red ferroviaria de cercanías sufrió este lunes la más severa avería de los últimos años mientras la ministra del ramo, una Raquel Sánchez, se ocupa de bautizar la estación de Atocha con el nombre de una olvidable escritora o de calificar de 'extrema derecha' a los cientos de miles de manifestantes que acercaron a Madrid el drama creciente del agro.
En una situación que bordea la pesadilla y antecede al pánico, con los supermercados en fase de desabastecimiento, la inflación lanzando los precios a la estratosfera, las facturas de combustibles, electricidad y gas a niveles siderales, los coletazos de la pandemia, apenas hay respuesta eficaz o sensata desde la Moncloa. El gobierno eco-feminista y superguay de PSOE-Podemos ha demostrado ser el artefacto más inservible de nuestra reciente historia, una colección de pazguatos resentidos, gandules excelsos, ignorantes revenidos, incapaces de hilvanar una sola respuesta a la descomunal tormenta que todo lo arrasa.
Pablo Iglesias, líder espiritual de la parte morada del Gabinete, acaba de asegurar que "no hay nada más imprudente que fiarse de Sánchez". Bien lo sabe Biden que evitó este lunes, de nuevo, incluirlo en su ronda de llamadas a líderes europeos. En muestra palmaria y apoteósica de su incapacidad, el presidente del Gobierno acaba de concluir su gira por diversas capitales de la UE con una tajante afirmación: si la ayuda europea no llega, España no podrá salir del hoyo. Es la constatación perfecta de la inutilidad. La culpa siempre es del otro. De Franco, de la ultraderecha, de los toros, de Ayuso, de Putin...Ahora, de Bruselas. "Enhorabuena, estás un peldaño más cerca de tocar fondo", cabría decirle a Sánchez lo que Brad Pitt a Edward Norton en El club de la lucha.
El problema es que en su hundimiento se lleva a toda una nación consigo. Definitivamente, tenía razón el funcionario europeo. "Esto no es un presidente".