Opinión

Soy mayor, ¿y qué?

Cojo el periódico. Es miércoles. La imagen de portada me arruga por dentro. Dos hombres sostienen una especie de bulto grande cubierto por un plástico negro. La vida que se

  • Un grupo de jubilados

Cojo el periódico. Es miércoles. La imagen de portada me arruga por dentro. Dos hombres sostienen una especie de bulto grande cubierto por un plástico negro. La vida que se va en una bolsa de basura. Una anciana o un anciano. No lo sé. Tampoco el pie de foto especifica el sexo. Qué más da. Qué importa si ya no respira. Tal vez dejó de hacerlo hace mucho cuando empezó a ser una molestia para los suyos y acabó compartiendo recuerdos en el salón de un edificio que no era su hogar. Esto lo imagino según leo el titular. Tan sombrío y doloroso como la instantánea: “Seis muertos en el incendio de una residencia de mayores en la población valenciana de Moncada.”

Otra vez, pienso, la desgracia se ceba con ellos. Ahora las llamas. Recientemente la pandemia. Antes, la guerra. Mucho antes, el hambre. Y así podría seguir y seguir tirando del hilo que conforma el ovillo de una generación valiente.

Últimamente la vejez da vueltas, como una peonza, en mi cabeza. Quizá por ese instante, hace bien poco, en el que comprendí, todos lo hacemos, lo que implica y lo que se lleva esa palabra. Ese instante en el que cambian los papeles, y te conviertes en madre de tu propia madre. Cuando eres tú quien la lleva del brazo. Quien le recuerda: “Mamá, es hora de dormir, tienes que descansar.” Quien reconforta sus miedos a través de llamadas interminables. Quien le dice: cuenta conmigo si te encuentras mal.  Quien vive pendiente de que sus pies sigan hacia adelante aún renqueantes, de que su pecho suba y baje reflejando vida.  Quien ve a través de sus ojos perdidos entre montículos de arrugas. Y no es fácil asimilar semejante metamorfosis. No lo es ni para mí, ni para ella. Entiendo que no hay nada peor que ser mayor y que te hagan sentir pequeño. O que no vales, que no eres bienvenido en esta sucursal 2.0. repleta de impacientes en la que se ha transformado el mundo.

La brecha digital

Estos días es noticia Carlos. Un pensionista de 78 años que ha emprendido su particular batalla para denunciar que los bancos han dejado de lado a los de su edad. Que hacer gestiones a través de internet es un infierno para los que se acostumbraron a dormir con los ahorrillos, fruto de décadas de esfuerzo, bajo el colchón. Pero, no sólo los bancos. Todos lo hemos hecho de alguna forma. De muchas formas. Es como si cumplir más de 70 llevara incluido en el carnet de identidad que ya no tienes hueco en la sociedad, que pasas a vivir en una especie de islote en el que tu única misión es esperar a la muerte. Brecha digital, le llaman. Brecha del olvido, de la indiferencia, de la ingratitud; diría yo.

Lo que sienten los mayores de nuestro tiempo debe ser algo así como lo que describe Pedro Simón en su último libro dedicado, precisamente, a los hombres y mujeres que empeñaron su historia por la nuestra. “No da miedo el silencio con el que vive una sorda. Da miedo el silencio con el que vive una que puede oír a las mil maravillas, pero no tiene ruidos cerca.”

Porque no hay nada más terrorífico que estar sin que te cuenten, nada más inhumano que ser mayor y te traten de idiota.

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