Una mujer de unos ochenta años ve encima de la mesa un libro de Fernando Savater y dice uy, Savater, ese es muy de derechas, fíjate cuando todo aquello de los vascos, madre mía. Este tiempo gaseoso (locución que tomo prestada de mi amigo Agustín García Simón) está envolviendo todo en una nube de confusión que impide cualquier atisbo de discernimiento. Ya ni los viejos son capaces de distinguir el grano de la paja, con este bombardeo mediático y esta agit-prop que ha mezclado definitivamente ideologías y sentimentalismos hasta hacer de tal coordinación, si es que no lo era de origen, un mero pleonasmo. Y si ni los viejos tienen ya ese ojo clínico de cuando todo se ve inventado, ¿qué podrá decirse de esa chusmita teen que llega ya sin dificultad a los cincuenta? Es un tiempo gaseoso, sin duda, con ese patetismo de ver que jubilado reivindicas hormonas en vez de mirar distraído un culo pasajero. Con perdón.
Los viejos van de manifa y la adolescencia, en busca de la identidad que toque. Una periodista que hacía preguntas en la calle a la gente que pasaba le dijo a uno que qué le parecían las nuevas elecciones; era un tipo de mediana edad, pero de respuesta rápida: ¡atajo de adolescentes! Salió en la tele tal cual, y yo creo que no lo cortaron del reportaje porque no lo entendieron.
La importancia del espíritu juvenil
La chica no pudo sino esbozar una sonrisa retórica como diciendo ¿eh?, que ya es bastante para ser periodista de calle. No sé qué diría un tertuliano, de profesión tertuliano, si le hubieran planteado una reflexión a tal propósito. La cosa habría estado difícil, porque una de las exigencias para la membresía tertuliana, por lo que puede oírse, es tener espíritu juvenil y ánimo inquieto o, lo que es lo mismo, sangre adolescente. Y cómo vas a preguntar por la definición al definido.
Atajo de adolescentes: bien podría ser un leit-motiv de nuestro tiempo gaseoso. Se mire por donde se mire, todo parece lleno de granos inmaduros. Las chicas, otrora poderosas e inquietantes, ya no quieren ser princesas, sino víctimas, niñas con tetas gordas, pobrecitas niñas a quienes los malos siempre tratan de hacer daño. El calorcito de la irresponsabilidad caldea también a los viejos, que se sienten encantados sofocándose en las calles para pedir dinero y, ya en otoño, hirviendo por unas vacaciones cuatro estrellas, con baile y barra libre.
Y los podemitas le llaman mentiroso, mentiroso, nos dices una cosa y luego haces otra, me voy a ver el baloncesto
Muchos puntos se llevan en esta competición los jóvenes por cronología, que se visten de torpe indumentaria en las tiendas más caras y, cuando toca, se apuntan a las insurrecciones burguesitas y aburridas de quienes siguen y siguen tras una identidad, o de pronto se entusiasman con los bichos o creen que la tierra está muy sucia, mami, la tierra está muy sucia. Y no me digan que, por alusiones, la cosa telúrica no da el callo en esta sociedad de adolescentes: cansados de vivir bien, los ricos se arremangan y reclaman el derecho a ser ellos solitos, sin mezcla, limpios de la suciedad vecina, racistas ya sin disimulo.
Los políticos de aquí son adolescentes por antonomasia, empezando por el presidente/etiqueta de los dedos vertiginosos. No quiere a podemitas en su Gobierno, dice ahora, porque entonces no podría dormir. Y los podemitas le llaman mentiroso, mentiroso, nos dices una cosa y luego haces otra, me voy a ver el baloncesto y, si no, cuidado, que me planto en Sol.
El chico de Ciudadanos se echa una novia y, ahora que ya no se siente tan solo, toma la iniciativa cuando no hay remedio porque sabía que ya entonces no había remedio y que eso era, en fin, su credencial intachable. Y luego está el muchacho del PP con esa barba medio postiza, que hace lo que puede con un rictus de seriedad por completo outdated y que luego, cuando quiere estar a la altura de la sociedad juvenil, sonríe como vacío.
Reivindicar la vasquedad
Para colmo tiene que lidiar también con los adolescentes periféricos de su partido, que de pronto quieren, cómo no, su fotito: esos vascuences liberales o conservadores o lo que sean que, oyes, aquí es que el partido es distinto, entiéndenos, no podemos seguir ajenos a la reivindicación de la vasquedad, porque si no nos quedamos sin nada y, en fin, hay que decir a las claras que queremos el cupo, que ya ni Roma nos tosía, que para entenderlo hay que ser de aquí, que ya bastante nos mataban cuando entonces y que quién coño eres tú con ese acento.
La adolescencia política, que no entiende de edades, rige la democracia española en este tiempo gaseoso, sin que el público general, con las excepciones debidas, trate de solucionar el problema o ponga siquiera gesto de preocupación y ademán de darle cuatro azotes. No puede hacerlo porque se sitúa en su misma edad mental, y todo le resulta nuevo. De ahí esa despreocupación general ante lo rápido que puede perderse lo que parecía eterno.