Es un tópico, sin duda, que las guerras uno sabe cómo empiezan, pero no cómo terminan. Todo parece indicar que Vladímir Putin y las fuerzas armadas rusas invadieron Ucrania con la certeza de que el conflicto iba a ser rápido e iban a encontrar poca resistencia. Un mes después, los ejércitos rusos están atascados en todos los frentes sufriendo muchas más bajas de las esperadas, y lo que debía ser una expedición punitiva se ha convertido en una guerra de desgaste contra un enemigo bien atrincherado y dispuesto a todo para resistir.
No sabemos cómo acabará la guerra. Se ha hablado mucho del talento ucraniano para ganar la guerra de la propaganda, y es difícil decir si los rusos realmente están sufriendo un desastre tras otro o si su avance sigue, lento pero inexorable. Es muy posible que no lo sepan ni ellos, de hecho; incluso en esta era de drones, videos, e información continua, la confusión sigue siendo la nota dominante en cualquier batalla.
Lo que están a buen seguro pensando, al igual que diplomáticos de todo el mundo, es qué viene después de esta guerra, y cuáles serán las condiciones para la paz.
Hay tres condicionantes principales que van a definir la solución del conflicto. El primero, triste y obviamente, es la guerra en sí. La posición negociadora de Rusia y Ucrania cambia dramáticamente si los ejércitos de Putin han alcanzado el Dnieper, han capturado Odesa, o han tomado Kiev. Para los ucranianos, mientras tanto, resistir es vencer; su objetivo es hacer que el coste de la guerra para Rusia, entre bajas, gasto directo, pérdida de reputación y sanciones económicas acabe por ser mayor que cualquier beneficio real o imaginario de la invasión.
El problema es que el gobierno chino no quiera solidificar una alianza con un socio no sólo con persistentes tentaciones imperialistas sino incapaz de ganar una guerra contra alguien tan insignificante (para China) como Ucrania
El segundo, me temo, es Vladímir Putin, y el dilema de si está realmente zumbado o no. Si escuchamos lo que dice en sus discursos y escritos, es difícil creer que la decisión de invadir Ucrania fuera puramente racional, y el fracaso de la ofensiva militar un monumental fallo de cálculo. Si estamos ante un dictador que se cree su propia retórica, cerrar el conflicto será mucho más difícil.
Tercero, y no menos importante, es el papel de China. Hasta ahora, China ha mantenido una posición ambivalente sobre el conflicto; cuando escribo estas líneas (viernes por la mañana) parecían estar intentando marcar distancias con Rusia, pero sin condenar la invasión explícitamente. Para Putin, China es la única tabla de salvación para salvar el país de su aislamiento internacional. El problema es que el gobierno chino no quiera solidificar una alianza con un socio no sólo con persistentes tentaciones imperialistas sino incapaz de ganar una guerra contra alguien tan insignificante (para China) como Ucrania.
El escenario ideal, con estos condicionantes, es que Rusia llegue a la conclusión de que no puede ganar la guerra sobre el terreno, o al menos no puede hacerlo sin unos costes insostenibles para la economía del país y sus fuerzas armadas, ya que China no le va a dar un cheque en blanco para pagar sus aventuras. Su mejor salida, en este caso, es intentar llegar a un acuerdo que les permita quizás no cantar victoria, pero al menos proclamar que han cumplido con sus objetivos y retirarse discretamente.
Rusia renunciaría a sus pretensiones territoriales en el este del país, pero manteniendo Crimea (si la guerra va bien para ellos) o dejando el futuro de Crimea para un referéndum (si van perdiendo)
El contenido de ese acuerdo no es difícil de imaginar. Ucrania puede renunciar a entrar en la OTAN (una renuncia fácil, ya que la OTAN no tiene ganas de aceptarles) y adoptar un marco legal que establezca su neutralidad. Quizás puedan ingresar en el Área Económica Europea e incluso utilizar el euro, pero la entrada en la Unión Europea se dejaría para luego. Ucrania tendría un estatus parecido al de Noruega o Suiza, países neutrales, pero básicamente alineados con la UE. Rusia renunciaría a cambio a sus pretensiones territoriales en el este del país, pero manteniendo Crimea (si la guerra va bien para ellos) o dejando el futuro de Crimea para un referéndum (si van perdiendo). Cualquier armisticio seguramente tendrá estos componentes sobre la mesa, más un debate sobre cómo garantizar la integridad territorial de Ucrania.
Si Putin estaba siendo plenamente sincero cuando decía que Ucrania no es un país real ni tenía derecho a existir, sin embargo, la cosa se complica. En este escenario, los costes que Rusia estaría dispuesta a asumir son mucho más elevados, así que lo que suceda en los campos de batalla, el efecto de las sanciones, y la ayuda o falta de esta por parte de China son mucho más relevantes.
Es en este escenario donde los ucranianos se llevan la peor parte, porque la guerra no sólo será más larga, sino aún más brutal, y donde la posibilidad de una escalada militar se convierte en una posibilidad más inquietante. Putin puede utilizar armas químicas, en un intento de romper la resistencia ucraniana, o tomar represalias contra Polonia para intentar detener el envío de armas. En el peor de los casos, puede acabar recurriendo a armas nucleares. Si eso sucede, ha sido un placer haberles conocido, porque la cosa terminaría espantosamente mal.
El mismo Putin parece entender que su poder dentro de Rusia es inmenso pero no es insuperable, vistas las “dimisiones” que está forzando en sus servicios de seguridad
Mi sensación, tanto por las señales que llegan desde Rusia como por sentido común, es que Putin quizás sea un suicida, pero las élites económicas y militares del país no parecen compartir esa obsesión. Las dictaduras siempre parecen monolíticas hasta que súbitamente dejan de serlo, y Putin posiblemente se enfrentaría a un golpe de estado (o una “enfermedad grave”) antes de que la situación se hiciera insalvable. El mismo Putin parece entender que su poder dentro de Rusia es inmenso pero no es insuperable, vistas las “dimisiones” que está forzando en sus servicios de seguridad. Es posible que, incluso enajenado, prefiera dar un paso atrás antes de perder el poder.
Para Occidente, entonces, es importante mantener la presión para hacer el coste de la invasión totalmente intolerable para Rusia. Es imperativo también dar pasos decididos para reducir la dependencia energética de Europa y abandonar los combustibles fósiles, cuanto antes mejor. Uno de los factores decisivos de la caída de la Unión Soviética fue la caída del precio del petróleo durante los ochenta, que les dejó sin divisas; podemos repetirlo ahora.
Para terminar, también es necesario pensar en qué ofrecemos a Rusia después del armisticio. No sobre el estatus de Ucrania, sino en qué papel puede tener en la economía global, más allá de una gasolinera desvencijada. Hablar sobre cómo modernizar Rusia, un futuro para el país.
Un futuro, previsiblemente, sin Putin.