En sus poco más de 100 días al frente de Popular, Emilio Saracho se prodigó poco. Fue rácano en su defensa del banco. Pocas palabras y todas ellas sin el alma de quien siente el escudo cosido al pecho. Pocas palabras y todas ellas dictadas por el guión obligado de cada escena. Mensajes que no se creía al pronunciar. Sus gestos corporales le delataron en la Junta de accionistas de Popular. Su estreno en público tras la guerra civil hilvanada por Del Valle y Reyes Calderón, otros dos personajes que tienen mucha culpa en la quiebra del banco. El cierre de su discurso perseguirá para siempre a Saracho. “En ningún caso puedo imaginar la desaparición de Popular. Su relevancia es tal, y su capacidad de crear valor, que tiene una continuidad asegurada”. Maldita hemeroteca.
La cita es del pasado 10 de abril. Menos de dos meses después, los fondos de rescate europeo (MUR) y español (FROB) anunciaban la muerte de Popular. Ya saben. “En ningún caso puedo imaginar la desaparición de Popular…” La máxima ha quedado convertida en epitafio. Desaparecido el banco, achicharrados a cero los accionistas, bonistas y poseedores de otro tipo de deuda, es el momento del reparto de culpas. Saracho ha sido el ejecutor, sin duda. El Mesías que llegó con ánimo de ser Julio César. Vini, vidi, vinci. Con un único objetivo en su hoja de ruta. Vender el banco. Con los números muy claros en el Excel y Power Point creado en el despacho de JP Morgan pero con una bisoñez extrema en la gestión de un banco con una montaña de problemas. El mundo de Emilio Saracho era otro. Ese planeta en el que pocas corbatas son capaces de poner patas arriba cualquier sector, incluso la economía de un país. El mundo de los grandes ‘pelotazos’ financieros, pero también de los grandes ‘petardazos’ que generan cánceres como las hipotecas subprime. Saracho llegó a Popular con el olor a perfume de JP Morgan, y su glamour de Wall Street y la City, a un banco en estado de shock. Todo un astronauta en la corte de problemas del Popular. “Venir a Popular me parecía fuera de lugar, pero hacía falta una cara nueva”, llegó a decir en un vídeo interno para arengar a la plantilla.
Saracho llegó a Popular con el olor a perfume de JP Morgan, y su glamour de Wall Street y la City, a un banco en estado de shock. Todo un astronauta en la corte de problemas del Popular
La cita corresponde a la tercera semana de abril. Pocos días después de la Junta de accionistas. Saracho ya había levantado alfombras, todas, y sabía que Popular era como esos quesos gruyer. Mucho buen negocio de pymes, pero también mucho agujero. La ampliación de capital empezaba a sonar a quimera. “Esto no lo salvamos. No nos queda otro camino que la venta”. Saracho quiso que empezase a circular el mensaje. Primero entre su círculo para que después se fuera amplificando en los mentideros de Madrid con dos destinos claros: Cibeles (Banco de España) y Cuzco (Economía) Los mismos destinos que, pocas semanas antes, conminaban a Ángel Ron a mantener la compostura en plena guerra civil. “Sé fuerte”, le decían. “Saracho no estaba pidiendo ayuda, sólo estaba alertando de que aquello no tenía futuro y que los políticos tendrían que mojarse en la solución de Popular”, asegura alguien que ha vivido de cerca la época Saracho.
Fue entonces, hace dos semanas, cuando se comenzó a hablar de la resolución de Popular. “Será una resolución de apenas un minuto”, explicaba un alto directivo bancario hace exactamente 13 días. Problema y solución al mismo tiempo. El Popular rebajado a los infiernos pero reflotado (desintegrado, mejor dicho) por un comprador. Comenzó otra partida de póker. Cómo se articulaba la solución. Ni Santander ni Bankia, los cirujanos que habían abierto en canal al enfermo, estaban dispuestos a asumir el problema sin algún tipo de medida de limpieza previa. Tampoco BBVA, que camina por una vía paralela. "No habrá ayudas públicas para Popular", se reitera desde el Gobierno por tierra, mar y aire. Las conversaciones entre Guindos y Luis Garicano, el hombre económico de Ciudadanos, el socio de Rajoy, se multiplicaron en las dos últimas semanas. Nada se habló con el PSOE de la solución de Popular. En todas las llamadas entre los hombres económicos del Gobierno y Ciudadanos, Garicano apuntalaba el mismo mensaje: “Hay que dar una solución a Popular pero no puede ser con ayudas públicas”. La solución ha llegado en forma de millonaria quita a accionistas y bonistas. 12.000 millones a cambio de un euro.
Un buen negocio para Santander y pésimo para Popular, teniendo en cuenta que Francisco González ofreció a Ron, en noviembre pasado, 5.500 millones por Popular. Ron se negó entonces a dar el sí para no perjudicar a los accionistas. Siete meses después, el valor de venta de Popular se ha depreciado en 17.000 millones. Y los accionistas llevados a cero. Ron tiene su culpa en la muerte de Popular. Es cierto que él pudo ofrecer una ceremonia con más honor, pero bajo su mandato se generó una enorme nube tóxica de ladrillo en el balance del banco que no quiso aceptarse en 2012. Entonces, debió aceptar que su sitio no era aquel privilegiado grupo 0 en el test de estrés, el de las entidades más fuertes, sino un escalón más bajo, en el que podía haber desaguado ladrillo a la Sareb, lo que hubiera facilitado la digestión (aún no realizada) de Pastor. Pero Ron evitó el sonrojo y aquella decisión fue el inicio de su salida de la presidencia. Cierto es que dejó un banco con muchos problemas pero con el oxígeno obligatorio de toda entidad financiera: liquidez y confianza, aunque fuese debilitada.
Ron debió aceptar que su sitio no era aquel privilegiado grupo 0 en el test de estrés, el de las entidades más fuertes, sino un escalón más bajo, en el que podía haber desaguado ladrillo a la Sareb
Saracho ha conseguido lo contrario. Sus mensajes (arriba señalados) y, especialmente, sus silencios han destrozado la confianza de la marca, la primera señal de la fuga de depósitos, la alarma roja de falta de confianza. “El banco comenzó a entrar en situación de pánico desde que Elke König (presidenta del MUR) aseguró a Reuters que el Mecanismo Único de Resolución estaba siguiendo el proceso de Popular con particular atención particular con vistas a una posible intervención", explicaba este miércoles alguien que ha vivido la crisis de Popular junto a Saracho. La salida de dinero se multiplicó desde entonces. Había fuga de clientes de todo tipo. Minoritarios, institucionales y hasta los depósitos de las administraciones públicas. Nadie creía ya en Popular. Ni siquiera Saracho, que no lanzó un mensaje de ánimo, ni siquiera forzado, por cuatro días de desplomes en Bolsa. Popular ya no era un “bancazo”, como aseguró el interino Pedro Larena al ser nombrado CEO. Todo lo contrario. Había quebrado. “La independencia es un valor hasta que se convierte en una carga”. Otra frase para la historia (apenas tiene un mes) de Saracho. El ‘superbanquero’ de JP Morgan que tras dar sepultura a Popular ya es un proscrito para sus colegas financieros. “No vale ni para consejero de un club de golf”, aseguraban ayer en el sector. La hemeroteca le recordará siempre como el presidente con el que quebró Popular.
@miguelalbacar