Opinión

El pasillo de la vergüenza

La mascarada de Moncloa solo consigue introducir ruido. Un ruido salvaje que dificulta que el ciudadano entienda la magnitud de lo acontecido en Bruselas

  • Varios ministros aplauden a Pedro Sánchez a su llegada a La Moncloa

Que el Gobierno Sánchez se caracteriza por un exagerado gusto por la fanfarria, la hipérbole, el artificio y la sobreactuación es algo tan notable como evidente.

Lo que no era tan conocido, y hemos sabido hoy gracias a la coreografía de un pasillo flamenco que han hecho los ministros a Sánchez a su triunfante llegada de las europas, es que los miembros del gabinete fueron elegidos, además de por sus indudables capacidades intelectuales, políticas y de gestión de la cosa pública, por otras tres virtudes casi teologales, a saber:

La primera virtud es una obediencia entre bovina y prusiana al catálogo de  instrucciones más cuestionables emitidas por un Gobierno de España desde el hundimiento del Maine, todo un tratado de estrategias que no solo van contra los miembros del gabinete, que además de ministros supongo que alguna vez fueron ciudadanos, sino sobre todo contra su dignidad de ministros del Reino de España.

La segunda virtud es una concepción de la política como ejercicio teatral en el que los días pares les toca actuar de Turiferarios, es decir, profiriendo loas sin cuento al gran líder en horario de 8 a 5, mientras que en los días impares les toca asumir el poco lucido rol de Corifeos y, como tales, aplaudir a su gran líder con el fin de generar una ola de admiración y simpatía hacia el mismo.

La tercera virtud es un abrumador e inesperado sentido del ritmo y el compás

Y sobre todo y además de las dos anteriores, la tercera virtud es un abrumador e inesperado sentido del ritmo y el compás, demostrable ya no solo en el brío de las palmas de los ministros y ministras en el Congreso de los Diputados, solo comparables a una noche loca en Casa Patas o en el Villa Rosa (Ole), sino en jaranas privadas como la que montaron ayer a la puerta del Palacio de la Moncloa al recibir al triunfante tribuno Sánchez recién bajado de su cuádriga (Ole, Ole, Ole y otra vez Ole). 

Miren, en comunicación política el espectáculo de ver a los ministros como actores secundarios de tipo de montajes de serie B tiene un primer objetivo, un objetivo legítimo y vendible, que es el de complacer el ego del presidente del Gobierno.

Pero, ¿ustedes creen que esto ha beneficiado en algo a Sánchez, además de en su elefantiásico ego?

Si observamos con detenimiento el tono de la representación, ha quedado tan artificial  que no creo que haya servido para proyectar imagen alguna de victoria excepto (si acaso) entre los muy militantes de PSOE y Podemos, llegando incluso hacer cuestionarse a los más avispados si es que hubo victoria alguna en Europa dada la teatralidad del montaje.

Si atendemos al “momentum”, coincidirán conmigo en  que en lugar de poner el foco en el hecho político (en este caso en un acuerdo financiero nítidamente beneficioso para Europa y para Españala boutade de Moncloa ha puesto el acento en la comunicación del mismo, creando un gap artificial y peligroso entre la política y la comunicación de la misma.

Si nos fijamos en el  “tempo”, observarán que lejos de remarcar con suavidad lo que ya era una victoria política de alto voltaje, la mascarada de Moncloa solo consigue introducir ruido. Un ruido salvaje que dificulta que el ciudadano entienda la magnitud de lo acontecido.

En definitiva, un festival que, lejos de beneficiar a Sánchez y a su imagen de liderazgo o a sus ministros, solo representa una medalla de latón en el pecho del director teatral encargado de controlar los actores y el libreto. Un ejercicio de poder dentro del poder a mayor gloria del apuntador en la que presidente y Gobierno de España han sido tomados como rehenes.

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