Será difícil encontrar un español que no comparta la idea de que el desafío independentista catalán es el reto más grave al que se enfrenta España en mucho tiempo, tal como el propio Mariano Rajoy se encargó de subrayar en su reciente debate de investidura. Consciente por fin de la urgencia de hacer frente a semejante envite, el reelegido presidente ha decidido poner en manos de su poderosa ama de llaves, la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, las competencias sobre las relaciones con las Comunidades Autónomas, eufemismo que esconde el encargo de hacer frente desde el punto de vista político al intento de golpe de Estado secesionista que está teniendo lugar en Barcelona. Soraya se convierte así en una especie de “ministra para Cataluña” a imagen y semejanza de ese “ministro para Escocia” que incluye el Gobierno británico. ¿Ha decidido por fin el señor Rajoy tomarse en serio el desafío más grave al que se enfrenta la unidad de España? ¿Es la señora Soraya la persona adecuada para hincarle el diente a ese conflicto?
Para nadie es un secreto que el Gobierno Rajoy ha vivido de espaldas al problema en la pasada legislatura, hasta el punto de que ese silencio, inacción para muchos suicida, ha terminado por convertirse en una de las situaciones más llamativas por desconcertantes de las ocurridas en España en los últimos años. Porque el independentismo ha jugado el partido sin contrincante en el campo, sin enemigo en frente: el Gobierno Rajoy ni siquiera se ha vestido de corto; simplemente se ha dedicado a guardar silencio y mirar hacia otro lado como si el asunto no fuera con él, limitándose, eso sí, a colgar en el perchero del Constitucional los reiterados incumplimientos de la ley por parte de los responsables de la Generalidad. La situación ha llegado a alcanzar ese punto kafkiano capaz de provocar ataques de ansiedad, cuando no de pura desesperación, en los responsables del prusés, frustrados por la falta de eco que con tanta y tan fatal determinación pretendían arrancar de Madrid.
¿Ha decidido por fin el señor Rajoy tomarse en serio el desafío más grave al que se enfrenta la unidad de España? ¿Es la señora Soraya la persona adecuada para hincarle el diente a ese conflicto?
Resultado de esa ignorancia deliberada, el prusés se ha ido cociendo en su propia salsa, hasta el punto de presentar hoy la fatiga de materiales que luce la mayor parte de sus líderes, con Artur Mas convertido en un cadáver insepulto al que ha sido necesario reemplazar por un Carles Puigdemont de quita y pon, un subalterno en manos de esa burguesía convergente incapaz de atisbar una salida al callejón del gato en que se ha metido. En medio, Oriol Junqueras, el más listo, el cínico gatopardo florentino que sabe que la independencia es imposible pero que ni quiere ni seguramente puede bajarse en marcha de ese tren. Sin enemigo en frente y con todo el aparato mediático a favor, los partidarios del prusés se mantienen inalterables en los últimos años, fluctuando entre el 25% y el 30% del censo electoral catalán, cabreados al margen, que no son pocos. El movimiento independentista acusa el desgaste provocado por el silencioso desdén del PP, por un lado, y por la violencia revolucionaria de las CUP, por otro, la izquierda radical antisistema que tiene al Govern entre la espada y la pared y que se ha convertido en el fantasma que amenaza el nivel vida de las clases medias catalanas.
El nuevo Gobierno ha traído de bueno la despedida de García-Margallo o el absurdo de un ministro empeñado, no se sabe si por inspiración rajoyesca o por imperativo indeclinable del soberbio ego que el tipo cultiva, en chapotear en el charco independentista como si el problema catalán fuera materia propia del ministerio de Asuntos Exteriores, que hasta ahí ha llegado el absurdo. Lo de Margallo, por supuesto, y el fin de la vía de agua que para el primer Gobierno Rajoy ha supuesto la presencia en el mismo de Jorge Fernández Díaz, un ministro con el techo de cristal tras haber vivido muchos años a la sombra de Jordi Pujol y sus dineros. Se acabaron los intentos espurios de negociar bajo la mesa. Rajoy se ha librado de tan burdo equipaje y además ha hecho algo mejor: reforzar la capacidad negociadora de su Gobierno en la esfera internacional, en general, y en la UE, en particular, con el nombramiento como titular de Exteriores de un diplomático como Alfonso Dastis, la continuidad de un Méndez de Vigo que conoce bien los vericuetos de Bruselas, la permanencia en Economía de Luis de Guindos, buen amigo del poderoso Wolfgang Schäuble, y la presencia en Agricultura de Isabel García Tejerina, una mujer que también sabe moverse con soltura en Bruselas.
Bloqueo al independentismo en el exterior
Se trata de cegar esas vías de aprovisionamiento de apoyo exterior que con más voluntad que acierto intenta abrir ese peculiar Puigdemont que el miércoles felicitaba a Trump (“Congratulations to Donald Trump. I hope that the longstanding relationship between our nations continues to flourish in the years ahead”) con una desenvoltura digna de mejor causa. Igualdad entre “nuestras naciones” o ausencia de control que sobre nuestra representación supone la falta de sentido del ridículo, sensación de un bochorno aceptado por unos pocos y mansamente consentido por otros muchos. La imposibilidad de tejer redes de complicidad en el exterior supone una suerte de muerte lenta para un prusés que ahora se mantiene expectante ante el desembarco en Barcelona de esa especie de virreina catalana nacida en Valladolid y apellidada Sáenz de Santamaría. Conviene aclarar enseguida que ella ha sido a partir de diciembre de 2011 la gran responsable de la inacción del Ejecutivo en Cataluña, la fuente de esa incierta doctrina del “hands off” según la cual el Gobierno del PP no podía involucrarse ni remotamente en algo que pudiera recordar, salvadas todas las distancias, a los GAL de don Felipe González.
El Estado ha desaparecido de Cataluña. Un resultado demoledor, quizá mejor desolador, para quienes, contra los elementos, han intentado mal que bien defender la idea de una Cataluña formada por ciudadanos libres capaces de sentir un cierto confort en su doble condición de catalanes y españoles. Un erial. Casi un crimen, cuyas consecuencias nos han conducido al paisaje desolado que hoy divisamos más allá del Ebro. Tras años de inmovilismo, Rajoy parece al fin convencido de que el tiempo no arregla todos los problemas, por mucho que a veces contribuya a macerarlos y acercarlos al punto de maduración. En la tónica del “aquí ya nadie entiende nada” que preside la mayoría de las conversaciones en Barcelona, el sentir general apunta a que “el prusés está maduro”, es decir, reclama a gritos una salida pactada que permita a los convergentes salvar la cara sin que se note, acabando con la insolencia de las CUP y asegurando libertad y propiedad hoy seriamente amenazadas. Y el PP se ve tentado por la oportunidad si no de acabar con un contencioso con el que estamos condenados a convivir, de acuerdo con la célebre receta de Ortega, sí al menos darle hilo a la cometa y lograr un arreglo para una serie de años.
El sentir general apunta a que “el prusés está maduro”, es decir, reclama a gritos una salida pactada que permita a los convergentes salvar la cara sin que se note
El desafío parece tener fecha fija en ese referéndum unilateral con el que, en su huida hacia adelante, se ha embarcado el Govern para el mes de septiembre de 2017, que muy bien podría terminar reconvertido, en idéntica fecha, en elecciones autonómicas de carácter plebiscitario donde catalanes y españoles se jugarían buena parte de su futuro, porque no sería descartable que de las mismas saliera una Convergencia reducida a cenizas y un Govern formado por la alianza entre Catalunya en Comú (Colau, Domènech et al), ERC y la CUP, un tripartito de extrema izquierda que dejaría convertido en un juego de niños el que en su día presidió Montilla. Es lo que suele ocurrir cuando la élite dominante pierde el oremus y decide hacer mangas y capirotes con la ley: que los antisistema acaban arrollándole. En ese charco pretende desembarcar esa chica tan lista, tan laboriosa, tan tenaz, apellidada Sáenz de Santamaría, una mujer dispuesta a hacer historia. Su fórmula tiene que ver con ese “principio de ordinalidad” que preside las transferencias financieras entre los Länder alemanes, según el cual la solidaridad entre los Estados Federales, aun sin estar sometida a límites, no puede alterar el orden en lo que a riqueza y capacidad financiera de cada uno de ellos se refiere tras las correspondientes transferencias.
Un fondo de compensación para Andalucía y Extremadura
La aplicación de esa “ordinalidad”, un término que a partir de ahora se va a hacer popular entre nosotros, garantizaría la entrada en las arcas de la Generalitat de cerca de 3.000 millones de euros más. Eso, y la aceptación por Madrid de buena parte de las 23 demandas presentadas por Mas a Rajoy el 1 de agosto de 2014 como Memorial de Greuges (memorial de agravios), todo ello enmarcado en la correspondiente reforma constitucional. El Estado, por lo demás, se vería obligado a crear un Fondo de Solidaridad para atender a Extremadura y Andalucía, principales perjudicadas por la citada “ordinalidad”. Puigdemont ya conoce la partitura y no le disgusta la música: “sobre esa base podríamos llegar a un acuerdo”, ha declarado a su contraparte madrileña. “No hay que inventar nada: se trata de aprovechar la experiencia alemana replicando su modelo y descartando lo que allí no ha funcionado”. Este es el equipaje con el que la Virreina catalana se dispone a aterrizar en una Barcelona que valora mucho la buena relación que ha establecido con Junqueras, el hombre que mueve los hilos en la sombra, el auténtico factótum del prusés.
Rajoy duda, es lo suyo, y lo hace porque teme la reacción en contra de buena parte del partido y del propio electorado popular, a quien habría que “preparar” para que tragara mansamente la píldora. Como es fácil imaginar, en el PP catalán no saben una palabra de estas maniobras orquestales en la oscuridad, que así funcionan las cosas en el partido de la derecha española. Un plan que, en todo caso, vendría salpimentado con las correspondientes y solemnes declaraciones de firmeza, de impostada defensa de la ley “frente a quienes quieren romper la unidad de España” por parte de la agresiva “Brigada Aranzadi” que comanda la vicepresidenta, la mujer con más poder político en la España actual. No se dejen engañar: las bases de un eventual acuerdo parecen sentadas; toca ahora hincar el diente y dar la cara. Difícil y plagado de incertidumbre, cierto, pero sin riesgo no hay recompensa.