El primer gran acto de campaña fue un Telediario. En la tele pública, como Dios manda, solícito escaparate para limpiar, fijar y dar esplendor a las explicaciones de Pedro Sánchez. Como aquellos malos futbolistas que bramaban "A mí el balón, Sabino, que los arrollo", a los peores políticos del "A mí la tele, Rosa María, que los voy a poner a todos de vuelta y media". Aquí tiene su espacio electoral, señor presidente (en funciones). Sírvase.
La autoexculpación de Sánchez fue -ay sorpresa- un telemitin sufragado por los hastiados votantes, un espectáculo estomagante que malogró más de una cena en familia. El candidato del PSOE desde la noche misma del 28 de abril, todo medido y convenientemente afilado, retrasó su rueda de prensa para hacerla coindidir con el inicio del Telediario. No faltarán los exégetas, quienes sepan interpretar cada movimiento de ceja y cada gota de sudor del líder, pero el hecho aquí significativo es que no hay límites. Como antes se ofreció el CIS o la CNMV como moneda de cambio político, ahora es Televisión Española la que, descaradamente, trabaja en favor de la causa. Se manipula. Se manosea. Se somete. No es una opinión. Son hechos.
Es un hecho que Rosa María Mateo convocó elecciones antes de que el Rey se pronunciara tras su ronda de consultas frustrada. Aquí lo contábamos: la directora del ente mandaba cartas para sondear a los partidos con vistas a los debates electorales que se vienen. O Mateo sabía que de Zarzuela no iba a salir candidato -todo un scoop- o se extralimitó en claramente en sus funciones. Dejemos ahí generosamente la duda.
La maquinaria de la tele pública hace ahora lo de siempre, tampoco es sorprendente. Pero se marcharon por el desagüe los propósitos de enmienda, los "nosotros no somos así, con nosotros la tele pública será de calidad". Si, todos los políticos lo hicieron antes, nadie inventa nada, pero éstos de hoy juraron que la parcialidad sería erradicada de la televisión de todos. Y lo perjuraron.
Pero la realidad es la que es. La arrogante homilía sanchista duró poco más de 15 minutos en un escenario privilegiado, Moncloa y Televisión Española, pero se hicieron bastante más largos. Que ya se ocupa Sánchez -elecciones obligan- de que nadie le altere su primer plano, incluso de que le saquen guapete. Así fue ayer y así será, en un imparable crescendo hasta más allá del 10 de noviembre.
Pero ojo. El abstencionismo está harto. Y, ante tanto cinismo el televidente, ante tanto cuento, prefiere refugiarse en El Hormiguero.