- Sin duda los apaches han decaído mucho a juzgar por los pocos que he visto durante mi viaje.
-Si pudo verlos, coronel, no eran apaches.
En este diálogo entre el arrogante y ordenancista coronel Owen Thursday, interpretado por Henry Fonda y el capitán Kirby, un gran conocedor y admirador del sentido del honor de esta irreductible tribu india y a quien dio vida John Wayne en al western más clásico entre los clásicos, Fort Apache, se encierra buena parte de la sabiduría que debía atesorar un político si quería tener éxito en su carrera profesional.
Y es que tanto en política como en la guerra, dos juegos que Carl Von Clausewitz entendía hermanados y en los que la pasión, el cálculo y la inteligencia debían ir de la mano si se buscaba la victoria, otorgarle a tu rival la ventaja de conocer por adelantado las estrategias y movimientos con los que pretendías derrotarle, nunca fue un método excesivamente prudente.
Pero claro, todas estas cosas sucedían en los tiempos de la vieja política, la de los libros de Clausewittz y las pelis de John Ford, un tiempo mítico en el que sus protagonistas eran sólidos centauros del desierto y en el que más que ganar siguientes elecciones, que también, lo que se pretendía era cambiar la sociedad e incluso a veces -pásmense-, mejorarla.
Medidas peronizantes
Les cuento todo esto por el inconfundible aroma a azufre electoral que emanan las últimas decisiones del gobierno: Desde la subida del Salario Mínimo hasta los 400 euros del bono cultural para jóvenes, pasando por los 250 euros de ayuda al alquiler o todas las peronizantes medidas contenidas en los Presupuestos Generales aprobados la pasada semana por el ejecutivo.
Todos ellos, de momento, anuncios pirotécnicos sin posterior desarrollo pero similares en cierto sentido a los famosos “viernes sociales” con los que el primer Ejecutivo Sánchez trató de movilizar a su electorado en la previa a las pasadas elecciones y sin duda clavadas al cheque bebé de Zapatero del año 2007, una prestación de 2.500 euros otorgada a casi medio millón de familias que si bien sólo duró tres años, al comenzar a entregarse pocas semanas antes de la convocatoria electoral de 2008 ayudó a que el PSOE consiguiese llegar a los 169 diputados y con ello, a revalidar el gobierno.
Confundir a sus rivales
Unas medidas tan nítida y desvergonzadamente electoralistas que de haber sido realizadas por otro presidente que no fuera Sánchez, anunciarían que el Gobierno y los partidos que lo forman están comenzando a calentar motores para llevarnos a las urnas en los próximos meses pero que al tratarse del actual inquilino de Moncloa, un político con una conocida relación intermitente con la verdad, solo podremos estar seguros de que el adelanto se producirá de forma fehaciente cuando afirme de forma reiterada y en sede parlamentaria que agotará la legislatura.
A Sánchez nunca le ha importado ni mostrar a sus rivales sus estandartes de batalla ni hacer sonar sus cornetas en román paladino. Investido con la púrpura presidencial, considera que su mera y férrea voluntad de victoria sobra para revalidar un resultado electoral que le permita seguir otra legislatura en Moncloa sin necesidad alguna de confundir a sus rivales, una actitud que recuerda mucho a la del arrogante coronel Owen Thursday, finalmente derrotado por unos apaches que ni siquiera consiguió ver.