Opinión

La tiranía del 'Sísifo' Sánchez y la condena de España

A base de plagios -desde su tesis hasta el título de su Tierra firme- y de mentiras -entrega Pamplona a los bilduetarras y se queja de que el tarareado “que te vote Txapote” traspasó la inconcebible línea roja de imputarle no honrar a las v

  • Pedro Sánchez en la inauguración de la Convención Política de los socialistas gallegos -

A base de plagios -desde su tesis hasta el título de su Tierra firme- y de mentiras -entrega Pamplona a los bilduetarras y se queja de que el tarareado “que te vote Txapote” traspasó la inconcebible línea roja de imputarle no honrar a las víctimas-, Pedro Sánchez quiso el pasado lunes arrancar fuerte una semana que presumía grande y que saldó enseñando las costuras de maniquí en la pasarela del Parlamento Europeo. Así, al presentar sus segundas memorias de ágrafo de la mano de su escriba y farisea Irene Lozano, Sáncheztein reivindicó su capacidad de aguante apelando a la mitología griega. “Mi historia es la del mito de Sísifo”, afirmó equiparándose a quien fue condenado a empujar una roca hasta la cúspide de la montaña para luego rodar ésta ladera abajo y tener que acarrearla una y otra vez.

En realidad, “Noverdad” Sánchez, evocando el apelativo que Azaña le endilgó al “Lenin español” Largo Caballero, hizo un uso indebido de la mitología griega como de tantas otras cosas. Quien se tenía por el más astuto de los mortales no efectuó ningún ejercicio de vigor, sino que recibió el escarmiento de Hades por jugársela al dios de los infiernos. Ahí radicaría su analogía con Sísifo sometido a las horcas caudinas de golpistas y bilduetarras pechando con sus caprichos y exigencias al son que le marcan.

Valiéndose de artimañas que evocan las leyes de transitoriedad separatistas previas al referéndum ilegal de 2017 y que ponen en solfa el Estado de Derecho, así como la unidad de España, quien pasaba hasta ahora entre el “statu quo” bruselense por un socialdemócrata cabal ha roto el espejo de una pedrada y ha hecho saltar las alarmas sobre lo que acaece a este lado de los Pirineos. El mismo PSOE que denunció las transgresiones de Polonia y Hungría al espíritu europeo y reclamaba la colaboración de Bruselas contra el secesionismo, atropella ahora los tratados europeos y se alía con delincuentes como Puigdemont, Junqueras y Otegui a los que pretende amnistiar para lograr lo que las urnas le negaron. A este propósito, permite criminalizar y señalar jueces, a la par que respalda comités de “salud pública” como en la Revolución francesa. Una caza de brujas contra los servidores del Estado de Derecho por parte de quienes extienden el golpe catalán a toda España con la anuencia de quien les rinde pleitesía.

Tras arrebatar la Casa Blanca a Nixon por los pelos, Kennedy fue consciente de que un buen demócrata puede ganar con el voto de medio país, pero no gobernarlo sin la otra mitad, pues preside una nación, no una facción. En las antípodas de quien lanzó su vítor “soy un berlinés” contra el Muro de la Vergüenza, Sánchez lo alzó en España en su arenga de investidura y también en Europa en su adiós a la Presidencia de turno. Lo verbalizó en Estrasburgo en su acerba réplica al portavoz del Grupo Popular, Manfred Weber. Tal andanada, que llevaba escrita sin escuchar a su interpelante, probaba su deliberada voluntad de exportar a Europa el frentista modelo Frankenstein, una vez disipadas sus aspiraciones internacionales del lado occidental tras la fallida visita a Biden en mayo cuando el presidente USA se negó a comparecer al lado de un visitante nada fiable.

Habituado a meter en el saco de la extrema derecha al constitucionalismo, Sánchez obró igual en Estrasburgo con el primer grupo de la Cámara. Para el tirano, la oposición es un trastorno mental

Airado porque Weber se interesara por el Estado de Derecho en España, ofendió del peor modo posible a un demócrata alemán. Carente de respeto para el adversario, ultrajó al jefe de filas popular con que, “si su plan, es devolverle a las calles y plazas de Berlín el nombre de los líderes del Tercer Reich”, tras acusar en falso a PP y Vox de hacerlo en España con franquistas. Habituado a meter en el saco de la extrema derecha al constitucionalismo, Sánchez obró igual en Estrasburgo con el primer grupo de la Cámara. Para el tirano, la oposición es un trastorno mental.

Con su proceder, Sánchez sabotea los consensos que propiciaron la reconstrucción democrática de la Europa de la postguerra con democristianos, liberales y socialdemócratas, al igual que opera en España contra quienes fraguaron la Constitución de 1978 asociado a formaciones enemigas de la democracia y de la nación. Hecho un basilisco, trató de impartir lecciones a quienes expiaron la etapa más oscura de Alemania y aprendieron que los sistemas políticos se fortalecen tendiendo puentes entre derecha e izquierda que hagan viable la intrínseca alternancia. La Transición española imitó ese patrón con el que Sánchez arrambla con un cambio del régimen constitucional por la gatera que sepulta el mayor periodo de bienestar y libertad registrado hasta hoy.

Desenmascarándose en Estrasburgo, Sánchez pone en alerta a Bruselas sobre los riesgos que se ciernen sobre el Estado en Derecho en España con una amnistía que no va de perdón y de convivencia, como remachan sus cofrades separatistas, sino de revancha y de ruptura territorial. Si algunos biempensantes eurócratas cavilaron que era un asunto interno de España, ahora se desperezan de esa “ensoñación”. Como los jueces del Tribunal Supremo que introdujeron ese eufemismo en su sentencia contra los sediciosos. Tras devorar a Podemos, Sánchez materializa el proyecto que transportaba el barco nodriza botado por el “Socialismo del siglo XXI” rumbo al continente bajo el mecenazgo comunista del Grupo de Puebla.

Para una Europa penetrada por el flanco alemán a través de las tuberías del gas ruso y por el español por medio de las conexiones del régimen de Putin con el separatismo catalán, Sánchez añade zozobra a una fragmentada UE a la que el nacionalismo trocó en campo de batalla de dos guerras mundiales … Y al sur, Marruecos, con cuya Corte despacha más el Gobierno español que con Felipe VI, después de que este verano el “turista accidental”, con gorra de chulapo, Sánchez obtuviera la venia del majzén (gobierno a la sombra) de Mohamed VI para reeditar su alianza Frankenstein.

Echando la vista atrás, Sánchez perpetra lo que negó en un mitin sevillano en 2016, donde se burló de cómo la prioridad de Pablo Iglesias era sojuzgar a jueces, fiscales, espías del CNI y policías. Así se pronunciaba el hoy presidente: “Yo le decía: Pablo, ¿qué te parece si recuperamos los convenios colectivos? Y él decía, bueno, eso me parece fundamental. Pero es mucho más importante controlar a jueces y fiscales”. En vista del empecinamiento de Iglesias con esa dominación y con la autodeterminación, aquel aparente Caballero Blanco compelía al Joker podemita, antes de apropiarse de su rol, a que aclarara porqué el cambio debía iniciarse por la toma de instituciones del Estado. “¡Qué lo expliquen!” repetía, quién hogaño las parasita. “Se decía (…) que yo iba a vender mi alma para ser presidente -exponía ese 2016 a la radiofonista Pepa Bueno, hoy directora de El País- que aceptaría el chantaje de Iglesias cargándonos la independencia de jueces y fiscales, que íbamos a hacer descansar la gobernabilidad en independentistas”. Quienes lo jaleaban ayer por una cosa lo subliman hoy por la contraria. Al fin, “¡Viva quien vence!”, es índole de villanía, según Don Quijote.

Sánchez reniega del PSOE socialdemócrata y acaudilla un Partido Sanchista que polariza y enfrenta al electorado para erigirse, como minoría mayoritaria, en la única opción con posibilidades de ocupar La Moncloa

Siervo de un prófugo como Puigdemont y de un antiguo pistolero de ETA como Otegui bajo el auspicio del resucitado Zapatero que encizaño España y asoló su piel de toro, Sánchez reniega del PSOE socialdemócrata y acaudilla un Partido Sanchista que polariza y enfrenta al electorado para erigirse, como minoría mayoritaria, en la única opción con posibilidades de ocupar La Moncloa. Está en las antípodas de lo que Norberto Bobbio, adalid del socialismo democrático, llamó el “Tercero Incluyente” para que los opuestos no fueran dos totalidades excluyentes, sino partes de un todo. Siendo el Primer Excluyente, el Sísifo monclovita marcha en la dirección contraria de la concordia y redunda en los yerros que abocaron a la Guerra Civil.

Como las lágrimas secan tan pronto como la sangre, Sánchez entrega Pamplona a los hijos de ETA tras prometer veinte veces veinte que no pactaría con Bildu y satisface la celebración etarra del doble crimen del matrimonio sevillano Jiménez Becerril en 1998 que dejó huérfanos a tres niños. “En la cárcel, sus lloros son nuestras sonrisas y terminaremos a carcajadas limpias”, se relamía de placer el psicópata con 25 cadáveres a sus espaldas De Juana Chaos. Si aquellos tres críos no comprenderían el asesinato de sus padres, menos entenderán como adultos que Sánchez sea sus sosias y pague un “impuesto revolucionario” de nuevo cuño que ennoblece matarifes y veja mártires. Con su tributo de sangre a Bildu, Sánchez basa su manual de resistencia en El Padrino, en armonía con Puigdemont, Junqueras y Otegui, y su ideal en Michael Corleone: “No es nada personal. Son sólo negocios”.

Cumplido un quinquenio desde su llegada a La Moncloa, cuesta no repetir el repudio de su madre al tirano Ricardo III: “¡Tú has venido a la tierra para hacer de ella un infierno!”. No es para menos, luego de cobrarse la cabeza de quienes estuvieron -del Rey Felipe VI abajo- a la altura de su deber ante la asonada de 2017, de aunarse con aquellos contra los que secundó una laxa aplicación del artículo 155 de la Carta Magna e instó a agravar la rebelión. Ello plantea cómo pudo atrapar el sillón presidencial si no fuera por la suicida propensión española a normalizar lo que no debiera para luego alarmarse, esperando en vano que las cosas recuperen por sí el cauce de la normalidad tras desbordarse.

Para ocultar sus desmanes, Sánchez busca arrasar con la independencia judicial, silenciar a los medios críticos y plantar un ventilador de grandes aspas sobre la bosta para emporcar a la oposición, de forma que, con la connivencia de la prensa del régimen, le acontezca bien a Feijóo, bien a Abascal, lo que a aquel Emisario Apostólico al arribar al puerto de Nueva York. Para asegurarse un sensacional(ista) titular al margen de su respuesta, el gacetillero le inquiere si visitará algún lupanar. Al día siguiente, portada a cinco columnas y gran foto: “El Nuncio de Su Santidad niega que se vaya a ir de putas”.

La entelequia del 'mal menor'

No obstante, parece que Feijóo ya ha adquirido conciencia de saber con quién se la juega tras su letargo poselectoral. Como el joven protagonista de la oscarizada película La vida de Pi a quien su padre, director del zoo, le aclara que, cuando se mira a los ojos de un felino, lo que se ve son los sentimientos de uno mismo reflejados en la fiera, no la intención depredadora del animal. Y eso le ocurría a Feijóo con sus apelaciones a un PSOE bien distinto a aquel al que votó como novicio. Por eso, tras rescatar a su vástago cuando el tigre de Bengala se disponía a dar buena cuenta de su infantil presa, el airado progenitor quiso darle una acre lección de vida pese a las súplicas maternas. Así, encaró al pequeño Pi a la horrible escena de contemplar cómo el felino al que se había arrimado sin avizorar el peligro, despedazaba a una cabra viva.

Ante el narcisismo de quien proclama “¡es preciso que todo ceda ante mí!”, la búsqueda de un supuesto “mal menor” es una entelequia; un acercamiento, una encerrona. Solo persigue que Feijóo le franquee el paso para reducir el Estado de Derecho a instituciones huecas y decorativas de modo que la ciudadanía crea que el imperio de la ley y la nación siguen en pie. No es cosa de cargar con los destrozos del Sísifo de la Moncloa por no obligarle a purgar su culpa como Hades con el insolente titán mitológico.

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