Tendría que comprobarlo en el Diario de Sesiones pero no creo que en sus anales ande registrada una grosería semejante al reiterado y ya famoso “¡a la mierda!" de toda una vicepresidenta del Gobierno. Es verdad que, considerando el progresivo deterioro de las maneras en el actual Congreso no dejaba de ser previsible una escalada cualitativa de la injuria o el improperio, y menos después de escuchar a alguna ménade descalificar desde el ambón a nuestros principales magistrados calificándolos impunemente, entre otras lindezas, de deshonestos o prevaricadores. La cortesía es sólo relativamente exigible en la asamblea política –las crónicas del zafarrancho jacobino fueron famosas hasta que llegó Napoléon con la rebaja— pero parece que estoy escuchando a Artur London contándonos cómo los sayones soviéticos que lo torturaron en los calabozos del proceso de Praga respetaban, entre zurriagazo y descarga eléctrica, el respetuoso usteo que ahora ha desaparecido también del trato entre españoles.
¿No era lógico, en fin de cuentas, que la degradación puesta en marcha por Sánchez cuando llamó “deshonesto” al candidato y todavía presidente del Gobierno, abriera temibles perspectivas en un imperfectísimo futuro? Pues claro, pero a ver cómo negar que los desahogados denuestos dirigidos después a los jueces y a todo lo que se mueve permitían presentir la quiebra definitiva del decoro parlamentario. Para los herederos del sovietismo clásico, hoy socios de Sánchez, el dicterio o la invectiva eran, y son, armas como otras cualesquiera, y los límites de la cortesía meros prejuicios burgueses. Enviar “¡a la mierda!" a su Señoría contrincante no sólo constituye para esa patulea un derecho sino un mérito dialéctico. Y ocurrió lo que tenía que ocurrir. Difícil lo va a tener la convivencia democrática para reparar ese desafuero incluso si alguna vez la presidencia el Congreso lograra regenerarse.
No nos engañemos, ahora ya sólo queda esperar para ver cómo colapsa el diálogo político arrastrando al social sobre sus ruinas
Es más, lo lógico es que tras esta primera etapa disolvente, lo que venga sea un tiempo enteramente desacatado, durante el cual la indispensable sombra disciplinaria quede a merced de cualquier indocumentado surgido del azar político. Cualquier Sánchez, Belarra, Díaz, Rufián o Nogueras decidirá, más allá del decoro imprescindible, hasta donde alejar el fielato en que debe registrarse y controlar la corrección. ¡A la mierda! Los que antaño torturaban a los disidentes ya no hablan de usted ni al “Sursum corda” sino que tutean a todo quisque con el mismo desenfado con que hoy día el camarero o el sanitario apean el tratamiento al usuario de sus servicios. No nos engañemos, ahora ya sólo queda esperar para ver cómo colapsa el diálogo político arrastrando al social sobre sus ruinas.
Un ilustre filólogo, profesor de la Universidad de Huelva, Luis Gómez Canseco, explicó hace unos años que el recurso escatológico “no ha sido una costumbre inventada por nuestra más reciente y sutil clase política” sino una forma de “terrorismo de Estado” ya presente en la obra de Quevedo. Y añadía que la mierda sirvió siempre para “distinguir entre nosotros y los otros, para trazar la línea que habría de separar a los que los que conformaban y definían el orden, para establecer los límites entre lo conveniente y lo inconveniente, entre lo civilizado y lo bárbaro”. Ni Díaz ni los otros, por más pioneros de la barbarie que se consideren, han hecho otra cosa que seguir ese impulso consolidado en una inveterada y despreciable tradición
vallecas
José Bono (PSOE), Presidente del Congreso, "llamó la atención" públicamente al Ministro de Industria Miguel Sebastián (PSOE) porque llevando traje, zapatos y camisa blanca, no llevaba corbata. ¡¡Al Congreso se viene con corbata y si no dispone de una yo se la proporciono.¡¡ le indicó. No hace tanto, no hace mucho......