Al poco de conocerse los resultados del 28-A, Rivera se proclamó campeón. De qué, era lo de menos. Si durante la campaña había repetido hasta la náusea que él presidiría el Gobierno ("le tiendo la mano a Casado"), ahora celebraba como un triunfo inapelable "estar en disposición de sobrepasar al PP". En apenas unos minutos, los que mediaron entre el fin del recuento y la primera comparecencia, el líder de Cs había redefinido el objetivo conforme al dictamen de la realidad, exhibiendo una vez más su naturaleza adaptativa. Al igual que en abril de 2018, volvía a estar “cerca de la victoria”. Que la competición fuera otra, insisto, era un detalle menor, nada que pudiera frustrar el insólito ritual con que los cargos de Ciudadanos abrochan todos sus actos, esa piña humana que, mano sobre mano, rompe en alborozo de racimo: ¡Vamos! Hemos quedado terceros, sí, pero ¡vamos! Ni siquiera hemos logrado batir a un PP en estado preagónico, pero ¡vamos! En Cataluña perdemos 600.000 votos respecto a las autonómicas de 2017, pero ¡vamos! Y lo más crucial: con el PSOE devuelto a la vida y Sánchez fortalecido en el liderazgo, al centro-derecha podría aguardarle una travesía del desierto; con el agravante de que el independentismo, tanto en Cataluña como en el País Vasco, no sólo no se ha desinflado, sino que ha ido a más. Vamos.
No debería demorarse en una larga contienda de trazas personalistas la necesaria reunión del constitucionalismo en un proyecto común
Sea como sea, el desquiciado fragor declarativo al que se entregaron los dirigentes del Partido Popular ha contribuido decisivamente a convertir el siniestro (cómo me he acordado estos días de Rita Barberá y su “qué hostia, qué hostia”) en una suerte de liquidación preliminar. Cada intervención ha sido peor que la anterior, en una sucesión de refundaciones exprés tan inoportunas como oportunistas, donde sólo una voz, la de Cayetana Álvarez de Toledo, ha introducido un punto de sensatez. Suyo, por cierto, fue el primer llamamiento a la necesaria reunión del constitucionalismo en un proyecto común; un cometido de largo aliento, que no habría de demorarse en una larga contienda de trazas personalistas, y del que tenemos una vislumbre en la inteligente ‘colaboración’ entre la propia Cayetana e Inés Arrimadas en los debates, o en los pactos de gobierno en Andalucía o la Comunidad de Madrid. El próximo paso en esa dirección, no obstante, corresponde al PP, y consiste en sumarse a la candidatura de Manuel Valls a la alcaldía de Barcelona. Ha llegado el tiempo de la audacia.