Escuchar a Pedro Sánchez que la tan cacareada por él hasta hace ¡dos semanas! “derogación” de la Reforma Laboral (2012) realmente solo supondrá cambiar “algunas cosas”, me generó una sonrisa entre cínica y escéptica, producto, sin duda, de haber tratado durante décadas a políticos de todos los partidos, laya y condición. Inevitablemente, vienen a la memoria aquellas palabras de su antecesor, Mariano Rajoy, referidas a los famosos papeles de Bárcenas, todavía fuente de oprobio para el PP aún muchos años después: era todo mentira “salvo alguna cosa”.
En resumen, dos presidentes de Gobierno tan distintos ideológica, generacionalmente y hasta de forma de ser, usando con una década de por medio la misma expresión anestesiante para no confesar lo evidente en dos asuntos tan dispares como son la reforma laboral y la endémica corrupción política que sufre España desde hace años.
No sé como lo ve, estimado lector, pero esa coincidencia del subconsciente a mi me dice mucho sobre el principio de ocultación en que se basa todo poder; dicho de otra manera: Nadie dirige un partido sin haber aprobado con nota la asignatura Cómo dulcificar la realidad, cuando no ocultarla, a beneficio de inventario (del suyo). Cuanto más alto en la cúspide, más nota en el arte del disimulo. En el bien entendido que la exige el aparato del partido, movido a la perpetuación en el poder de la especie política, sí, pero también nosotros, los ciudadanos.
A ninguno nos gusta recibir malas noticias, menos darlas, y el nerviosismo que produce anunciarlas sirve para explicar lo mismo el lío en el seno del Gobierno de coalición PSOE/Podemos en torno a la previsible no derogación de una legislación laboral vigente desde 2012, que el próximo otro gran lío, la muy manoseada “reforma de las pensiones” -eufemismo para no anticiparnos la rebaja a los babyboomers nacidos entre 1956 y 1968-.
Eso por no hablar de lo que hay detrás del desorbitado recibo de la luz. Culpa de la voracidad de las eléctricas -claro, son empresas no ONGs-, y también de la concatenación de errores garrafales de previsión por parte de los sucesivos gobiernos, todos, que no adecuaron la transición verde a la realidad de un país tan hiperdependiente de las tradicionales fuentes de energía: gas, petróleo y hasta electricidad -la importamos de Francia-. Algunos inquilinos de La Moncloa se dijeron para sí mismos: el que venga detrás que arrée… y bien que lo estamos pagando, Sánchez incluido.
Cuando construyes un gobierno de coalición tienes que asegurar la hegemonía de tu relato. Y en eso está Sánchez: en un permanente mirarse de reojo con el socio a ver quien es más de izquierda, porque no puede dejarse robar la cartera por Podemos.
Todas esas contradicciones entre el Ser y el Deber ser que siempre el poder trata de ocultarnos resultan más fáciles de llevar con un Ejecutivo monocolor y controlando la agenda política y el manido relato de los asesores que han habitado las sucesivas Ala Oeste de La Moncloa en casi medio siglo de democracia que llevamos a nuestras espaldas.
Pero Pedro Sánchez no goza las mieles de la mayoría absoluta, ni siquiera de la relativa que disfrutaron Adolfo Suárez o José Luis Rodríguez Zapatero. Cuando el hoy secretario general del PSOE decidió hacer de la necesidad virtud y olvidarse del insomnio que le producía Pablo Iglesias -porque la aritmética parlamentaria no le daba para otra cosa-, y construyó “el primer ejecutivo de coalición de izquierda de la historia” (sic), salpimentado con ERC, el PNV, Bildu, Más País y otros, tuvo que asegurarse la hegemonía en el seno del gabinete por lo civil o por lo militar.
Y en eso ha estado Sánchez durante los dos últimos dos años de relación estrecha con Iglesias y está desde hace tres meses con la nueva Yolanda Díaz; en un permanente mirarse de reojo bajo el lema no escrito que preside las reuniones del núcleo duro socialista en La Moncloa y en la sede de Ferraz: No podemos dejarnos robar la cartera por Podemos.
De hecho, el último giro de guión, este martes, con el Gobierno volviendo a hablar de “derogación” de lo no derogable, tiene mucho que ver con eso; Con el miedo a que uno y otra, dos genuinos representantes de lo que el imaginario español entiende por izquierda, quiten votos al PSOE. Algún reciente dato demoscópico avala tanto nerviosismo monclovita y explica el empecinamiento de un Sánchez a quien, hace dos años, la Comisión Europea ya advirtió nunca va a permitir “derogar” la reforma laboral en su integridad -otra cosa es “reformarla”-, so pena de dejar a España sin fondos europeos... Palabras mayores.
El presidente dispone de poco tiempo más para salir del bucle en el que nada metido porque, en cuestión de semanas, la otra vicepresidenta aliada de los empresarios a ojos de Podemos y Díaz, Nadia Calviño, tiene que presentar el detalle del famoso Componente 23 en el Plan de Recuperación, Trasformación y Resiliencia; para eso estuvo el comisario de Finanzas de la UE, Paolo Gentiloni, paseándose la pasada semana por Madrid, para recordar al Gobierno y a los españoles, que “seguridad” laboral sí, pero “flexibilidad” también.